La cartografía y el mapeo han servido para encontrarnos en el espacio a lo largo de la historia, evolucionando con avances tecnológicos como los sistemas de información geográfica (GIS), drones y bases de datos espaciales, que han permitido crear representaciones más precisas, detalladas y diversas. Pero eso que se muestra en el mapa, cómo se construye y por fin, quién lo presenta nunca es imparcial. La cartografía es subjetiva; y las mujeres lo saben. Las mujeres que han ido tejiendo y construyendo nuevos saberes y metodologías alrededor de habitar, con el cuerpo, el territorio.
¿En dónde estamos?
La cartografía nos ha brindado la herramienta del mapa, que nos sitúa espacialmente en un lugar o momento, dentro de cierta población, de algún proceso. Básicamente todo se puede mapear.
No viene como sorpresa que los mapas se hayan realizado durante su existencia, principalmente, por hombres; como herramienta militar, de conquista, para invadir y explotar cuerpos y territorios. Esto implica que ha habido una invisibilización y omisión de ciertos datos, lugares, identidades y memorias que no han sido considerados importantes, resultando en una falta de representación.
Y es que los mapas nos ayudan a formar una idea del mundo, a entenderlo. Nos guían dentro de él. Entonces, como sea que veamos el mundo es como lo vamos a entender. Si a lo largo de la historia éstos han reproducido relaciones de poder y representado una perspectiva androcentrista con dinámicas bélicas, políticas, de explotación e invisibilización puede ser difícil percibir nuestro mundo de otra manera.
Sin embargo, en palabras de Raquel Aguilar, fueron y siguen siendo las mujeres quienes ponen en evidencia el arte de organizar la esperanza.
Los feminismos de abajo
La historia y el conocimiento del mundo ha sido formado y compartido por las naciones colonialistas e imperialistas. Por lo que, en palabras de Catherine Moore Torres, se hace necesario revalorar aquellas narrativas y epistemologías que han sido encubiertas por la retórica de la modernidad occidental-colonial-patriarcal, que también ha impregnado al feminismo latinoamericano, y dotarlas de contemporaneidad.
De aquí que surjan los feminismos del sur. Involucran la crítica a los feminismos hegemónicos de Occidente, cuestionan las nociones totalizantes de qué es ser mujer, acogen la diferencia como afirmación de diversidad y tejen puentes entre la naturaleza, el territorio y las mujeres.
Una importante noción de estos feminismos es el cuerpo-territorio. En palabras del Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo: Pensamos el cuerpo como nuestro primer territorio y al territorio lo reconocemos en nuestros cuerpos: cuando se violentan los lugares que habitamos se afectan nuestros cuerpos, cuando se afectan nuestros cuerpos se violentan los lugares que habitamos. Antes que cualquier otra cosa somos cuerpos que habitan el espacio; que sienten, piensan y recuerdan junto con el territorio porque somos parte de él.
Este ejercicio de reencontrarnos con el espacio y ser conscientes de cómo nos afecta directamente en el cuerpo parece indispensable hoy que predomina un quiebre con las otras personas y con el entorno.
Soy el mapa, soy el mapa
Para materializar la relación cuerpo-territorio, una metodología clave es el mapeo corporal. De manera colectiva, esta herramienta permite representar, a través de dibujos de los propios cuerpos, cómo se experimentan y sienten las violencias en los territorios, así como su ubicación en el cuerpo. Al hacerlo, no solo visibiliza estas experiencias, sino que también impulsa la creación de contra-narrativas sobre el espacio y la autorepresentación. Además, concreta la corporización como una forma de lucha en la defensa del territorio.
Existen un sinfín de proyectos de colectivas e individuas feministas que se dedican a cartografiar el cuerpo-territorio y las experiencias de las mujeres en el espacio; algunas de estas son GeoBrujas, Colectivo de Geografía Crítica, Geochicas, Bitácoras de agua.
A través del mapeo corporal surgen heridas, marcas, recuerdos, lugares, espacios, saberes, haceres; la memoria y nuestras historias personales. Y nos ayudan a ubicar cómo esa historia personal está entrelazada intrínsecamente con el espacio.
Los mapas entonces son herramientas para la lucha y un recurso poderoso para la articulación política, y los cuerpos quienes la encarnan.