¿Recuerdas tu platillo favorito preparado con maíz, calabazas o quelites? Estos ingredientes, herencia viva de la cocina tradicional del territorio mexicano, han reconfortado nuestro estómago y llenado el alma con sabores que nos recuerdan  al hogar, comunidad y territorio, al mismo tiempo que nutren nuestros cuerpos.

Pero, ¿te has detenido a pensar por qué la dieta de la milpa, la base ancestral de la alimentación mesoamericana,  es una forma de resistencia ante la colonialidad posmoderna?

La milpa no es solo un sistema agrícola, sino un territorio vivo donde se tejen relaciones de cuidado, reciprocidad y soberanía alimentaria. Entender la milpa implica reconocer que comer es un acto político y que está implícito el mensaje de la defensa de la tierra y la defensa de las variedades nativas. 

En entrevista con La Cadera de Eva, Mariana Castillo Hernández periodista y especialista en soberanía alimentaria, explica que la dieta de la milpa, basada en maíz, frijol, calabaza y quelites, es una forma de resistencia alimentaria, pues desafía directamente la imposición de modelos alimentarios coloniales y capitalistas que dominan la alimentación en México.

Resistencia anticolonialista y anticapitalista en un bocado

Desde el norte de México hasta Centroamérica, el teocintle, el antepasado silvestre del maíz, ha dado origen a 64 razas, de las cuales 59 son nativas. Este logro fue posible gracias a la sabiduría y creatividad de los pueblos originarios, quienes, a lo largo de milenios, domesticaron y diversificaron este grano hasta convertirlo en el corazón de nuestra alimentación.

La milpa, entendida como un agro-sistema alimentario basado, generalmente en el cultivo del maíz, frijol y calabaza, tiene más de nueve mil años de historia. Nació cuando el teocintle comenzó a transformarse en maíz y ha perdurado gracias a las comunidades originarias que mantienen viva esta relación con la tierra: personas que siguen sembrando, cosechando y cocinando sin depender de los supermercados ni de los sistemas de consumo que dictan qué es “prestigioso” comer, explica Castillo Hernández. 

Foto: Cuartoscuro
Foto: Cuartoscuro

Y es que la milpa, que se mantiene viva y vigente en cada bocado a pesar de los intentos de borrarla, por lo que es una poderosa forma de soberanía alimentaria que desafía directamente a los modelos de producción, consumo y conocimiento impuestos por sistemas de dominación colonialistas y capitales.

“Es muy importante llamar a la libertad, al plato, a que comer es un acto político y que tenemos que seguir pensando en que dejar fuera a las agroindustrias, que quiere imponer patente sobre los cultivos de todas las naciones”.

Para Castillo Hernández es importante recalcar que, el sistema de la milpa está intrínsecamente ligado al territorio, por lo tanto, la violencia contra la tierra se traduce en una amenaza directa a los alimentos porque “si el territorio está enfermo o en riesgo, el cuerpo también lo estará”. 

La milpa como punto de encuentro y comunidad

La milpa es, en muchos hogares, el eje que sostiene la alimentación cotidiana de millones de mexicanos. Según datos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), en México se consumen alrededor de 30 millones de toneladas de maíz al año. En promedio, cada persona ingiere medio kilo diario, lo que equivale al 50 % de la ingesta calórica y al 40 % de las proteínas que obtenemos de los alimentos.

Foto: Cuartoscuro
Foto: Cuartoscuro

Este consumo, que ni siquiera contempla otros ingredientes fundamentales de la dieta de la milpa revela una verdad innegable: nuestros cuerpos,  nuestros paladares y nuestros sabores están hechos de maíz, y por ende, en la resistencia alimentaria. 

“La milpa es colectividad, la milpa es cariño, la milpa es un sentido de filosofía profunda de entender que la Tierra nos da y nosotros debemos darle de regreso. Este es un trabajo de energía colectiva, de energía que transita de generación en generación y que además tiene implícito el tema del lenguaje y eso que nos importa”.

Su importancia para la formación de comunidad reside en la colectividad, reciprocidad y transmisión de saberes. Piénsalo, la milpa pasa por todo un proceso cíclico en el que la comunidad siempre está al centro; desde la siembra, que implica transmitir, de generación en generación, conocimientos sobre la selección de semillas para la resistencia climática y el cuidado de la salud familiar, lo que refuerza la identidad comunitaria hasta la preparación e ingesta comunitaria de comida hecha en casa. 

Este trabajo, en gran parte desarrollado por mujeres, por nuestras madres, abuelas y cocineras, se realiza en comunidad y tiene que ver con la labor cotidiana de cuidados, pues “no hay alimento sin territorio y no hay alimentos sin cuidado”, explica Castillo Hernández.