Una productora de miel en Yucatán ha alineado sus saberes con el de otras mujeres que son recolectoras y productoras de nueces; se teje una red de mujeres en la península del sur de nuestro país que no sólo protege las tierras sino también, da visibilidad al trabajo de las mujeres productoras que son pilar en la economía rural a través de la pesca, ganadería y agricultura.
Sólo en la península yucateca más de 3.4 millones personas son mujeres, lo que las convierte en una de las fuerzas laborales más importantes de la región, sin embargo, este trabajo se ve minimizado por la violencia de género, falta de posesión del territorio, discriminacion, falta de financiamiento, de recursos y capacitación.
Carmen Diana Deere y Magdalena León, autoras de “La brecha de género en la propiedad de la tierra en América Latina” sostienen que los privilegios de las tierras son gozados mayoritariamente por los hombres, esto por la estructura familiar y sistémica donde la mujer no tiene acceso a créditos, falta de programas estatales que distribuyan las tierras de manera equitativa y además, en caso de querer adquirir cultivos normalmente no son consideradas como compradoras serias o prefieren cerrar tratos con otros hombres.
De este contexto parte la resistencia de las mujeres de la península yucateca, pues han formado una red de apoyo de múltiples trabajadoras, redituado con salarios justos y haciéndolas partícipes de las decisiones del cultivo. Este es el proyecto Selva Viva 3G.
Impulsado por The Nature Conservancy, este proyecto liderado por Martina López Hernández tiene como objetivo la inclusión de las mujeres al mercado laboral, mayor participación y el desarrollo sostenible que lucha en contra de la reforestación y la erosión del suelo a través del cuidado y recolecta del árbol ramón.
Mujeres y el ramón
El trabajo de estas mujeres que provienen de diversas comunidades de la región consiste en labores de invernadero, cuidado de la fauna, protección agrícola y de ganadería, aclareos de la selva para facilitar la entrada de los rayos del sol, recolección de las hojas del ramón, cuidado de árboles de guanábana y ciricote. Esto tiene grandes impactos positivos en el medio ambiente al promover el ecoturismo, crear vías sustentables y proteger la fauna, especialmente, de murciélagos y aves que habitan los árboles gigantes del ramón.
Con casi 45 metros de altura este árbol prolifera en la península de Yucatán y en Centroamérica. Una especie milenaria de la que se habla en textos como el Popol Vuh y que fue alimento para los mayas, el ramón tiene múltiples beneficios y se considera el alimento del futuro al tener propiedades similares al maíz y ser libre de gluten, pues de acuerdo con el Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY), la semilla contiene un 53% de fibra.
El fruto, pequeñas bolitas verdes es el alimento de muchos animales desde monos hasta venados, y por dentro, posee una pequeña semilla que deshidratada y molida se convierte en una harina altamente nutritiva y esencial para la dieta del ser humano que además, tiene un sabor tostado a café, -libre de cafeína-. Por otra parte, la cáscara puede ser utilizada como infusiones relajantes y si se fermenta, genera un dulce licor. Finalmente, con la corteza del ramón se logran generar tónicos cutáneos que mejoran las vías respiratorias, pues son utilizados en la región para el asma o la bronquitis.
Aunque todos los beneficios del ramón sean palpables, el espacio es altamente amigable con el ecosistema, pues sólo se aprovecha el 30% del recurso para el consumo humano, mientras que el otro 70% se queda como alimento para los animales y la tierra misma.
El árbol del ramón es hogar, filtro de aire, almacenado de carbono, sombra y es alimento, todo esto, gracias al trabajo comunitario de múltiples mujeres que cuidan de esta especie a lo largo y ancho de 42 mil 520 hectáreas. ¿El objetivo de estas mujeres?: cuidar que haya suficiente, pues para ellas es el alimento del futuro y continuar desempeñándose activamente con más compañeras, familiares y amigas.
“La iniciativa no sólo apunta a alcanzar la igualdad de género, sino a generar un programa de inclusión social que influye en el bienestar de la comunidad y en la conservación de los paisajes naturales a partir de modelos de producción sostenibles” (Selva Viva 3G )
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