En un mundo capitalista y patriarcal, el culto a la juventud y la productividad margina a las personas mayores. Los cuerpos envejecidos han quedado sometidos a una posición biologicista de pérdidas, declives, enfermedad, letargo e inclusive, muerte.
Cuerpos que, marcados por el tiempo, lanzan un grito desesperado contra la presión permanente mediática y contextual que resulta en una devaluación sistemática y sistémica estrictamente por causa de la edad, colocando así a la mayoría de las mujeres mayores en situaciones adversas.
Desde estas aproximaciones, conviene resaltar que la discriminación hacia las personas mayores (viejismo), no opera sola. Existe un ‘‘doble estándar de envejecimiento’’, que constriñe a las mujeres mayores, pues mientras que los varones cuentan con mayor tolerancia y benevolencia al envejecer, las mujeres somos el resultante de la intersección entre dos grandes categorías: edad y sexo; obteniendo mayor desventaja que los varones en el acceso a oportunidades para el ejercicio de la autonomía personal y el proyecto de vida.
Las desigualdades acumuladas, más la experiencia subjetiva socialmente desfavorable, explican razonablemente el porqué de la auto-percepción negativa de la mayoría de las vejeces femeninas.
En este sentido, las mujeres mayores han sido fuertemente vulneradas debido a su limitada participación en actividades que generen ingresos a lo largo de su vida, su escaso nivel de educación formal y las consecuencias económicas y de seguridad social que ello puede conllevar.
También se encuentran expuestas a enfermedades asociadas a su rol reproductivo y de cuidadora de la unidad familiar. Aunque están más familiarizadas con los servicios de salud, se enfrentan a mayores obstáculos para acceder a la atención médica que requieren. (Dennise Díaz y Georgina Moreno)
Desde estas aproximaciones, el autocuidado se posiciona como un arma que posibilita ocupar y reclamar los espacios que les pertenecen legítimamente. Ya sea participando en actividades comunitarias, manifestaciones políticas o simplemente habitando-se, algunas mujeres desafían la noción de que la vejez es sinónimo de invisibilidad o irrelevancia, reafirmando su presencia y voz.
Así, el autocuidado implica también recuperar el control sobre su propia narrativa y desafiar las representaciones estereotipadas que con frecuencia las relegan a roles pasivos.
Reconectar y reconciliarnos con nuestras cuerpas, con nuestro territorio, es fundamental. Ya lo enunciaba Audre Lorde, “el autocuidado hacia una misma es un acto de lucha política”, la noción de autocuidado propuesta por Lorde surge como un acto de resistencia al sistema capital, patriarcal, racista y viejista que excluye a millones de mujeres, en el que se nos pide “ser para los otros” , menos para nosotras mismas.
Así, es imprescindible diferenciar el autocuidado feminista del autocuidado biologicista-capitalista. El primero, se presenta como una revolución gerofeminista que promueve el amor propio, el afecto y la sororidad, rechazando la idea de "no importar", de "sufrir para merecer" y de negarnos a nosotras mismas.
Por otro lado, el segundo promueve "estilos de vida saludables" con el fin de maximizar el rendimiento, la productividad y el consumo, sin tener en cuenta las diversas condiciones y trayectorias de vida, así como las profundas desigualdades estructurales. Esto último transfiere la responsabilidad del bienestar a las personas y las culpa si no son capaces de superar esas condiciones.
Por tanto, es necesario hablar de un autocuidado gerofeminista que además de generar vidas dignas, se esboce como una posibilidad por construir sociedades donde nuestras vidas, deseos y sentires importen y sean valorados.
En este sentido, desde una perspectiva feminista e interseccional que contemple la categoría de edad como eje de opresión, se torna indispensable una reflexión sobre el cuidado y el autocuidado que ponga en el centro al cuerpo envejecido como ese lugar de enunciación política.
Desde lo anterior, enfatizamos que este autocuidado presenta desafíos complejos que van más allá de simplemente reconocer nuestras propias necesidades. Implica abordar una variedad de costos, tanto evidentes como sutiles, que a menudo no se consideran: sobrecargas de cuidado, precariedad económica y de tiempo, así como la apatía del Estado.
En suma, requerimos la implementación efectiva del Sistema Nacional de Cuidados que promueva una organización social justa, donde los actores políticos pertinentes, el mercado, las familias y la comunidad, participen en el Reconocimiento, la Redistribución y la Reducción que nos reivindique no sólo como sujetas de derecho al autocuidado, sino a ser cuidadas.
De esta manera, al analizar la conceptualización de las acciones de autocuidado en mujeres mayores, nos encontramos ante un llamado urgente a redefinir las prácticas de cuidado dirigidas hacia ellas. Más allá de meras conclusiones, esta reflexión nos invita a cuestionar los estereotipos arraigados y a promover un enfoque en donde los cuidados, el género y la edad se pongan al centro.
Las autoras:
Dennise Díaz
Doctoranda en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Yucatán, maestra en Estudios Culturales por la Universidad Autónoma de Chiapas. Colaboradora del cuerpo académico consolidado Educación y Desarrollo Humano UAChis 038 PRODEP.
Georgina Moreno
Psicóloga clínica, psicogerontóloga, informan mi trabajo el feminismo, la perspectiva de género, derechos humanos, el buentrato y la justicia social.
Referencias:
Díaz Pedroza, A.D y Chacón Reynosa, K. (2022). Ni invisibles, ni inservibles: cuerpos viejos de la resistencia en contextos semiurbanos de Chiapas. Tramas, 57, 45-72.
Dulcey-Ruiz, E. (2015). Envejecimiento y vejez 2015: Categorías y conceptos (1st ed.). Siglo del Hombre Editores S.A.
Lagarde y de los Ríos, M. (2005). Claves feministas para la negociación en el amor. Madrid: Horas y Horas.
Salgado-de Snyder, N. y Wong, R. (2007). Género y pobreza: determinantes de la salud en la vejez. Salud pública de México, 49, 515-521.
Vásquez Colmenares, A. (2023). ¿Feminista, yo? México: GRIJALBO.