En agosto de 2023, un beso no solicitado del entonces presidente de la Federación Española de Futbol, Luis Rubiales, a la jugadora Jenni Hermoso durante la ceremonia de premiación del Mundial Femenino, generó una controversia internacional. Este incidente puso bajo la lupa una conversación mucho más amplia que el deporte mismo: el consentimiento en relaciones jerárquicas. Una interacción aparentemente inocente puede revelar dinámicas de poder ocultas detrás de un supuesto acuerdo. Acuerdo que, cabe destacar, en este caso no existía.
Lo que sí existía entre la jugadora y el directivo era una jerarquía clara, una relación de subordinación marcada por diferencias significativas en poder e influencia. La jugadora dependía directamente del directivo para decisiones clave sobre su carrera. En este contexto, cualquier acción física o emocional no solicitada por parte de Rubiales no solo cruzaba límites personales, sino que explotaba esa desigualdad.
Este caso debe considerarse acoso sexual porque implica una acción invasiva: un beso no consentido que vulnera la autonomía de la persona subordinada. Además, esta no lo recibió de manera grata ni tuvo la libertad real de rechazarlo en ese momento.
Cuando hay jerarquía de por medio, el consentimiento se vuelve complejo. La persona subordinada, puede temer represalias o perder oportunidades profesionales si rechaza los avances. Esta desigualdad estructural convierte acciones aparentement
e triviales en actos invasivos y coercitivos, en los que la libertad real para decir “no” está comprometida desde el inicio. Simone de Beauvoir advirtió en “El segundo sexo” que las relaciones desiguales imponen barreras invisibles a la autonomía de las mujeres, quienes, en un contexto de sumisión, pueden verse obligadas a consentir sin verdaderamente quererlo.
Hollywood, la política y el periodismo también han enfrentado sus propios escándalos: Harvey Weinstein abusó durante años de su poder como productor para acosar actrices; la relación “consensuada” entre Bill Clinton y Monica Lewinsky reveló lo delicado del consentimiento entre un presidente y una becaria; y en medios como Fox News y CBS, ejecutivos como Roger Ailes, Bill O’Reilly y Les Moonves silenciaron a subordinadas mediante presión e intimidación.
La ficción también aborda estas situaciones con claridad incómoda. En la película Tár, Lydia Tár utiliza su prestigio como directora de orquesta para manipular emocionalmente a subordinadas en relaciones aparentemente voluntarias. The Morning Show, por otro lado, expone cómo el poder de un reconocido presentador, Mitch Kessler, borra la frontera entre consentimiento y coerción ante subordinadas incapaces de rechazar sin temor a consecuencias profesionales.
En relaciones laborales, la etiqueta “consensuada” se vuelve problemática cuando un superior tiene el control sobre ascensos, estabilidad económica o reputación profesional. Las subordinadas pueden sentirse atrapadas, sabiendo que negarse puede implicar represalias sutiles o directas, creando una dependencia emocional y profesional peligrosa.
El miedo a perder el empleo, ser excluidas de proyectos importantes o ser señaladas como problemáticas son formas de presión implícitas que restringen la verdadera libertad de elección. La relación, aunque presentada públicamente como libre, suele esconder una dinámica de control invisible, pero profundamente dañina. Judith Butler, en “El género en disputa”, analiza cómo las estructuras de poder definen los cuerpos y la agencia de las personas, señalando que el consentimiento en estos contextos siempre está mediado por el poder.
La situación se complica aún más cuando la persona subordinada enfrenta contextos vulnerables, como problemas económicos o de salud mental, como ansiedad o depresión. Estas condiciones aumentan la vulnerabilidad emocional y pueden limitar significativamente la capacidad de reconocer claramente la situación de abuso.
Estos contextos pueden ser explotados por quienes ostentan el poder, usando frases manipuladoras que sostienen la dependencia y la sensación de vulnerabilidad: “No quiero afectar tu carrera”, “sin mí perderás oportunidades”, “tú también querías”, “yo sé que esto es lo que deseas”, “si no estuvieras de acuerdo, no habríamos llegado hasta aquí”, “la culpa será tuya si esto termina mal” o “nadie te obligó, tú lo permitiste”. Este tipo de manipulación, conocido como gaslighting, provoca que la víctima cuestione constantemente su percepción y juicio, llegando incluso a creer que es culpable o corresponsable del abuso que sufre.
Pese a que la relación pueda parecer consensuada, no es un malentendido ni un simple “error de juicio”. Se trata de un problema estructural que ha permitido que figuras en posiciones de poder exploten, manipulen y silencien a sus subordinadas sistematicamente. Para cambiar esta realidad, no basta con sansionar individualmente a quienes cruzan los límites; es esencial transformar las estructuras institucionales que lo permiten.
Para prevenir estos abusos, empresas e instituciones deben establecer políticas y protocolos claros definan lasrealciones entre superiores y subordinados. Es urgente crear espacios seguros de denuncia y fomentar la conciencia sobre cómo el poder distorsiona el consentimiento. Se debe garantizar que cada decisión personal o laboral sea tomada sin presiones ni desigualdades.
Cuando el poder está involucrado, el consentimiento no siempre es genuino ni libre. Reconocer esta realidad es esencial para cambiar las estructuras que, durante demasiado tiempo, han permitido la explotación laboral y el abuso disfrazados de decisiones “consensuadas”.