Alguna vez te has preguntado: ¿qué es ser una buena ama de casa? La literatura costumbrista está repleta de ejemplos sobre lo que la sociedad espera de la mujer en el hogar; sobre la forma en la que debe conducirse y en algunos casos, ya nos alertaba Manuel Payno (2002 reedición), también sobre la forma en la que debe vestir.

Al hablar de ama de casa abordamos un hecho que refiere a la mujer fuera del espacio público, fuera de la fuerza laboral productiva, con la paradoja de tener un

trabajo al interior del hogar, pero no un salario.

La mujer, nos decía Rosario Castellanos (2010), se educa y vive en función de casarse. Incluso menciona cómo los esfuerzos por educarse o lograr un mayor nivel académico se diluyen en cuánto se casa; es cómo si todo lo aprendido no valiera la pena. Ya que el matrimonio requiere una nueva instrucción.

Mismo evento relata Jazmina Berrera (2024) cuando nos coloca a Elena Garro en el pináculo de su relación desigual y violenta con Octavio Paz. Nos narra a una Elena adolescente, interesada en seguir estudiando que es engañada para casarse y con esto sella las posibilidades de cualquier ejercicio formal del pensamiento.

La literatura escrita por mujeres transmite en su discurso un dejo de impotencia, al narrar eventos que deben ser nombrados pero que son tan cotidianos o por el contrario son tan aterradores que no se cuentan con facilidad. La misma Castellanos (2020) aborda el matrimonio de una forma irónica. Con una dualidad propia de su genialidad y de su vida misma. La esposa que sacrifica todo por su familia donde al centro está el esposo, y la esposa que sabe que sin ese título no está completa su misión de ser mujer.

Esta construcción social que han hecho sobre todo los varones de lo que significa ser mujer trae consigo virtudes establecidas: constancia, lealtad, paciencia, castidad, sumisión, humildad, recato, abnegación y espíritu de sacrificio. Lo que hace que la vida de la mujer casada en la mayoría de los casos se vaya marchitando en silencio. Al girar su mundo entorno a su familia.

A la mujer se le da al interior del matrimonio la función de administrar el hogar. Ella se convierte en administradora de un dinero que no es suyo y del cual se le juzgará sobre la forma de gastarlo. Aquí es relevante hacer un paréntesis con una idea que retomaré más adelante. La esposa administra el hogar en función del bienestar de su familia, recibe un monto de dinero para comprar lo que se necesitará, pero qué sucede cuándo el salario del esposo deja de ser suficiente y la esposa debe buscar formas de endeudarse o de conseguir un trabajo que le permita cubrir ese vacío y seguir con su trabajo de administradora del hogar.

En un estudio realizado por Viviana Zelizer (2011), ella a través de una investigación histórica muestra cómo las mujeres casadas han creado estrategias para incluso solventar necesidades básicas para ellas como el vestido y calzado. En este estudio nos da elementos para señalar que incluso las mujeres casadas están cruzadas por la interseccionalidad. Mientras las esposas de clase media reciben un dinero por parte del esposo exclusivo para comprar lo básico del hogar; las esposas de la clase obrera reciben el salario de los esposos para administrarlo de la mejor manera.

Sin embargo, ambas se ven limitadas porque nada de ese dinero es suyo. Ambas deben dar cuenta del buen manejo del mismo. Al no reconocer las actividades de las esposas en el hogar como trabajo y no darles un salario, sin importar el grado de pseudolibertad que el esposo les permita, la mujer puede ser violentada económicamente.

Esta violencia económica inmoviliza a las mujeres y hace que se queden en relaciones violentas. No les permite dejar a su agresor y paradójicamente ingresar al mercado laboral “formal” y recibir un salario no es una opción por el trabajo que ya tiene en el hogar y en la crianza de los hijos.

Ahora en pleno siglo XXI con una presidenta al mando de nuestro país pareciera que toda esta violencia que se ejerce sobre la mujer al casarse queda muy lejana, pero no. Según los datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2021 un 25.7% de mujeres casadas sufren violencia económica, mientras que las solteras la experimentan en un 16.9%.

A esto se le suma un contexto económico donde el salario mínimo se mantuvo en condiciones precarias lo que ocasionó que el salario del esposo no fuera suficiente y en algunos casos la mujer entró al mercado laboral. En otros casos buscó formas de disminuir el gasto en el hogar y de pedir préstamos entre vecinos o empeñar objetos. Lo que generó un panorama de deuda económica en el hogar, empeñando con esto el salario futuro y esto hizo, como mencionan Cavallero y Gago (2020) que la mujer nuevamente sea la más violentada ya que acepta cualquier trabajo con el sueldo más bajo por la necesidad de pagar las deudas o por el miedo a que no se entere el esposo de su deuda.

Me surge la pregunta de cómo hacer para que la mujer casada pueda tener autonomía sobre su vida, cómo hacer para que tenga un ingreso. Un ingreso real y no el dinero que administra para su hogar. Dentro de la política social, en el Estado de México se diseñó un programa social llamado Mujeres con Bienestar, antes Salario Rosa. Este programa da cuenta de la vulnerabilidad de la mujer en el hogar, pero sólo está enfocado en mujeres jefas de familia y la temporalidad sólo es de una entrega, máximo dos; por lo tanto, no busca dotar de autonomía a la mujer. Se necesita un programa que reconozca que las labores de las mujeres en el hogar son un trabajo y que, por lo tanto, requieren un salario. Esto permitiría, tal vez, que las esposas pudieran identificar situaciones de violencia más fácilmente, porque tendrían la forma de huir de su agresor.

Las mujeres casadas también son vulnerables y violentadas. Debemos tomar medidas para que este tipo de situaciones que parecieran normalizarse en el matrimonio se verbalicen.

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