En el sistema patriarcal se ha glorificado “el sacrificio” como manifestación de amor. De manera particular se espera que las mujeres sacrifiquemos nuestros deseos, necesidades y desarrollo a favor de las y los otros. Se piensa que de manera “innata” tenemos una predisposición natural para hacerlo.
Es decir, que “la buena mujer y la buena madre” se sacrifica por otros, y que esto además, es un acto de amor deseable y esperable propio del género femenino.
Para entender este fenómeno e identificar cómo afecta nuestra vida y desarrollo, comenzaré por definir, brevemente, lo que entenderemos por sacrificio en el sistema patriarcal. Para ello, es importante decir que el sistema patriarcal es una estructura histórica, jerárquica y desigual que establece estereotipos, roles y mandatos vinculados al género, es decir, una serie de expectativas de lo que cada persona va a ser y hacer, o desempeñar en la vida.
Desde la lógica del sistema patriarcal se han asignado, a cada uno de los géneros, características y funciones específicas englobándolas en lo femenino y lo masculino, colocando en un lugar de superioridad lo que se considera masculino vinculado a los hombres y de inferioridad, lo que se considera lo femenino y de las mujeres. A partir de dichas distinciones jerárquicas se han constituido sistemas sociales, jurídicos, políticos, culturales, ideológicos y educativos, dando origen a relaciones desiguales en las que se privilegia a ciertos grupos con respecto a otros.
Algunas de estas creencias son más fáciles de identificar y otras operan de manera casi imperceptible. Se han repetido y transmitido de generación en generación, sin reflexión alguna, convirtiéndose en la norma, es decir, en lo común.
Al mismo tiempo, se ha pensado que muchas de estas características y funciones, entre ellas el sacrificio, forman parte de una supuesta naturaleza o esencia de las mujeres, estableciéndose como elementos fundantes de su identidad. Esto ha justificado muchas de las desigualdades y violencias hacia las mujeres.
Se establecen así una serie de creencias que afectan nuestra manera de mirarnos y mirar el mundo, de establecer relaciones y construir todo tipo de instituciones.
Ahora bien, cuando hablamos de sacrificio dentro del sistema patriarcal, nos referimos al acto “voluntario” de renuncia de algo de valor personal como podría ser tiempo, deseos, necesidades, anhelos, intereses y recursos a favor de otras personas, anteponiéndolos, incluso, a costa de nuestro propio bienestar.
Se espera que, principalmente las mujeres, pongamos en primer lugar las necesidades de las y los demás, de no ser así, seremos catalogadas y juzgadas como egoístas, frías y equivocadas. Lo más delicado es que, en este sistema patriarcal de creencias, la disposición al sacrificio, se ha considerado como un impulso natural vinculado a la identidad y al amor. Entonces, cualquier intento por liberarse de dicho mandato es duramente juzgado y reprimido, ya que entre otras cosas atenta con el estado patriarcal de las cosas.
Esta creencia, entre otras, ha permitido, provocado y fomentado que se justifiquen muchos abusos y violencias cotidianas. Facilita que se tejan relaciones de dependencia, indefensión, silencio y sumisión, generando la falsa promesa de que el sacrificio puede cambiar las conductas de los demás y traerá amor eterno.
Al mismo tiempo provoca frustración, resentimiento y rencor en quien se sacrifica e impide el pleno desarrollo y el libre ejercicio de los derechos de las mujeres.
Cuestionar la creencia de que el sacrificio es propio de la identidad de las mujeres como manifestación de amor, nos permitirá pensarnos en igualdad de oportunidades, trato y derechos.
Renunciar al sacrificio para enunciarnos desde la autonomía, la responsabilidad y la libertad nos permite relacionarnos desde una posición de poder para la vida.
Nos permite reconocer, manifestar y actuar para lograr lo que queremos y satisfacer lo que necesitamos.
El autocuidado, la responsabilidad y la autonomía producen libertad y movimiento, paz y bienestar. Esto permite establecer relaciones respetuosas, amorosas y equitativas. Para lograrlo, no basta con la voluntad individual, es necesario un cambio estructural que establezca las condiciones de posibilidad para que se convierta en realidad.
Hay muchos ejemplos que nos muestran cómo está presente el sacrificio en nuestras vidas y como estos, aparentemente intrascendentes, van construyendo un estado de dependencia, sumisión y opresión. Enlisto solo algunos y te invito a pensar en otros, para que así, juntas, juntos podamos desactivarlos.
- Cuando dejamos de expresar nuestros gustos y opiniones para que alguien más no se sienta mal.
- Cuando las niñas o las mujeres dejan de ir a la escuela o hacer alguna actividad por realizar las labores domésticas y de cuidados.
- Cuando me sacrifico sin ir a la fiesta o salir con mis amigas y familiares para que mi pareja no se enoje o sienta abandonado.
- Cuando se distribuye el dinero privilegiando su uso para el desarrollo de los varones por encima de las mujeres.
- Cuando la pareja se apropia de nuestras ideas y nos quedamos en silencio para “no lastimarlo”.
Desenmascarar e identificar las conductas de sacrificio, aparentemente voluntarias porque forman parte de una supuesta identidad de las mujeres, es el primer paso. Desarticularlas y desactivarlas es un trabajo individual y colectivo, que requiere del pleno reconocimiento de las niñas y las mujeres como sujetas de derecho. Nuestro valor no está en nuestra capacidad de sacrificio, anularnos, negarnos y silenciarnos no es un acto de amor sino de sumisión y opresión.
Tenemos de derecho a ser y vivir libres de roles, mandatos y estereotipos patriarcales.
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