La primera vez que recurrí a una empresa mexicana de tecnología financiera (Fintech) como medio de pago me generó mucho miedo e incertidumbre. Era la primera vez que recurría a un método nuevo y digital. Recuerdo que en esos momentos 2020, en plena pandemia de COVID-19, estaba totalmente endeudada con mi tarjeta de crédito y aparte estaba pagando un préstamo de nómina en otro banco.

Los intereses que generalmente crecen de forma acelerada cada mes ya estaban controlados porque en ambas instituciones había pedido una restructuración de la deuda. De tal forma que prácticamente trabajaba para pagar las cuotas que ambas instituciones me exigían mensualmente. Entregaba mi sueldo íntegro con tal de saldarlas. 

También, por esas fechas me convertí en mamá por primera vez. Explicación del porqué me empecé a endeudar: entre pañales, leche de fórmula (ya que daba lactancia mixta), medicamentos y pediatra, el sueldo de mi esposo y el mío nos alcanzaba para cubrir todo eso, pero a cuotas de meses con y sin intereses. 

En este contexto llegó Navidad y quería regalarle a mi hija un juguete respetuoso de madera, un balancín. Claro que no podía pagar el juguete de contado y mucho menos utilizar mi tarjeta de crédito. Fue entonces cuando descubrí que hay una variedad de Fintech que te permiten comprar a quincenas sin hacer ningún pago por adelantado. 

Siendo la única opción que tenía decidí probar y obtuve mi juguete; el cuál pagué puntualmente en quincenas, con su respectivo interés. 

Lo que me interesa reflexionar con ustedes, no son las formas cada vez más accesibles que tenemos para endeudarnos, sino el ¿por qué nos hemos acostumbrado a tener que vivir a cuotas? Pagos semanales, quincenales o mensuales se han normalizado en nuestra cotidianidad porque nuestro sueldo no alcanza para subsistir.

Por más que el salario mínimo mensual ha aumentado, de $2,650 pesos en 2016 a $8,400 en 2025, el sostenimiento de la vida, para la mayoría de las familias mexicanas se ha vuelto cada vez más caro. 

La Encuesta Nacional sobre Salud Financiera de 2023 encontró que un 36.9% de la población mayor de 18 años se encuentra con un nivel alto de estrés financiero. Estrés que se traduce en dolor de cabeza, gastritis, colitis o cambios en la presión arterial. 

Si relacionamos este estrés financiero con las deudas que tenemos que adquirir para subsistir, podemos leer la deuda de nuestros hogares en términos políticos, sociales y comunitarios. No tendríamos porqué cargar con este tipo de violencia producto de los modelos económicos hegemónicos que el Fondo Monetario Internacional a través de los Objetivos del Desarrollo Sostenible o las Agendas Globales nos incita a aplicar. 

La Agenda Global desde hace más de una década está enfocada en permitir “acceso a oportunidades de crecimiento vitales como la energía, el agua y el crédito” (ODS) en dónde señalan que los pagos digitales contribuyen a su correcta implementación.

La forma en que se articuló está política desde Naciones Unidas fue a través de la Alianza Better than Cash “La Alianza Mejor que el Dinero” que en México se convirtió en la Estrategia Nacional “México Digital” que vio la luz en 2013 y buscaba una transición de pagos en efectivo a pagos digitales y de esta forma empezar a incluir financieramente a la mayor parte de la población.

Esta facilidad del mundo digital aunado a un contexto mexicano donde el salario permanecía bajo y no aumentaba por una idea de la derecha neoliberal de que causaría inflación, nos obligó a acostumbrarnos a tener dobles trabajos o a vivir limitados o endeudados. 

Por supuesto, la Alianza buscaba insertar a más población y buscó una estrategia enfocada en incluir financieramente a las mujeres y a los más vulnerables; a los más pobres de los países. No es ajena la bancarización que se empezó a llevar a cabo con los beneficiarios de programas sociales, sobre todo con dos programas ejes de la política social: Oportunidades-Prospera (hoy extinta), y Pensión para Adultos Mayores (hoy Pensión para el Bienestar). 

Incluirnos financieramente en la banca formal, a través de una tarjeta bancaria no podría tener mayor problema si no es que el sistema financiero que ya hemos visto que es voraz siempre está buscando la forma de endeudarnos o de obtener intereses por revisar saldo en la cuenta o por retirar dinero en un cajero automático ajeno al banco de emisión. 

En países del Cono Sur, está bancarización de beneficiarias abrió la puerta a préstamos en la banca formal donde el programa social funcionó como comprobante de ingreso (Gago & Cavallero, 2020). En un contexto de crisis se observó que el sistema financiero con tal de no perder adeptos desplazó al salario por el programa social, absorbiendo a los más pobres de los pobres: los beneficiarios de los programas sociales. 

En México aún no tenemos estudios que permitan con exactitud saber si los programas sociales han funcionado como comprobante de ingreso, pero debemos poner atención porque tal vez no estamos tan lejos. 

Lo que sí podemos observar es cómo este mundo financiero digital representado por las Fintech ha revolucionado la forma que compramos, interactuamos y subsistimos. Nos hemos acostumbrado a través de estas a pagar en cuotas y con intereses que rondan de un 70% hasta un monstruoso 453.6% anual. Lo peor es que aceptamos pagar esos intereses con tal de que podamos mantener a nuestras familias. 

Una vez que no podemos pagar y estamos endeudadas y que se nos ha hecho creer que es por nuestra incapacidad para organizarnos por falta de educación financiera. Tendríamos que pasar del temor a la rabia cuando entendemos que, citando a Luci Cavallero: “la deuda, por más que se pretenda abstracta, por más que nos quieran vender que se reproduce a sí misma, que no tiene nada que ver con los cuerpos, que no tienen nada que ver con el trabajo, la deuda implica violencia” (Cavallero, 2024).

A esto se le ha llamado economía de la violencia, a la unión entre bajos salarios y el acceso a contratar deuda de manera inmediata. Que se traduce en financiar nuestro presente esclavizando nuestro salario futuro; o en el caso de nosotras las mujeres financiar muestro presente para quedarnos esclavizadas a situaciones violentas con tal de saldar las deudas que contrajimos para vivir.