El movimiento antigénero lleva ya varias décadas existiendo, pero en los últimos años se ha expandido con el ascenso de la derecha populista en alianza con la ortodoxia religiosa a nivel mundial.
Sus inicios se remontan a la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de 1994, cuando por primera vez se incluyó el término “género” en un documento de la Organización de las Naciones Unidas. Meses después, un grupo católico de derecha en Nueva York refutó el concepto al denominarlo “ideología de género” y, recientemente, ha sido referido como “la mayor amenaza para la humanidad”.
El término “ideología de género” no es únicamente utilizado por la extrema derecha y diferentes corrientes del cristianismo y el islam, sino también por la izquierda populista en América Latina y las llamadas feministas trans-excluyentes.
El objetivo de esta terminología es negar la existencia del género, de las feminidades y las masculinidades y de los roles de género como construcciones sociales. Por consiguiente, también rechaza la existencia de desigualdades, desequilibrios de poder y violencias de género.
Como resultado de las campañas antigénero a nivel mundial el porcentaje de jóvenes que consideran la violencia de género un “invento ideológico” se ha duplicado en unos pocos años en países como España, donde también se ha argumentado que la ley de violencia de género discrimina a los hombres.
De manera que estos movimientos atacan la legitimidad y la visibilidad del género como concepto y coartan el reconocimiento de una miríada de luchas feministas y de justicia social como lo son el derecho al aborto, a la sexualidad y a la identidad de género, a la educación en género y sexualidad, a la prevención del VIH y al trabajo sexual.
De la misma manera, se han reducido los espacios de generación de conocimiento como las universidades o los institutos de investigación al cerrar departamentos académicos de estudios de género. También se han eliminado fuentes de financiamiento para organizaciones feministas que incluso están siendo vigiladas por el Estado, se ha retrocedido en iniciativas como la política exterior feminista e instancias de gobierno han transformado sus enfoques de género a lo familiar. (Luana Paloma Sacristán)
Gran parte de este movimiento se basa en una lógica esencialista y de protección de la nación a través de la familia “tradicional”. La moción costarricense para reemplazar el Instituto Nacional de las Mujeres de Costa Rica por el Instituto Nacional de la Familia es un ejemplo de este fenómeno. Es importante notar que esta idea proviene de que la división de hombres y mujeres en una sociedad heteronormativa es lo que asegura la continuación de la nación al garantizar la reproducción biológica.
Desde este punto de vista, los cuerpos ‘no procreativos’ son percibidos como una amenaza a la supervivencia de la nación, la cual se reconfigura como heterosexual.
Estas interpretaciones de la nación están íntimamente relacionadas con su capacidad para sobrevivir no sólo a través de la reproducción biológica sino dentro de un sistema económico capitalista y globalizado para el cual la reproducción social es indispensable.
Este trabajo reproductivo que han realizado las mujeres a lo largo de la historia engloba al proceso por el que se producen nuevas generaciones de trabajadores que renuevan la mano de obra del país, así como todas las actividades que permiten el sostenimiento de la vida como lo son la provisión de alimento, vestido y apoyo emocional.
Además, el sistema capitalista neoliberal en el que nos encontramos no sólo depende de este trabajo reproductivo sino de las jerarquías de género, etnia, clase y capacidad, entre otras. Es decir, las desigualdades y la injusticia social sostienen a la economía a nivel global. Por ello, los ataques antigénero se dirigen también contra las disidencias sexo-genéricas y las personas racializadas y migrantes.
Los estudios de género y las teorías queer, trans y feministas precisamente han visibilizado esta problemática y generado estrategias de resistencia. El reconocimiento del género y de teorías como la interseccionalidad representan, entonces, un obstáculo para la continuación de los diferentes sistemas de opresión sobre los que se edificaron las sociedades modernas.
Asimismo, se ha identificado que las campañas antigénero se originan en las altas esferas de las negociaciones internacionales, pues son estos espacios de acumulación de riqueza y poder los que se sienten amenazados.
En este sentido, se ha argumentado que el movimiento antigénero no sólo busca desestabilizar y deslegitimar las agendas feministas y de género, sino también distraer a las sociedades de problemáticas sociales como las crecientes desigualdades de género, clase y etnia.
Finalmente, aunque puede parecer contradictorio y desolador, el crecimiento del movimiento antigénero es un indicador de que las agendas feministas están siendo escuchadas y de que el género, como lugar de resistencia y desafío a las desigualdades estructurales globales y a la injusticia social, en efecto constituye una amenaza a la continuidad del status quo del que se benefician las élites.