Las emociones no son sólo el combustible que impulsa el mecanismo psicológico de una criatura racional, son parte, una parte considerablemente compleja y confusa, del propio raciocinio de esa criatura
-Martha C. Nussbaum
En épocas decembrinas y de inicio de año, es frecuente que una se encuentre ante un mar de emociones. Nostalgia por proyectos no realizados o por oportunidades perdidas, incertidumbre ante lo que el nuevo año nos depara, agotamiento ante el arduo trabajo realizado a lo largo del año o tristeza por las pérdidas específicas.
También experimentamos emociones positivas, sobre todo, si nos encontramos rodeados de las personas que amamos. Felicidad por los reencuentros, expectativa de reconectar o emoción ante los nuevos proyectos o metas.
La tradición filosófica, con mucha frecuencia, ha buscado descartar, menospreciar o infravalorar el papel de las emociones como guías de conocimiento. Sócrates y Platón son bien conocidos por ubicar al raciocinio como la única guía certera del conocimiento ético y, en esa medida, las emociones eran algo parecido a pulsiones ciegas, cargadas de parcialidad, autointerés o injusticia.
Kant es también bien conocido por etiquetar a toda la vida emocional como inclinaciones sensibles y, en esa medida, por nublar o entorpecer nuestra reflexión moral y autonomía.
Sin embargo, hubo otras tradiciones como la aristotélica y, más recientemente, los feminismos que reconocen el papel de las emociones en nuestra vida moral y consideran que una vida sin emociones es pobre, mediocre o automatizada. Es decir, no experimentar una gama amplia de emociones, lejos de constituir una virtud ética, refleja una pérdida en la riqueza interior que una es susceptible de desarrollar.
Por ejemplo, si una no siente coraje o frustración frente a una pérdida significativa, ello refleja que algo anda mal en nuestra psicología moral. Igualmente, si una es incapaz de sentir empatía, solidaridad o gratitud en las ocasiones correspondientes, hay algo que anda mal en nuestro mundo interior.
Por ello, frente a la inclinación de intentar ocultar o no nombrar nuestras emociones para que no nos afecten, hay que empezar por reconocer su presencia, buscar descifrarlas, identificar cuál es su objeto, persona o circunstancia de referencia y ver hasta qué punto su expresión está atravesada o influida por nuestras creencias, pensamientos y valores, ya que nuestro mundo emocional nos habla de procesos, pérdidas o de la presencia de cosas que valoramos, apreciamos o debemos de conservar.
Es decir, y como señala Nussbaum, ellas mismas son parte importante de nuestro raciocinio.
Identificar las emociones, nombrarlas, reconocerlas e, incluso, abrazarlas para, a continuación, preguntarnos qué hacer con ellas, es parte del ejercicio del autocuidado
El autocuidado implica reconocer en dónde estamos paradas, qué metas o actividades son valiosas para nosotras, cuáles debemos de soltar o replantear, cómo debemos de conducirnos ante disyuntivas difíciles y todo ello, en buena medida, se expresa a través de nuestro mundo emocional.
Por ello, para hacer un buen corte de caja cada fin de año o para empezar a sanar una pérdida –cualquiera que ésta sea–, es imprescindible descifrar de qué nos hablan nuestras propias emociones.
¡Muy felices fiestas y feliz año 2025!