En México, las mujeres ocupan casi la mitad de los curules en el Congreso, lideran instituciones públicas y privadas, y representan el 50.5% de la matrícula en educación superior. A simple vista, la igualdad parece estar a la vuelta de la esquina.

Pero basta mirar hacia arriba —literal y simbólicamente— para notar que el liderazgo femenino aún enfrenta un techo de cristal grueso, reforzado con estigmas sociales, estructuras institucionales androcéntricas y una cultura laboral que sigue privilegiando lo masculino. Las universidades mexicanas no son la excepción.

¿Cuántas rectoras ves?

Aunque son mayoría en las aulas, las mujeres siguen sin alcanzar cargos de liderazgo en las universidades. A pesar de los avances educativos, las cifras son claras. Según datos del IMCO, en 2023 solo el 37% de las instituciones de educación, ciencia y tecnología en México estaban dirigidas por mujeres. En el caso específico de las universidades, esta cifra es aún menor: menos del 12% de las rectorías en instituciones públicas están en manos femeninas. Estas cifras contrastan con los discursos progresistas que abundan en los planes institucionales.

La academia también discrimina

Un estudio reciente publicado en Educational Management Administration & Leadership, liderado por las investigadoras Greeni Maheshwari, Lizbeth A. González-Tamayo y Adeniyi D. Olarewaju, profundiza en las causas de la brecha en el liderazgo universitario. Mediante entrevistas con 22 mujeres académicas —14 de ellas líderes actuales y 8 con aspiraciones de liderazgo— el estudio identifica cuatro barreras clave que obstaculizan el avance profesional de las mujeres en instituciones de educación superior mexicanas:

  • Desequilibrio entre la vida personal y profesional

Las mujeres entrevistadas expresaron que asumir cargos de liderazgo suele significar sacrificar tiempo familiar. La carga doméstica y de cuidados sigue recayendo, en su mayoría, sobre ellas. “Para aceptar un puesto directivo tengo que pensar qué tanto tiempo le voy a quitar a mi familia”, expresó una de las participantes.

  • Síndrome de la impostora

Muchas académicas dudan de su capacidad para liderar. “No me siento lista”, “creo que no cumplo con todos los requisitos”, o “seguro hay alguien más competente”, son frases que revelan una falta de confianza alimentada por años de socialización en entornos que privilegian liderazgos masculinos.

  • Falta de apoyo institucional

Aunque las universidades declaran tener políticas de igualdad, en la práctica pocas ofrecen condiciones concretas: licencias por maternidad adecuadas, guarderías, horarios flexibles o programas de mentoría. En palabras de otra de las entrevistadas en el estudio: “En teoría existe equidad de género, pero en la práctica, los hombres siguen siendo los elegidos para puestos importantes y con mejores salarios”.

  • Estigmas sociales persistentes

Se sigue viendo a las mujeres casadas o madres de familia como menos disponibles; las solteras, como cuidadoras eternas de sus padres. Si una mujer tiene hijos, “no podrá quedarse horas extra”; si no los tiene, “seguro pronto querrá embarazarse”. Los prejuicios no discriminan: lo hacen con todas por igual.

Pero no todo es obstáculo

El estudio también identifica cuatro factores clave que impulsan a las mujeres a persistir en su búsqueda de liderazgo:

  • Apoyo familiar: Varios testimonios destacan el rol fundamental de padres y parejas que alentaron a las entrevistadas a seguir estudiando, postularse a cargos y creer en sus capacidades. “Mi papá me enseñó que yo podía llegar a donde quisiera”, dijo una de ellas.

  • Deseo de impactar a la sociedad: Las académicas expresaron una clara conciencia de que ocupar cargos directivos les permitiría transformar entornos, influir en decisiones y motivar a nuevas generaciones. “Solo desde una posición de liderazgo puedo cambiar las condiciones en México”, afirmó una líder.

  • Aspiración al crecimiento profesional: El deseo de trascender, aprender, asumir desafíos y sentirse plenas profesionalmente es un motor poderoso. El estudio revela que estas mujeres no buscan poder por sí mismo, sino herramientas para transformar.

  • Ser referentes para otras mujeres: Saber que sus trayectorias pueden inspirar a otras jóvenes es, para muchas, una razón suficiente para persistir. “Si ellas me ven aquí, sabrán que también pueden llegar”, dijo una rectora entrevistada.

México y sus cifras: una radiografía cruda

La desigualdad de género en el ámbito laboral no es exclusiva del sector académico. Según el INEGI, solo el 44% de las mujeres mayores de 15 años participa en el mercado laboral, frente al 74% de los hombres. Además, las mujeres destinan en promedio 40.6 horas semanales a trabajo no remunerado —principalmente tareas domésticas y de cuidado—, casi el doble que los hombres (20.1 horas).

El IMCO ha advertido que, de seguir este ritmo, México tardaría más de 100 años en cerrar la brecha laboral de género. No es solo un asunto de justicia: también es una cuestión económica. Se estima que, si se incorporara a las mujeres al mercado laboral en igualdad de condiciones, el PIB nacional podría crecer hasta un 15%.

¿Qué se puede hacer?

Las autoras del estudio sugieren acciones en tres niveles:

a) Institucional: Programas de mentoría con perspectiva de género, ascensos transparentes que no penalicen la maternidad ni vida personal, derecho y acceso a guarderías, licencias equitativas, horarios flexibles; formación en liderazgo con perspectiva interseccional. b) Social: Desnormalizar la idea de que los trabajos domésticos y de cuidados son responsabilidad exclusiva de las mujeres, visibilizar liderazgos femeninos en medios, congresos y espacios públicos; romper con el estigma de que una mujer ambiciosa “abandona a su familia”. c) Gubernamental: Inversión en políticas públicas que promuevan la igualdad estructural, monitoreo efectivo del cumplimiento de normativas de equidad, incentivos a instituciones que alcancen metas de paridad en cargos directivos.

Más allá del discurso, el cambio cultural

Los hallazgos de este estudio revelan que, pese a los avances legislativos y educativos, el liderazgo femenino en las universidades mexicanas sigue limitado por barreras estructurales, culturales e institucionales. La brecha no se explica por falta de formación ni de ambición, sino por un entorno que aún no garantiza condiciones equitativas para que las mujeres puedan competir y ejercer en igualdad de circunstancias.