¿Te imaginas ser obligada a odiar tu cuerpo desde la infancia o vivir con la preocupación de verte “bien” todo el tiempo? No hace falta pensar en  un escenario de sometimiento a través de la belleza, porque es una realidad que nos afecta a todas las mujeres desde antes de nacer.

Aún no hemos dado el primer llanto y ya se habla sobre el futuro de nuestros cuerpos, sobre la forma de nuestros rostros y se espera que no heredemos las características que no entran en el canon de belleza occidental. La escritora y activista feminista argentina, Lala Pasquinelli, habla sobre la belleza como dispositivo de control en su último libro La estafa de la feminidad (Planeta, 2024).

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En entrevista con La Cadera de Eva, Lala Pasquinelli explica que la belleza, y todo lo que implica entrar en la hegemonía como la blanquitud o la delgadez extrema, es una herramienta de control radicalizada que afecta específicamente a las mujeres desde la infancia, y que a la vez producen y reproducen identidades de feminidad sumisas.

La hipersexualización de las infancias, especialmente de las niñas, se ve reflejada en la producción de ropa cada vez más corta, más apretada, que emula la imagen de una mujer adulta también sexualizada por el patriarcado, o en contenido viralizado en redes sociales, como en los conocidos desafíos de Get Ready with Me en YouTube y Tik Tok.

Esta exposición a cirugías cosméticas, tratamientos de belleza e incluso la sesiones de depilación en spas someten a las niñas y normalizan la violencia. A continuación te contamos más sobre la relación entre la belleza y la normalización de la violencia en nuestros cuerpos en voz de la autora, así como herramientas para hackear el sistema desde la introspección y la colectividad.

Normalización la violencia, un efecto de la cultura de la belleza

“¿Cómo normalizamos la violencia, la explotación, trabajar gratis, que nuestro cuerpo no vale, que nuestro tiempo no vale?” Son las preguntas que nos hace Lala Pasquinelli y encuentra la respuesta a partir de la educación de lo que la sociedad entiende por  belleza.

La normalización de la violencia comienza, regularmente, en el hogar, en nuestros núcleos familiares y lugares cercanos, en donde quienes nos proveen de cuidados también nos exponen a discursos que propician el odio hacia nuestros cuerpos sin darnos cuenta.

“Me encantaría que lean este libro las madres, abuelas, mujeres, maestras, todas las que están en contacto con infancias y con juventudes, porque me parece que es imprescindible entender lo que está pasando con estas niñas y con estas mujeres jóvenes”.

Ya durante la infancia temprana somos receptoras de comentarios sobre nuestros cuerpos, sobre nuestra gestos o sobre nuestra inadecuación al ideal femenino, explica la autora, razón que constituye el futuro de nuestra identidad y el declive de nuestra autoestima. 

El hambre es una de las primeras heridas a las que nos tenemos que enfrentar porque para la hegemonía siempre tenemos kilos de sobra. “El amor también es el dolor físico que viene del hambre al que te expone tu madre, tu padre, tu abuela”.

Se le exige a nuestras madres replicar la violencia, en este caso del hambre, como parte del amor, lo que implica que al llegar a vínculos amorosos, sexo afectivos, no podamos identificar la violencia, ya esta naturalizada porque formó parte de nuestra educación.

Según datos que comparte  la autora, casi el 70% de las mujeres que han hecho dietas para perder peso por motivos estéticos, reconocen ver afectada su salud mental como consecuencia de estas dietas.

La primera herida surge en la infancia

“Se nos marca para reconocer que somos mujeres”, dice Pasquinelli, explicando que en muchos países de Latinoamérica, pinchar las orejas de las recién nacidas es una forma de identificar que somos mujeres y adjudicarnos una feminidad ineludible. Esta herida se hace en nombre de la belleza y, por supuesto, sin nuestro consentimiento.

A partir de ahí se desglosan múltiples heridas e incomodidades escalonadamente haciéndonos resistentes al dolor en nombre de la belleza, desde la ropa apretada que utilizamos, hasta los procedimientos quirúrgicos que mutilan nuestros cuerpos.  

“A medida que vamos pasando el umbral de tolerancia a las violencias iniciales, nuevos márgenes de dolor se van atravesando, y esto implica naturalizar muy profundamente que existir como mujeres en el mundo implica dolor físico”.

La belleza como herramienta de movilidad social

La belleza también funciona como un medio de movilidad social, como un camino a la felicidad, como un camino al éxito, o simplemente a acceder a una vida más digna, y es que desde pequeñas, especialmente a las mujeres en contextos más vulnerables, se les enseña que ser bella es sinónimo de éxito. 

“Hoy se nos exige para cualquier trabajo a todas las mujeres en todo el mundo tener lo que se dice buena presencia, que es un eufemismo para decir belleza hegemónica, básicamente delgadez, juventud, blanquitud”.

Entre más estemos dispuestas a encajar dentro de los ideales de belleza, de mostrarnos sumisas, socializarnos y convertirnos en un objeto, hay más posibilidades de ser elegida por un hombre con dinero poderoso que nos exhibirá como un objeto más de su pertenencia, lo que finalmente le dará estatus, porque la belleza es eso, una herramienta de movilidad social y categorización.

“La belleza produce unas identidades cada vez más alienadas en apariencia, cada vez más dispuestas a la obediencia, cada vez con menos autonomía”.

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Redes sociales, la nueva escuela masiva de la normalización de violencia

La lógica de las redes sociales nos enseña y satura millones de veces de cuerpos hegemónicos, discursos hegemónicos y de recetas para tener esos cuerpos , y a la vez, nos adoctrina para ser sumisas. Aunque elegir depilarnos las axilas o comprar el mejor maquillaje en el mercado para tener acabados más pulcros parece una elección, la realidad es que es un instrumento completamente patriarcal instaurado en los algoritmos de las redes sociales.  

La opacidad, la falta de regulaciones, el auge de los líderes de ultraderecha y el clima sociopolítico invisibilizan contenido de resistencia. ¿Realmente sabemos de qué forma operan los motores de búsqueda? 

“Nosotras como individuas, como feministas, como activistas o como personas que circulan por las redes sociales, (debemos preguntarnos) cuáles son nuestras responsabilidades también. Debemos limpiar nuestras redes de consumos hegemónicos, de estos cuerpos hegemónicos, estos cuerpos blancos, delegados. Ese modelo de feminidad es funcional a la producción de nuestras identidades en la sumisión, necesitamos dejar de ver eso”, explicaLala Pasquinelli. 

Fuera de las redes sociales, es esencial tener una mirada crítica y es que la mayoría de las personas que nos rodean en realidad no son se ven como la promesa del canon hegemónico, por el contrario, nuestras madres, hermanas, amigas y compañeras son muy diversas. 

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Hackear el sistema, herramientas sublevadas

Proponer herramientas para mí era uno de los objetivos de este libro, porque yo veía que el mercado de alguna manera se estaba robando nuestras estrategias y nuestras palabras, me parecía muy importante recuperar y tomar eso y proponer algunas estrategias a partir de cosas que ya existen y que funcionan”.

“Hay todo un trabajo que es indispensable que lo sigamos haciendo, este trabajo es hackear esas narrativas hegemónicas y poner a circular otras narrativas”.

Este era uno de los principales propósitos de Lala Pasquinelli con La estafa de la feminidad, proponer alternativas, preguntas, provocaciones que nos acompañen en desmantelar el sistema hegemónico que nos somete a través de la belleza y la delgadez, por eso nos preguntamos, retomando a la autora ¿qué cosas ya no estás dispuesta a hacer para ser querida y aceptada?