A muchas nos politizaron primero con música, no con libros.
Antes de entender qué era el capitalismo, ya sabíamos que algo no cuadraba. Algunas más vintage lo aprendimos con letras tristonas y rimas incómodas. Canciones que decían “esto está raro” cuando todavía no sabíamos ponerlo en palabras. Yo tampoco imaginaba que esas ganas de justicia ya venían empaquetadas, listas para venderse, en forma de video musical una y otra vez en MTV.
Con el tiempo te das cuenta de algo incómodo: el capitalismo no pelea con la crítica, la adopta.
No la censura, no la calla. La convierte en mercancía. La disidencia no desaparece, se vuelve consumible. Se vende en formato playlist, en estética, en mood.
La música es el mejor lugar para ver esto en acción.
Durante décadas, las canciones han hablado de precariedad, de enojo, de exclusión, de dinero que no alcanza. Y, aun así, el sistema logra meter todo eso en el mercado sin cambiar nada de fondo. Hoy podemos pensar en DTMF de Bad Bunny, pero antes ya había pasado con Kurt Cobain y después pasó con el hip hop.
Cobain nunca quiso ser el póster del éxito.
El grunge, y Nirvana en particular, sonaban a rechazo. A cansancio del “échale ganas”, del éxito como destino obligatorio. Frases como “Here we are now, entertain us” resumían una crítica brutal al consumo vacío y a vivir solo para entretener. Cobain dijo muchas veces que la fama le incomodaba, que el dinero y la industria estaban traicionando el espíritu de su música.
Pero el mercado hizo lo que mejor sabe hacer.
Agarró esa incomodidad y la volvió estética. La angustia se volvió marca. La tristeza, género musical. Capitalismo hasta en la sopa… o en la playlist que te recomienda el algoritmo de Tik Tok.
El mensaje siguió ahí, pero ya no dolía igual.
Eso es clave: la crítica no se borra, se le quita el filo. Sigue sonando, pero ya no incomoda. Ya no obliga a cambiar nada.
El hip hop cuenta una historia parecida, pero todavía más clara.
Al inicio, el hip hop hablaba de pobreza, de racismo, de violencia policial, de madres sacando adelante hogares solas, de no tener ni dinero, ni crédito, ni red de seguridad. Canciones como The Message decían en voz alta lo que muchas comunidades vivían: la precariedad no era culpa tuya, era el sistema.
Luego vino el giro.
Con la fama llegó otra narrativa: el éxito individual como salida. El dinero, el lujo, la acumulación como prueba de que sí se podía “ganar el juego”. El sistema dejó de ser el problema y se volvió la cancha. Ya no se trataba de cambiar las reglas, sino de triunfar dentro de ellas.
Esto no se quedó en la música, se nos metió en la cabeza. (Y en la pobreza)
Hoy pasa algo muy parecido con la inclusión financiera. Nos dicen que el problema de la desigualdad se arregla con acceso: más crédito, más apps, más educación financiera. Pero casi nunca se preguntan en qué condiciones vive la gente que recibe ese crédito, ni quién asume el riesgo.
El mensaje es el mismo de muchas canciones: échale ganas.
Si no sales adelante, es porque no te esforzaste suficiente. El endeudamiento se normaliza, la precariedad se vuelve responsabilidad individual y el sistema sale limpio.
La bola de nieve crece tanto que parece que eres solo tú la que está pasándola duro mientras todas bailan en una casita rosa. Te sientes sola y es justo ahí donde el capitalismo te captura y te vuelves capaz de pagar cualquier monto con tal de sumarte a ese porche festivo.
Por eso las figuras importan más allá de la música.
Estás nos ayudan a entender cómo el capitalismo es capaz de absorber la crítica económica sin cambiar por dentro. Como si se alimentara de lo que lo cuestiona.
La pregunta no es si dejamos de escuchar la música que nos gusta, no te preocupes por eso.
Se trata de qué hacemos con lo que esas canciones dicen, cómo las cantamos. Qué ideas seguimos repitiendo sin darnos cuenta.
Porque si la justicia financiera no incomoda, no es justicia. Y no toda inclusión es transformadora, aunque suene bonito en una playlist.
Las que transformamos esta realidad somos nosotras y por eso es importante saber si solo estamos escuchando o también cuestionando.

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