¿Qué pasa cuando un Estado tortura? ¿Cuándo infunde miedo a través de la represión? ¿Cuándo se violentan los cuerpos de las mujeres en el espacio público?
Ocurrió otra vez. En las marchas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, decenas de mujeres fueron agredidas por las autoridades en ciudades como Zacatecas, Puebla, Colima y Ciudad de México. Mientras ellas estaban en las calles manifestándose precisamente contra esa violencia sistémica que se replica contra nosotras en cada espacio.
Y no fue solo contra las manifestantes. Al menos 19 mujeres periodistas que cubrían la marcha también fueron violentadas por las autoridades con detenciones arbitrarias, agresiones físicas y gaseadas, como documentó la agencia feminista Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC).
Por eso es que en la Editorial de esta semana de La Cadera de Eva nombraremos y recordaremos la brutalidad policial que nuevamente ataca, intimida, tortura y violenta los cuerpos de las mujeres en los espacios públicos, valiéndose de la impunidad que le otorga el Estado para reprirmir y hacer uso de la fuerza desmedida.
No es la primera vez que el poder policiaco ataca, reprime o criminaliza las manifestaciones feministas. Por eso nos parece necesario señalar que es evidente que desde el Estado existe una estrategia para deslegitimar y silenciar las voces de las mujeres que —hartas de la violencia machista— toman el espacio público y, paradójicamente, son castigadas por eso.
¿Qué mensaje hay detrás de la represión contra las mujeres que “se rebelan” contra la opresión del Estado? ¿Cuando señalan sus violencias? ¿Cuando nombran a sus violentadores? Es claro. La criminalización y represión de las protestas feministas busca, aleccionar a las mujeres. Infundir miedo, terror y culpa.
Sabemos bien que los medios de comunicación también son responsables de replicar esos mensajes. De nombrar como “vandalismo” a las expresiones de rabia y coraje de las mujeres. De televisar solo los “disturbios”. De mostrar en las pantallas esa brutalidad con la que son golpeadas las mujeres de manera glamurizada y morbosa. De poner en la portada de sus periódicos los cuerpos violentados de las mujeres, como sucedió con el feminicidio de Ingrid Escamilla.
La filósofa española Cecilia Amorós nombra como “terrorismo patriarcal” a los mecanismos de reproducción del poder masculino sobre las mujeres para infundir miedo y terror. Y es que, como dice la investigadora feminista Engracia Martín Valdunciel, “¿Qué mayor dominio que el que se manifiesta a través del poder sobre la vida?”.
Qué mayor terrorismo que el de un Estado que golpea los cuerpos de las mujeres en el espacio público, que tortura a las manifestantes. De un Estado que castiga con palos y gas lacrimógeno a las mujeres. De un Estado que permite que desaparezcan niñas, mujeres. De un Estado cómplice de la violencia feminicida. De un Estado arbitrario que militariza el espacio público. De un Estado en donde las mujeres son asesinadas por buscar a sus desaparecidos.
La represión por estados
En Zacatecas, por ejemplo, la policía reprimió las manifestaciones con una fuerza desmedida. En redes sociales vimos videos de cómo cinco policías golpearon y arrastraron a una mujer por la Plaza de Armas, exhibiendo una parte de su cuerpo desnudo. La brutalidad policiaca contra los cuerpos de las mujeres. Otra vez.
Distintas organizaciones documentaron que al menos 15 mujeres en ese estado fueron agredidas y detenidas por la policía durante la marcha. Por estos hechos, varios colectivos feministas en Zacatecas tomaron las calles nuevamente este 14 de marzo para exigir la renuncia del Secretario de Seguridad Pública, el director de Seguridad Vial, así como una disculpa pública del gobernador David Monreal, quien hasta hoy no ha dicho ni una sola palabra sobre el tema.
Actualmente las colectivas ya presentaron seis denuncias por abuso de autoridad, lesiones, detenciones arbitrarias, amenazas, privación ilegal de la libertad y tortura.
En Puebla, las manifestantes también fueron gaseadas y reprimidas por parte de la policía municipial. Incluso se documentó que algunos niños y niñas que acompañaban a sus madres a marchar también fueron afectados por el gas lacrimógeno que lanzaron contra las asistentes.
En Colima sucedió lo mismo. Las manifestantes documentaron agresiones en su contra. Algunas de ellas que marcharon con sus hijos e hijas, también fueron gaseadas por parte de los policías que se estaban desplegados en el Palacio de Gobierno.
A través de redes sociales difundieron videos en los que las propias asistentes tuvieron que lavar con leche las caritas de los menores. En un ejercicio de violencia vicaria, castigar a las mujeres que participan en las manifestaciones mediante la violencia hacia las infancias. Esta represión finalmente llevó a la destitución del subsecretario de Seguridad del Estado.
En Ciudad de México, algunas mujeres también documentaron que fueron gaseadas por la policía capitalina en el Zócalo. Aunque quizá el momento de mayor tensión durante la marcha fue el enfrentamiento que se registró en el cruce de Eje Central y la calle Francisco I. Madero, en el Centro Histórico, cuando Abraham, un hombre de 24 años atacó a un grupo de manifestantes.
Eso sucedió porque Abraham quería pasar con su moto —él montada en ella— por donde estaba avanzando la marcha. Y a pesar de que las asistentes le dijeron que no podía pasar por ahí debido al peligro que representaba para la marcha, no hizo caso, forcejeó con algunas de ellas y finalmente se le fue a los golpes a una e incluso la tiró al piso.
Este evento fue cubierto por la prensa dándole foco al agresor, quien por cierto, fue detenido y después liberado por las autoridades. Algunos medios decían que Abraham sólo quería llegar a su casa y resultó violentado por los grupos feministas. Una narrativa que nuevamente busca deslegitimar al movimiento y culpar a las manifestantes.
Si bien este último ataque no vino desde el poder policiaco o desde el aparato del Estado, sí vino de una figura masculina que nos revela cómo las agresiones contra las mujeres se dan desde lo cotidiano, de cómo un simple reclamo termina en los golpes de ellos hacia nosotras. De cómo pareciera que hay un permiso legítimo de todos los hombres —uniformados o no— de agredir nuestros cuerpos dentro y fuera del espacio público.
De cómo son reforzadas las narrativas antifeministas desde el poder para que la historia de las marchas sea la de infundir miedo en las manifestaciones que para nosotras quedarán marcadas sí, con ese uso de la fuerza desmedida, pero también con una resistencia y participación histórica de miles de mujeres que —contra todo pronóstico— volverán a salir a las calles hasta que la rabia se transforme en justicia.
Porque ante el terrorismo patriarcal, nosotras regalamos flores a los policías. Nosotras marchamos tomadas de las manos con las infancias. Tiramos vayas y exigimos justicia. Marchando. Bailando. Acuerpándonos. Abrazándonos.
Contra el terror patriarcal, nuestras voces resisten y gritan fuerte.