Seguro has visto esos chistes que circulan en redes sociales: la esposa que gasta mucho, el esposo que es un inútil sin su mamá, el matrimonio como una cadena perpetua, el amor como castigo. ¿Te hacen reír? ¿O te dejan una sensación incómoda?

Detrás de este “humor de pareja” supuestamente inofensivo se esconde una realidad muy seria: cómo la sociedad (y a veces nosotras mismas) normalizamos la humillación y el desprecio dentro de las relaciones.

Aquí te contamos por qué este humor es todo menos gracioso y cómo podemos empezar a romper el ciclo.

¿Por qué nos reímos de la humillación?

En entrevista para La Cadera de Eva, Hugo Barbosa, responsable de atención en GENDES —una organización que promueve relaciones igualitarias—, explica que para algunos hombres lo que resulta gracioso es precisamente “la humillación hacia la otra persona, la objetivación hacia la otra persona, en este caso hacia la pareja”.

Y no solo se queda ahí: este tipo de burla se extiende también hacia otras mujeres y hacia hombres de la diversidad sexual. Es una dinámica tan normalizada que casi no la cuestionamos. El humor que gira en torno a molestar o humillar a la pareja se ha aceptado como algo divertido.

Este tipo de humor se convierte en una herramienta cultural. Barbosa señala que, por mucho tiempo, se nos ha enseñado que cuando no tenemos las herramientas para lidiar con situaciones incómodas, lo que hacemos es “mofarnos, reírnos, contar el chiste”.

El humor como disfraz del machismo cotidiano

Los chistes sexistas no son solo malas bromas: tienen un impacto real y profundo.Una investigación de la Universidad de Granada (UGR) encontró que el humor sexista —en todas sus vertientes— refuerza los mecanismos mentales que incitan la violencia y el maltrato hacia las mujeres, especialmente en personas con actitudes machistas previas.

Este tipo de humor es una forma de “agresión encubierta o ridiculización”, como lo describe la periodista Runa Mukherjee Parikh. Se disfraza de “chiste” para que parezca que “no cuenta como hostilidad o prejuicio”.

Sin embargo, contribuye a lo que Hugo Barbosa llama “machismos cotidianos”: esas expresiones presentes en el día a día que se han naturalizado tanto que ya no las vemos como algo molesto.

Un ejemplo común son los apodos “cariñosos”, como “gordita” o “tontita”, dichos en tono de burla. Barbosa explica que casi nunca nos detenemos a pensar si ese sobrenombre está afectando emocionalmente a la pareja.

El miedo de los hombres a ser vulnerables

¿Por qué tantos hombres recurren al humor para despreciar —aunque sea sutilmente— a quienes se supone que aman? Barbosa cree que este mecanismo tiene mucho que ver con los mandatos de la masculinidad tradicional, que dictan que el hombre no debe mostrarse débil.

Una de las ideas principales es el miedo a la vulnerabilidad, lo que él describe así: “sí tiene que ver con esta idea de no verme débil, de no mostrarme vulnerable ante las miradas de otros hombres”.

Además, el humor suele usarse para evitar conflictos directos. Si un hombre siente incomodidad o malestar —por ejemplo, con la familia de su pareja o con algún hábito suyo—, en lugar de hablarlo directamente, usa la broma:

“Si yo sé que te lo digo de manera directa, va a generar un conflicto, una pelea, una discusión, y vamos a terminar mal. A lo mejor no quiero que eso suceda, pero tampoco me quiero quedar con la incomodidad que siento. Entonces, por eso utilizo mucho este recurso”, explica Barbosa.

Ese recurso le permite “estarte sobando, humillando, oprimiendo”, mientras ambas partes acaban normalizando la dinámica.

Cómo romper la dinámica (sin perder el sentido del humor)

Muchas veces, cuando señalamos estos chistes, la respuesta inmediata es: “¡Ay, qué fragilidad!” o “¡Ya no se puede decir nada!”.Pero como dice Barbosa, sí podemos mantener el humor sin denigrar. El cambio comienza por ti:

1. Habla sobre tu incomodidad. Si un apodo, una broma o un chiste te incomoda, comunícalo.“Creo que decir: ‘no, no me es cómodo, no es grato que me digas de esa forma’ es importante”, señala Barbosa. Si la burla es hacia tu familia o hacia ti, hay que expresar que “no son nada gratas, no son bonitas, y sí generan incomodidad a nivel emocional”.

2. Cambia el objetivo de la burla. No se trata de prohibir reír, sino de cambiar el enfoque. Barbosa menciona una frase popular en el stand up: “Tírale al de arriba. Ya no le tires al de abajo, porque el de abajo ya está oprimido, humillado o desvalidado”.

La intención debe ser cuestionar al sistema o a quienes oprimen, no seguir hiriendo a quien ya está en una posición vulnerable.

3. Deja de reír y cuestiona la intención. Para identificar si el humor raya en lo misógino, Barbosa sugiere un ejercicio de empatía:

“Piensa en el papel de la persona a la que se lo dirás. O si te lo están diciendo a ti, pregúntate: ¿me es cómodo?, ¿me siento denigrada o humillada?” Si la respuesta es sí, el problema no es solo el chiste, sino la creencia detrás de él.

Una estrategia que algunos hombres han adoptado para detener la reproducción de chistes misóginos y homofóbicos es simple, pero poderosa: dejar de reírse.

Como contó uno de los participantes en un grupo de trabajo con Barbosa:

“Cuando me comparten chistes misóginos y homofóbicos, dejo de reírme y digo: ‘no es gracioso tu chiste’”.

Al no engancharse ni coludirse, se evita seguir reproduciendo esas ideas.

Reírnos sigue siendo necesario. Pero reírnos del dolor ajeno no nos hace más fuertes; solo perpetúa el daño.Reírnos con conciencia, en cambio, puede ser el primer paso hacia relaciones más libres y honestas.