“La poesía es una fiesta con popper y totis a la que todes podemos entrar”. Perra Mala 666 nació como un proyecto autogestivo de poesía a micrófono abierto, donde voces disidentes se reúnen para enunciar, a modo de celebración, palabras convertidas en poesía, goce y resistencia.
En Perra Mala 666 (Utópicas, 2025), una antología seleccionada por Gizeh Jiménez y Priscila Palomares, la oralidad trasciende la barrera del sonido, nacida de la colectividad entre ‘compas’, donde las, les y los poetas dialogan con el territorio, la corporalidad, el aborto, la menstruación, el cuerpo trans y más, para imprimir en papel palabras vociferadas con estruendo.
Alejadas del canon de la poesía occidental, comúnmente asociado con los autores “clásicos” de la poesía como Virgilio en la Grecia Antigua, u Octavio Paz en el canon latinoamericano —clásicos entre comillas, porque siempre son “ellos”, hombres blancos, occidentales, cuya obra se enseña como la expresión máxima de la escritura. El internet lo réplica, el “clásico” es el “sustantivo masculino” de un “modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia”—, las voces detrás de Pela Mala 666 no sólo son revolución literaria, son irreverencia académica antihegemónica.
Las voces participantes son diversas; quienes han escrito con maestría durante años y quienes, por primera vez, comparten remembranzas crudas, caóticas, feroces y seductoras, porque en Perra Mala 666, la poesía es memoria, palabra y oralidad entrelazada, así lo plasman Jimena González, Gizeh Jiménez, Sara Uribe, Sandra Sánchez, Lazaro Izael, Citlalli Ixchel, Elvis Guerra, Alioth, y más poetas, mujeres, mujeres trans, personas no binaries y de la comunidad LGBTQ+.
Perra Mala 666, la poesía es un fiesta para todxs
En entrevista con La Cadera de Eva, Gizeh Jiménez y Priscila Palomares recuerdan que Perra Mala 666 surgió hace más de siete años como un evento contracultural. Su primer evento tuvo lugar en Guadalajara, durante la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), como una respuesta a no haber sido invitadxs al evento que presumía de celebrar la literatura —una literatura que excluye y empuja a crear nuevos espacios donde la palabra, sea de quien sea, es celebración—.
Perra Mala 666 también nació de la experiencia personal de Gizeh Jiménez al mudarse de Monterrey a la Ciudad de México, cuando notó que los eventos de poesía a los que asistía estaban "llenos de vatos heterocis", de hombres cisgénero y heterosexuales, cuyas experiencias reflejadas en estos espacios no eran con las que elle se identificaba personalmente.
Así, en medio de una fiesta, decidió crear Perra Mala 666, un proyecto inicialmente creado para albergar las voces de mujeres poetas, que con el tiempo se expandió para incluir una pluralidad de experiencias y voces.
La poesía es una fiesta para todas las voces alejadas de la hegemonía, no centralizadas, “tenemos a gente como Sara Uribe, que admiramos mucho y que tiene mucha trayectoria, pero también hay gente que publica por primera vez en un libro como Aliot, que se paró en un Perra Mala a leer sus primeros poemas”, toma la palabra Priscila Palomares.
“Muchas veces cuando se habla de antologías hay un ejercicio de jerarquización que está implícito, que desde el prólogo te dices ‘estas son las voces de la poesía mexicana’; en Perra Mala, lo que buscamos también con el prólogo y con la selección de voces es una invitación para que tú también te atrevas a leer y compartir esa poesía que escribes”, reflexiona Palomares.
El libro, de color rosado, ornamentado con ilustraciones de la ilustradora Thania Díaz Gómez, traduce la atmósfera de Perra Mala a traves de el diseño y la edición, un logró de la coordinación editorial de Gizeh Jiménez, quien tenía claro que el libro debía ser “hermoso como objeto”, pues quería que lo tomara y, sin saber qué había dentro, pensara “qué belleza”.
Con el libro entre las manos, Gizeh Jiménez y Priscila Palomares responden:
¿De qué manera Perra Mala 666 cuestiona logra interpelar al canon de la poesía?
“Existe un canon occidental, creado, por ejemplo, por Harold Bloom, quien decía que no había tiempo para leer todos los libros y que él seleccionaba “los que valía la pena leer”. Esa selección ya implicaba sesgos, la mayoría eran hombres y apenas incluía tres mujeres como Virginia Woolf y las hermanas Brontë y, por supuesto, no había voces trans.
Ese modelo de selección ha permeado en instituciones mexicanas de literatura, en becas, premios, publicaciones, incluso en el open mic. Yo, que vengo de Monterrey, de un entorno conservador, y además estudié letras en una universidad conservadora, me encontré con Perra Mala como un espacio que rompía esos sesgos. Al principio ni entendía todo lo que pasaba, pero pronto reconocí que era el único lugar donde me sentía cómoda leyendo poesía.
Lo disruptivo de Perra Mala es que no hay competencia, no se trata de medir quién escribe “mejor”. Es una fiesta con tus compas, no un concurso de outfits. Y eso, en sí mismo, rompe la jerarquía del canon. Aquí no se trata de medir egos ni “verguitas”, se trata de compartir desde la pluralidad, de escuchar y dejarse tocar por otras voces y experiencias”, responde Jiménez.
¿Cómo equilibran en esta compilación ambas dimensiones: la fiesta y el goce con la denuncia y la resistencia?
“Yo creo que la fiesta es, hoy en día, profundamente revolucionaria. En un contexto capitalista donde incluso nos quitan el sueño y el tiempo libre, la fiesta se convierte en un espacio de resistencia”, señala Palomares.
“Y no hablo de cualquier fiesta” continúa Jimenéz “porque también existen espacios LGBT+ mercantilizados, donde la entrada cuesta 600 pesos. Perra Mala se mantiene gratuito precisamente para ser una fiesta y comunidad, no un producto de consumo.
La fiesta, en nuestro caso, significa comunidad, escuchar al otro, compartir, no competir. El capitalismo nos ha arrebatado esos espacios y nosotros buscamos recuperarlos. Como decía Pris, se trata de convivir y crear colectivamente, porque eso también es resistencia”.
¿De qué manera las voces de la compilación conforman comunidad?
Para Priscila Palomares, la escritura suele vivirse como algo solitario, pero Perra Mala rescata lo colectivo. “La metodología del libro fue muy cercana, somos amigas, y lo que hicimos fue juntarnos, leer en voz alta los textos que nos mandaron y comentarlos con alegría. A partir de ahí les fuimos dando orden.
No hay un acomodo rígido, más bien lo sentimos de manera orgánica, aunque sí agrupamos bajo ciertos paraguas: textos más divertidos, otros sobre el cuerpo y otros más de denuncia”, menciona.
“La diversidad surgió de manera natural porque Perra Mala es eso, diversidad de emociones, de personas y de temas. Me encanta leer desde un poema sobre una experiencia personal de violencia hasta el de Pris, que me fascina porque rompe con el estereotipo de que Monterrey solo está lleno de “fachos”. Ese texto refleja cómo las élites empresariales han apagado voces y sometido al estado, y trasladar esa experiencia sociopolítica a un poema es algo poderosísimo” añade Gizeh Jiménez.
Hablando de la comunidad, ¿cómo podemos seguir implementando desde los independientes la creación de solidaridad y resistencia a través del arte?
“Yo creo que deben existir más Perra Malas en más lugares. Son un espacio de resistencia dentro de la poesía. Aunque muchas veces se perciba como algo menor, la poesía es un signo vital en toda sociedad. Cuando se institucionaliza, es como si la castraran.
Devolverle la vida a la poesía como punto de encuentro comunitario es valiosísimo, especialmente para la comunidad LGBT. Perra Mala es un micrófono abierto para mujeres y personas sexogenéricas. Es importante recordar que la poesía es nuestra, que nadie nos la puede arrebatar, y que a través de ella se forma comunidad”, explica Palomares emocionada.
Del otro lado, Jiménez reflexiona sobre la extensión del clima político en el contexto Latinoamérica, en donde los fascismos crecen y la tensión entre grupos opositores se agudiza.
“En algún momento parecía que todo iba hacia adelante, más fiestas lenchas, más espacios LGBT, más visibilidad. Pero el mundo es cíclico, y de repente volvemos a vivir bajo regímenes fascistas y ultraconservadores. Mientras compilábamos el libro, le dije a Pris: ‘Qué importante hacer esto, justo ahora que no todo son flores y diversión, sino un retroceso en derechos, en la idea de qué es natural o quién merece existir’”.
En este contexto, ¿cómo podemos seguir creando arte desde nuestras propias trincheras, sin que necesariamente sea denuncia explícita, sino también desde el goce de existir?
Gizeh Jiménez responde: “Queremos crear sin sentir que todo debe subirse a internet o alimentar un algoritmo. Crear porque hacerlo genera comunidad. Incluso cuando hay personas a quienes Perra Mala no les gusta, para mí eso es maravilloso: no tiene que ser para todo el mundo. Si no te resuena, busca otro espacio y haz tu propia comunidad. Eso es parte de lo valioso”.
“Lo que yo agregaría es que no hay que pedir permiso ni para escribir ni para mostrarnos como somos. Muchas antologías de literatura mexicana surgieron porque los grandes nombres recibieron encargos institucionales. En nuestro caso, nadie nos pidió esta compilación: fuimos dos amigas que dijimos ‘nos gusta y queremos compartirlo’.
Así se abrieron las puertas. La poesía y la comunidad no tienen dueño. Existen porque nosotras existimos y las creamos”, finaliza Priscila Palomares.