En México, estamos acostumbradas a que el cine nos mire desde lejos. Las comunidades indígenas y afrodescendientes suelen aparecer como folclore exótico, a través de miradas racistas, pero casi nunca como protagonistas de su propia historia. Y mucho menos detrás de la cámara. Mi Cine, Muestra Itinerante de Cine por la Identidad quiere cambiar eso.
Del 4 de noviembre de 2025 al 21 de enero de 2026, la segunda edición de esta muestra recorrerá 30 municipios de Jalisco, Colima, Veracruz, Puebla, Morelos, Guerrero y Oaxaca con 50 funciones gratuitas de películas realizadas por cineastas de comunidades originarias y afrodescendientes.
“Cuando hablamos de identidad no nos referimos a algo decorativo o folclórico”, explica Christian Rubio, cofundador de RacismoMX. Para la organización, la identidad se teje cuando una comunidad puede verse en pantalla tal como se vive: con sus cuerpos, sus dolores, sus formas de nombrarse y contarse. No es una identidad “representada desde afuera”, sino una que se habita.
“El público se reconoce cuando ve que las protagonistas se parecen a ellas y a ellos, que las historias vienen de su propio territorio y que quienes las realizan son personas de sus mismas comunidades”, dice Rubio. Ahí, en esa mirada que no exotiza ni extrae, es donde RacismoMX ubica la identidad que quieren defender.
“Hablamos de una identidad que se reconoce en pantalla. Que se narra a sí misma. Cuando en la película aparecen cuerpos parecidos a los tuyos, y sabes que quien la dirigió también es alguien que entiende tu territorio, algo se mueve. El cine deja de ser una mirada sobre ti y se vuelve tuyo”.
¿Qué narrativas cuentan en MiCine 2025?
La muestra incluye películas como Valentina o la serenidad, de Ángeles Cruz, un relato sobre duelo y comunidad en la mixteca oaxaqueña; Soy Yuyé, de Balam Nieto, que retrata la vida de una artista afromexicana con discapacidad; Los hijos de la costa, de Bruno Bancalari, sobre la memoria musical de la Costa Chica; y Tiempo de lluvia, de Itandehui Jansen, que explora la migración y la sanación.
Durante la primera edición, realizada en 2024, la pantalla inflable de Ecocinema llegó a 54 comunidades. Hubo funciones donde niñas señalaban la pantalla y se reconocían, y otras donde los silencios al final duraban más que los aplausos. “Las comunidades nos contaban que nunca habían visto en grande a gente como ellas”, recuerda Rubio.
La propuesta también cuestiona la centralización del cine mexicano, donde las escuelas, los fondos y la idea de prestigio se concentran en Ciudad de México. Para una mujer joven de Pinotepa, Jamiltepec o Tuxpan de Bolaños que quiere hacer cine, el camino suele incluir migración, desarraigo y una industria que rara vez la espera.
“Mucho cine sobre comunidades ha sido extractivo”, dice Rubio. “Se filma y se abandona. No queda vínculo. MiCine plantea lo contrario: regresar, conversar, permanecer”.
¿Quién tiene derecho a narrar?
Por eso, además de las funciones, habrá talleres y conversatorios. El 6 de noviembre, en el Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC), se discutirán representaciones, racismo en la industria y acciones afirmativas para cineastas afro e indígenas. No se trata sólo de exhibir películas, sino de abrir la pregunta: ¿quién tiene derecho a narrar?
La itinerancia de MiCine recuerda que el cine también puede ser un espacio de encuentro. Un territorio compartido donde la memoria se toca y se reconoce. A veces basta una historia para recordar que una comunidad nunca estuvo fuera del marco: fue la cámara la que miraba hacia otro lado.
“Ver tu historia en la pantalla no es solo ver una película”, dice Rubio al final. “Es saber que vales lo suficiente como para ser narrada”.

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