Hablar de salud mental no es un tema complejo ni delicado, es más bien un tema que causa cierta vergüenza, porque vivimos tan pendientes de qué dicen o qué dirán de nosotrxs, que si buscamos atendernos (o reconocer siquiera que hay un problema de salud mental), van a decir que somos débiles, que no podemos, que somos chillones o chillonas… Como si tuviéramos la obligación de ser fuertes todos los días, todo el tiempo, para todo el mundo…

Hablar de salud mental es un tema de ignorancia, de pensar o creer que es cosa de locos, de locas, de gente inmadura que no sabe lo que quiere. De creer que es una enfermedad y que el resto que nos rodea está “sano”. La dualidad salud-enfermedad. Incluso el título de esta columna dice “salud mental”, porque no hay otro lenguaje ni palabras, así se ha denominado por sepa quién, ni cómo o por qué. El caso es que sería utópico pensar que el estar mejor y menos jodida, sea sólo un tema de vivir sin menos conflicto, más allá del binarismo salud-enfermedad, de si estás bien o estás mal.

Hablar de salud mental es un tema de justicia social, porque es la presión social y las condiciones político, económicas y culturales, las que te merman, y las que jamás se hacen responsable. El Estado en la sanidad pública, por ejemplo, no te da un psiquiatra o un psicólogo hasta que hay un punto en que intentas suicidarte. Antes de todo ello sólo hay paracetamol, doctor simi, y médico general, ni siquiera especialistas. Antes de ello sólo hay un “échale ganas”, “ya supéralo”, “amiga, ya no estés triste”.

Hablar respecto a la salud mental es abrir la boca muy grande con la mente muy chiquita.

Hablar de salud mental es entender que miles de personas se quitan la vida en el mundo porque esto te acorrala y te quita toda posibilidad de disfrutar algo o sentirte con motivación, pero si lo expresas, te tildan de sólo querer llamar la atención. Hoy día en el mundo tan podrido de redes sociales, hay quienes ponen de reto suicidarte, o te pueden decir que te mates porque les parece broma, o es bien fácil tras una pantalla. Y nadie hace nada ante ello.

Hablar de salud mental es el estigma de que no puedes ser inteligente, o tener lucidez, o crear algo, porque estás “mal”, y si tienes depresión o un trastorno, no eres lo suficientemente capaz o poseer una inteligencia propia ni emocional ni intelectual. Cuando cualquier especialista en el tema te puede decir que tener un trastorno no interfiere con la inteligencia de las personas.

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Hablar de salud mental es como un círculo que parece no tener salida. Si tienes un problema de salud mental es porque tienes una merma de emociones y agotamiento psicoemocional, y para conseguir un mejor diagnóstico o posición necesitas trabajar y hacer cosas para conseguir eso, pero cómo trabajar para conseguirlo si tener la merma no te deja energía la mayor de las veces para trabajar. Para muchas personas es un reto salir de la cama o de casa todos los días, pero son juzgadas por “querer llamar la atención” y por “ser débiles”, por ser “de cristal”.

Hablar de salud mental es un tema tan urgente y masivo, es otra pandemia, la silenciosa, la que está contenida, la que no conviene a las dinámicas neoliberales con las que se controla la circulación de dinero en el mundo, porque generan gastos y menos producción, pues hace pausa, toma tiempo.

Hablar de salud mental no es coach de vida para llenarte de frases motivacionales a lo deslactosado y sin contenido. Es un problema de fondo, con raíz. Hablar de salud mental es el gran reto, igual que preservar el agua en el mundo, porque el agua es vida, y la salud psicoemocional también es vida. Vivir con ansiedad, con depresión, con tristeza, con un trastorno, no es vida.

Hablar de salud mental es comprender que como sociedad, estamos compuesta de actores sociales y personas con graves problemas de salud psicoemocional individual, por lo tanto, a mayor salud mental en cada persona, mayor salud social.