¿Alguna vez, mientras pruebas el ponche o rompes una piñata, te has preguntado de dónde viene realmente la Navidad que celebramos en México? Quizá al leer esto pienses: “ay, ya van a empezar de grinch” o “ya ni la Navidad se puede disfrutar, todo lo politizan”. Tranqui: nadie quiere arruinarte diciembre.
Pero entre el ponche, las posadas y los intercambios forzados, hay algo que casi nunca miramos: la Navidad en México no es una tradición inocente. Es una historia atravesada por colonización, imposición y, también, por resistencia. Y entender eso no le quita lo bonito a diciembre; al contrario, lo vuelve más honesto. Te contamos por qué.
¿Cuál es el origen de la Navidad en México?
Aunque la primera Navidad en tierras americanas ocurrió en 1492 en la isla La Hispaniola, cuando Cristóbal Colón construyó el fuerte “La Navidad” con los restos de la carabela Santa María, en México la historia tomó un rumbo distinto.
Algunos estudios históricos señalan que la primera Navidad propiamente mexicana se celebró en 1526, bajo la guía del misionero franciscano Fray Pedro de Gante. En su afán evangelizador, los frailes notaron una coincidencia clave: en el mundo mexica, el invierno estaba marcado por el Panquetzaliztli, la festividad dedicada al nacimiento de Huitzilopochtli, dios de la guerra.
Los pueblos originarios recibían invitados en sus casas y les ofrecían dulces de amaranto. Esa práctica comunitaria fue aprovechada por los evangelizadores para introducir el mensaje cristiano.
Fray Pedro de Gante fue clave en esta estrategia. Como explica el historiador Carlos Fernando López de la Torre, se trató de un proceso “pedagógico” (que hoy llamaríamos sin rodeos manipulación cultural) en el que los niños se disfrazaban de ángeles, las tilmas se pintaban con motivos cristianos y las fiestas indígenas fueron desplazadas poco a poco. De ahí surgieron las pastorelas, las posadas y los nacimientos que hoy consideramos tradiciones “de toda la vida”.

Foto: Cuartoscuro
¿Entonces es malo celebrar la navidad?
La pregunta aparece casi de inmediato cuando se empieza a hablar de colonialismo y fiestas decembrinas. Pero, otra vez, tranqui. Para entender cómo ese pasado sigue influyendo en la forma en que vivimos estas celebraciones hoy, conversamos con José Ángel Bastán, coordinador de incidencia de Política Pública en Racismo MX.
Desde su mirada, el problema no es la celebración en sí, sino la narrativa que se impuso sobre ella. La Navidad ha funcionado históricamente como una herramienta para consolidar un proyecto de nación homogénea, donde lo diverso se diluye en una idea única de “lo mexicano”.
“La celebración en sí misma ha sido un espacio de disputa política. Los Estados nación la han utilizado para construir una identidad nacional mestiza que muchas veces borra lo indígena”, explica.
José Ángel Bastán señala que muchos elementos que hoy damos por sentados en la Navidad —como la nieve, el frío o la iconografía europea— no surgieron de forma natural en México, sino que responden a imaginarios ajenos al territorio que fueron incorporados al relato nacional.
Explica que, aunque cerca del 80% de la población en México es morena, el mito del mestizaje ha servido para ocultar que muchas de esas personas siguen siendo víctimas de sistemas de opresión. En ese sentido, la estética navideña eurocéntrica borra realidades raciales y territoriales que siguen marcando la vida cotidiana en el país.
El experto señala que, incluso hubo intentos explícitos de “mexicanizar” la Navidad: en distintos momentos se propuso, por ejemplo, que fuera Quetzalcóatl quien entregara los regalos en lugar de Santa Claus, como una forma de acomodar la tradición sin cuestionar su lógica de fondo. Pero José Ángel Bastán subraya que la historia no termina en la imposición. También hay grietas.
“No podemos olvidar que fue en temporada decembrina cuando el EZLN (Ejercito Zapatista de Liberación Nacional) se levantó en armas. La Navidad también ha sido un momento para organizar rebeliones”, recuerda.
Desde revueltas de personas esclavizadas en el Caribe hasta movimientos indígenas contemporáneos, diciembre ha sido también un tiempo de ruptura, protesta y resistencia colectiva.
Navidad, mercado y resistencia cotidiana
Y es que la pregunta no es si celebrar o no la Navidad, sino cómo la habitamos: si la repetimos de forma automática o si somos capaces de mirarla críticamente, reconocer su historia y decidir qué sentido queremos darle hoy.
Porque entender el origen de la Navidad no implica renunciar a ella, sino disputarla: quitarle el peso de la imposición y devolverle el sentido comunitario que alguna vez tuvo, señala el experto. Y en esa disputa, hoy, ya no solo están en juego los símbolos o la fe, sino algo más cotidiano y urgente: el mercado.
José Ángel Bastán explica que el neoliberalismo convirtió la Navidad en una temporada de consumo masivo, donde la idea de comunidad se diluye entre promociones, intercambios obligatorios y tarjetas de crédito. Frente a ese modelo, propone un gesto político simple pero radical: volver a lo comunitario.
“No se trata de grandes discursos, sino de mirar a lo micro: al barrio, a las personas con las que convivimos, a quienes normalmente quedan fuera”, dice.
- Reivindicar la Navidad desde una mirada crítica implica:
- Reconocer su origen colonial sin negarlo.
- Entender que muchas tradiciones fueron impuestas, pero también resignificadas.
- Usar estas fechas para practicar una empatía que no esté mediada por el consumo.
Así que tranqui: nadie te va a quitar el ponche, ni cancelar las posadas, ni confiscar el arbolito. Solo te estamos diciendo que la Navidad, además de luces y villancicos, viene cargada de historia, poder y resistencia.
Celebrar sabiendo no amarga diciembre; al contrario, lo hace más interesante (y ya te deja tema para el recalentado).Porque si vamos a repetir rituales heredados de la colonia y del mercado… mínimo que sea con conciencia crítica, comunidad y un vasito de ponche.

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