Tiene apenas 71 años que las mujeres empezamos a votar y pudimos ser votadas.
El 17 de octubre de 1953, el Diario Oficial reconocía que las mujeres éramos ciudadanas con el siguiente texto: “Son ciudadanos de la República los varones y las mujeres que, teniendo la calidad de mexicanos, reúnan, además, los siguientes requisitos: haber cumplido 18 años, siendo casados, o 21 si no lo son, y tener un modo honesto de vivir”. Sin embargo, fue hasta el 3 de julio de 1955 cuando las mujeres salieron a las urnas para elegir Diputaciones Federales.
Lo que vivimos el pasado 2 de junio con el resultado de las elecciones presidenciales marcará un suceso que sin duda se escribirá en las páginas de los libros de historia pues, después de 200 años las mujeres logramos acceder a estos espacios de toma de decisión tan importantes, con la llegada de la primera presidenta de México.
Se trata de una nueva página en la historia de México en donde debemos destacar la lucha de todas aquellas mujeres que levantaron la voz para que nuestros derechos político-electorales sean una realidad, como las mujeres que desde la Revolución Mexicana ya exigían ser tomadas en cuenta, Hermila Galindo una gran activista y pionera del movimiento sufragista en México, Elvia Carrillo Puerto la primera mujer mexicana electa diputada al Congreso Local en Yucatán y las otras siete mujeres que han sido candidatas a lo largo de la historia política de nuestro país y que debemos mencionar: Rosario Ibarra de Piedra, Cecilia Soto González, Marcela Lombardo Otero, Patricia Mercado Castro, Josefina Vázquez Mota, Margarita Zavala Goméz del Campo y Xóchitl Gálvez Ruíz. Más allá de ideologías y pasiones políticas, es un hecho que se ha roto un techo de cristal, minimizar este hecho es invisibilizar la lucha de nuestras ancestras.
De acuerdo con el Instituto Nacional Electoral (INE), estadísticamente las mujeres somos más del 50% no solo de la población sino también del padrón electoral y quienes más votamos, es decir, las mujeres somos quienes en las urnas definimos el rumbo político de México. Si bien es cierto que el simple hecho de que sea mujer la presidenta electa no es sinónimo de que tenga conciencia de género ni que su agenda de trabajo ponga al centro los derechos de las mujeres y la perspectiva de género ni de que, como dice Vivir Quintana sea compañera de nuestra causa, me resulta injusto que sea juzgada antes de ejercer el cargo público para el que fue electa.
De nuevo estos juicios y cuestionamientos reflejan el machismo y la misoginia interiorizada en nuestra sociedad. Pensar que no tiene autonomía, que sigue ordenes, que no tiene criterio o visión y vincularla de nuevo a la autoridad de un hombre con poder, ¿no es entonces misógino y machista? No es que no podamos pensarlo, simplemente es que se basan únicamente en el género porque muchos presidentes antes que Claudia Sheinbaum han sido puestos por el presidente en turno y seguido ordenes pero nunca antes se había cuestionado tanto precisamente por ser hombres todos.
Con esto no les invito a no emitir un juicio o cuestionamiento, por el contrario, hagámoslo durante su gobierno y exijamos resultados.
Mi mensaje para la primera presidenta de México sería que no olvide que son nuestras generaciones futuras de niñas y adolescentes, quienes la verán en esos libros de historia, que gobierne de la forma en que quiera ser recordada y de tal forma que las inspire, que el texto de esta nueva página no sea “La primera mujer presidenta” sino “La primera de muchas presidentas”.