Hace tres décadas, hablar de aborto en Colombia era casi imposible. En aquel entonces predominaba el estigma, miedo y el silencio. Ana Cristina González, una de las voces más visibles en la defensa de los derechos reproductivos en América Latina,  comenzó a organizarse con otras feministas: “La Mesa fue naciendo hace ya 25 años cuando el aborto estaba totalmente prohibido en Colombia. En ese momento nadie hablaba abiertamente del tema por miedo a que se empeorara la situación”.

De ese silencio forzado nació un movimiento que terminaría por cambiar la historia: la Mesa por la Vida y la Salud de las Mujeres. Lo que comenzó como una red pequeña de feministas se convirtió en referente regional. Primero con el fallo de la Corte Constitucional en 2006, que abrió tres causales, y después con la sentencia de 2022 (Sentencia C-055) que despenalizó el aborto hasta la semana 24.

“Nadie nos ha regalado nada”, insiste González. “Las feministas hemos construido una agenda pública y hemos luchado para que se vuelva importante en la sociedad".

De la medicina al feminismo

Ana Cristina se formó como médica. En su camino descubrió que había algo que no se nombraba: la arbitrariedad con la que se trataba a las mujeres. “Antes de ser feminista lo que me pasaba era que sentía mucha indignación, sobre todo con la arbitrariedad, pero no sabía nombrarla.”

Fue la literatura feminista y los grupos de mujeres lo que le dio las palabras. “El feminismo era el espacio tanto para el pensamiento como para la acción desde el cual podía interpretar esas indignaciones frente a las injusticias y, sobre todo, nombrarlas y ayudar a que se transformaran".

Ese tránsito también marcó su camino profesional: dejó la clínica para dedicarse a la investigación, la incidencia política y la construcción de estándares internacionales en derechos humanos.

“Yo soy fundamentalmente una activista feminista y eso lo llevo a todos los ámbitos de mi vida”, resume.

Cuando empezó su activismo, hablar de aborto era tabú. “Nos costaba hablar y, sobre todo, encontrar una forma de hablar.” Con la Mesa encontraron una estrategia: abrir la conversación en sus propios términos.

Además de su papel en la Mesa, González es pionera del movimiento Causa Justa, la articulación feminista que logró la despenalización del aborto hasta la semana 24 en Colombia.

Como médica y doctora en Bioética, aportó su experiencia académica y su activismo a un litigio estratégico que cambió el curso de la historia. Causa Justa consolidó redes intergeneracionales y colectivas que hicieron posible un fallo histórico, y convirtió a González en referente regional en derechos sexuales y reproductivos.

Primero fueron las tres causales de 2006. Pero pronto entendieron que ese marco no alcanzaba: “Estábamos intentando acomodar nuestras demandas a tres causales, cuando lo que sabíamos era que el delito de aborto era ineficiente, injusto, contraproducente. La única manera de avanzar era proponerle a la sociedad una conversación en nuestros propios términos.”

Ese viraje, dice, fue un acto de liderazgo feminista: mover la frontera del debate aun cuando parecía imposible.

Liderar desde el feminismo

Para González, el liderazgo no se mide en títulos ni en atributos individuales. “Es una actividad, una predisposición a atender cuáles son los problemas que una sociedad debería resolver. Y el liderazgo feminista atiende problemas que requieren transformaciones profundas de la realidad, de los valores, de los arreglos institucionales, sociales, culturales, familiares".

Su propuesta rompe con la lógica patriarcal del líder solitario. “Nuestras redes son sagradas, porque son las que sostienen nuestra causa.” Y rechaza la idea de recambio generacional: “No creo en el recambio. Los espacios más ricos son donde confluimos todas: las de 90, las de 80, las de 70, las de 50, las de 30, las de 16.”

En su visión, la mentoría no es jerárquica sino una transferencia de experiencia y escucha activa.

“No es alguien que viene a enseñar a otra, sino alguien que invierte tiempo y escucha para que emerjan más voces propias"

Ese traspaso de saberes también implica dejarse cuestionar por las más jóvenes. “Escuchar activamente, incluso cuando las ideas de las personas nuevas desafían las tuyas propias, también es una manera de potenciar el conocimiento”.

El liderazgo feminista, reconoce, también tiene tropiezos. Ella misma admite que su obsesión por planear y analizar a veces se volvió un obstáculo. “Si el plan que tenías no funciona, te cuesta mucho salirte de ahí. Nos pasó varias veces en Causa Justa y eso te obliga a pensar en otros caminos, en otras ideas".

Durante los 523 días que la Corte Constitucional tardó en decidir sobre la demanda de despenalización, el movimiento tuvo que resistir y reinventarse. Fue un aprendizaje sobre flexibilidad, creatividad y paciencia.

Convicción sin fecha de vencimiento

Ana Cristina nunca le puso límite a su activismo. Cada pequeña conquista fue parte de un camino más grande. “El feminismo es constitutivo de mi vida, de mi existencia, del mundo en el que creo. La razón que me mantiene es la convicción profunda de que vale la pena y de que se puede conquistar un mundo mejor para las mujeres.”

Y esa certeza, dice, está sostenida en los logros heredados de otras y en la obligación de dejar un legado.

A las jóvenes que hoy abrazan el feminismo, Ana Cristina González les comparte tres recomendaciones. La primera es formarse: leer, estudiar, entrenarse. No todo es vocacional; también hay que aprender cómo se comunica, cómo se negocia, cómo se lidera”, asegura.

La segunda es construir alianzas, porque el trabajo colectivo es lo único que sostiene luchas de largo aliento. Y la tercera, practicar la autocrítica de manera constante. “Todas reproducimos prácticas patriarcales. Lo importante es tener espacios de confianza donde podamos revisarnos y corregirnos”, afirma.

Lo dice con la memoria de quien fue ignorada muchas veces: "Yo también fui joven y me demoré muchos años en que otras se dieran cuenta de que existía. Nunca me cansé de levantar la mano ni de opinar. Así se van generando los espacios”.