Durante siglos, se nos ha enseñado a desconfiar del placer. A vivir el cuerpo como algo ajeno, como un objeto que debe responder a mandatos externos, a miradas vigilantes, a normas morales y estéticas. Se nos dijo que el cuerpo era peligroso, que el deseo debía reprimirse, que el erotismo era algo vergonzoso, sucio o pecaminoso. Y en ese silenciamiento del cuerpo, también se fue acallando nuestra capacidad de conectar con la vida de manera plena, con todas nuestras sensaciones, emociones, intuiciones.
Sin embargo, recuperar el derecho al placer en sentido amplio, no solamente es un acto de resistencia sino un acto de reivindicación que nos permite construir autonomía. Este es un tema que han abordado ampliamente distintas feministas, y cuya mirada nos ha permitido pensar el placer y el erotismo de otra manera. Nos invitan a recuperar esa fuerza vital de la que por mucho hemos desconfiado.
A pensar el erotismo no como lo reduce el patriarcado —una práctica exclusivamente sexual, dirigida al otro, centrada en la mirada masculina— sino como una forma de estar en el mundo. Como una experiencia profunda, íntima, sensorial y política. Como una fuerza de vida.
Audre Lorde, en su poderoso texto Los usos del erotismo: el erotismo como poder, lo dice claramente: el erotismo es una fuente de conocimiento. Un poder profundo, que ha sido distorsionado y oprimido precisamente porque contiene una fuerza transformadora. Para ella, el erotismo no es solo algo que sucede entre cuerpos, sino una energía que recorre nuestra cotidianidad.
Está en cómo tocamos, cómo sentimos, cómo creamos, cómo decidimos. Es una forma de conexión con nosotras mismas, con otras y otros. Una vía para decir “esto me da vida”, “esto me habita”.
Frente al erotismo como consumo o como espectáculo —como se nos presenta en la lógica patriarcal del deseo— Audre Lorde propone el erotismo como autenticidad, como una experiencia radicalmente honesta con una misma. Y afirma algo crucial: cuando una mujer ha conectado con su propia fuente erótica, no puede seguir viviendo en estructuras que la mutilan. Porque ya ha sentido lo que significa estar viva.
Graciela Hierro, por su parte, fue una de las primeras filósofas feministas en Latinoamérica que se atrevió a pensar el placer desde una ética propia. En Ética del placer, nos propone repensar el papel que tiene el goce en nuestras vidas, no como un lujo ni como un desvío, sino como una dimensión fundamental del existir. Para ella el placer, es parte de nuestra dignidad humana. Y si se nos ha enseñado a temerle, es porque el control sobre el cuerpo —especialmente el cuerpo de las mujeres— ha sido un mecanismo histórico de dominación.
En un mundo donde se espera que las mujeres cuiden, complazcan, sirvan, y pongan sus necesidades al final de la fila, el placer aparece como un acto de desobediencia. Como una afirmación de existencia. Como una forma de decir “yo también importo”.
Adrienne Rich, en sus ensayos Nacemos de mujer y Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, también cuestiona las formas en que el patriarcado ha moldeado nuestros cuerpos, vínculos y deseos. Nos habla de la maternidad, del amor, de la sexualidad y de cómo todo eso ha sido condicionado por una estructura que nos encierra en roles prefabricados y mandatos que hemos interiorizado.
Al visibilizar la existencia lesbiana, no solo está hablando de orientación sexual, sino de una apuesta por vínculos fuera del mandato heterosexual. Vínculos donde el cuerpo no es un instrumento, sino un territorio propio. Donde el placer no se supedita al otro, sino que nace del deseo de conectar con lo que nos da sentido.
Habitar el cuerpo con presencia, entonces, no es solo una forma de resistencia. Porque, ¿por qué deberíamos limitarnos a resistir? ¿Por qué vivir siempre en tensión frente a un sistema que nos niega? Tal vez podamos ir más allá. Tal vez podamos dejar de resistir para empezar a crear. Habitar el cuerpo, no solo como respuesta, sino como afirmación. Como apertura. Como deseo encarnado.
No se trata solo de resistir lo que nos impusieron, sino de abrir nuevos caminos, de modificar lo que parecía inamovible, de imaginar otras formas de estar en el mundo. De re apropiarnos de la vida a partir del placer, de lo sensorial, de esa sabiduría que habita en el cuerpo.
Es por esto, que desde esta perspectiva, el erotismo, esta planteado como un acto ético y político, como una fuerza que nos permite la reivindicación de nuestro derecho a vivir libres de violencia, ya que entre otras cosas, recuperar el erotismo desafía la lógica de la obediencia, el deber y la culpa. Porque una vida erotizada, en el sentido amplio, no se conforma con sobrevivir: busca vivir con sentido, con alegría, con presencia.
Tomar la voz. Hacer cuerpo.
Hacer cuerpo y tomar la voz.
Porque tal vez el erotismo no sea solo un derecho o una fuerza vital, sino también una vía para recuperar el lenguaje que históricamente ha sido para otros.
Un lenguaje que pasa por la piel, por el deseo, por el goce, por la dignidad de sentir., por nuestra capacidad para decidir. Una memoria por recuperar. Una posibilidad de abrir otras formas de vida. Más nuestras. Más vivas y libres de todas las violencias.
Una fuerza creadora que nos permite la expansión, en lugar de la contracción,. Que facilita la exploración en lugar de silenciarnos, anularnos, asfixiarnos y encerrarnos en jaulas estéticas, de abandono y sacrificio. Una fuerza que nos permita reconocernos en todas nuestras dimensiones y confiar en lo que sentimos, queremos y buscamos. Una potencia que nos permite reivindicar nuestro valor, establecer relaciones amorosas y afectivas sin tener que anularnos, someternos y callarnos.
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