La pandemia por COVID-19 se sintetiza en una analogía: la apertura de la caja de pandora. La enfermedad dejó a la vista la fragilidad del sistema de salud y el recrudecimiento de la desigualdad a raíz de invisibilizar uno de los pilares sociales que son vehículo impulsor de la vida: el sistema de cuidados. Tal como lo señala la Organización de las Naciones Unidas en su reporte COVID y la economía de los cuidados, sin el apoyo adecuado, se llegará a un punto de quiebre con consecuencias a largo plazo para la salud y el bienestar de las mujeres, familias y sociedades.

Las mujeres, a través del trabajo doméstico y de cuidados que se realiza en el ámbito privado, transformaron la realidad de lo público. ¿Qué quiere decir esto?, que las personas que cuidan, que son principalmente mujeres, adoptaron papeles multidisciplinarios al interior de sus hogares: fueron maestras, doctoras, proveedoras y trabajadoras de tiempo completo. 

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Foto: Cuartoscuro

La pandemia dejó entrever cómo funciona la estructura social, los roles y estereotipos de género que, en conjunto, han mantenido a las poblaciones vulnerables en los márgenes de la desigualdad y la injusticia, tal como apuntan Verónica Montes de Oca, Tamara Martínez y Sandra Lorenzano, en la obra que coordinaron en conjunto: Género, violencia, tareas de cuidado y respuestas sociales a la crisis.  

Ésta es el tomo número nueve de la colección: “Los desafíos de la pandemia desde las ciencias sociales y las humanidades”, publicada recientemente por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), en donde en 15 títulos se analizan de manera interdisciplinaria diversos impactos de la emergencia sanitaria

En este reportaje se retoma el tomo coordinado por las tres investigadoras de la UNAM para explorar el antes y el después en torno al trabajo de cuidados durante la pandemia.

“El volumen está construido de manera tal que abre puertas y ventanas hacia posibles transformaciones sociales, no es sólo un recuento de los daños, sino también, la forma en que pensamos el mundo que queremos construir, estos temas nos llevan a comprometernos más con un camino que el feminismo ya estaba transitando”, señala Sandra Lorenzano, académica de la unidad de Investigación sobre Representaciones Culturales y Sociales, en entrevista con La Cadera de Eva.

La pandemia fue como el ácido revelador en una fotografía

La emergencia sanitaria por la COVID-19 permitió entender, con más claridad que nunca, las relaciones de poder que se establecen en la división sexual del trabajo en nuestras sociedades, un proceso que Verónica Montes de Oca define como “un ácido revelador”. La académica del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS UNAM) explica que esta asignación divisoria considera que el trabajo remunerado y no remunerado corresponde a las "capacidades que poseen hombres y mujeres". Lo cual se traduce en relaciones de poder, desigualdad, brecha salarial y trabajos distribuidos con base en el sexo de las personas.

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Lo anterior se relaciona con uno de los datos del sector salud que fue resaltado durante la pandemia:

“En el ámbito de las profesionales de la salud, el 70% de esta población es del sexo femenino, esto es: trabajadoras sociales, enfermeras, psicólogas; es decir, la pirámide básicamente está conformada por mujeres, y en el sector médico, que es una cúpula muy pequeña, apenas el 30% son mujeres, pero cuando tú ves esta estructura te das cuenta de que quien sostuvo a la sociedad y al sistema fueron básicamente las mujeres”, menciona Verónica Montes de Oca

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La investigadora del IIS UNAM reconoce que, si bien el trabajo de cuidados ha sido una de las banderas feministas más importantes, en los últimos años había comenzado a postergarse en la agenda pública, por lo que la pandemia sirvió para revivir las problemáticas relacionadas con él.

“A las mujeres, por un mandato impuesto socialmente, se nos ha dado la tarea de cuidar de las demás personas en la sociedad, de reparar los daños que el mismo sistema capitalista y patriarcal genera en los cuerpos humanos y con la COVID se exacerbó esto. La tarea de las mujeres fue desproporcionada”, menciona.

Para dimensionar la manera en que la repartición injusta del cuidado influye de manera directa en la estructura social, basta con cuestionar quiénes ejercen la mayoría de los empleos de cuidado, quiénes tienen los puestos ejecutivos y por qué están en esa posición. El informe “El sector salud: un ambiente disparejo para las mujeres” de México cómo vamos, expone que en el área de la salud existe tres veces más personal masculino de 60 años, quienes normalmente son quienes ocupan cargos de mayor jerarquía. 

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En contraparte, durante su juventud, son mujeres quienes ocupan la mayoría de los puestos de cuidado de niveles más básicos. Este fenómeno, explica la investigación, se debe a que las mujeres normalmente abandonan sus carreras y desarrollo profesional a edades tempranas para dedicarse al cuidado familiar y al trabajo no remunerado del hogar. Esto les imposibilita alcanzar una mayor profesionalización y ensancha la brecha de ocupar cargos de mayor posición. 

La desigualdad en el trabajo de cuidados

La sostenibilidad de la vida depende del cuidado, y este nos atraviesa tanto en lo público como en lo privado. Verónica Montes de Oca lo resume como un sistema que se recarga normalmente en mujeres, adolescentes y niñas a través del extractivismo (explotación) del “sacrificio amoroso”:

“No podemos seguir viviendo de manera extractivista, no son válidos estos sacrificios porque limitamos el desarrollo de las capacidades y con ello, también limitamos el de nuestra nación que nos requiere a todas y a todos. No habrá crecimiento en este país con desigualdad. Ya basta de ese discurso de la maternidad sacrificada, todas necesitamos las mismas oportunidades para crecer”, afirma la investigadora del IIS UNAM.

¿Por qué sólo algunas personas pueden gozar de tiempo libre, de ser cuidadas y de tener la oportunidad de desarrollarse profesional y académicamente? 

En México, las mujeres destinan hasta tres veces más tiempo a trabajos de cuidados que sus congéneres, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo, 2019; esto sin importar si ellas son económicamente activas.

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Esta disparidad presenta importantes dificultades para alcanzar la igualdad sustantiva, por ejemplo:

  • Menor tiempo para el aprendizaje, la especialización, el ocio, la participación social y política o el cuidado personal.
  • Mayores dificultades para insertarse en un trabajo fuera del hogar. 
  • Obstáculos para avanzar en carreras educativas y laborales. 
  • Mayor participación en trabajos de menor valoración e ingresos.

En este sentido, Sandra Lorenzano enfatiza que el trabajo de cuidados requiere de apoyos del ámbito privado, pero también por parte del Estado:

“Que tengamos lugares dónde poder dejar a nuestras hijas, hijos, hijes y que sean cuidados durante ciertas horas del día, apoyo para cuidar a personas mayores, a personas enfermas y que esas también sean instancias que nos cuiden como mujeres, que sean instancias de cuidados que parten del Estado hacia nosotras, y no sólo a la inversa”.

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Sandra Lorenzano sostiene que el sistema de cuidados no puede continuar operando de manera unilateral algo que quedó expuesto con mayor claridad durante la pandemia COVID-19, pues de acuerdo con el Documento de Políticas No. 19 de la Organización de las Naciones Unidas, si bien los hombres de 80 años o más resultaron propensos a experimentar síntomas delicados, también fueron el sector con mayor probabilidad de ser cuidado por sus esposas, hijas y otros familiares. 

En contraparte, las mujeres en ese mismo rango de edad fueron tres veces más propensas a no recibir cuidados. Además, en el documento de Naciones Unidas, se acota que ellas vivieron múltiples dificultades a la hora de circular en el confinamiento, especialmente por sentir temor a ponerse en riesgo.

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¿Dónde quedó la responsabilidad del Estado? 

El Estado se convierte en el principal responsable de perpetuar sociedades que delegan a sus niñas, mujeres y abuelas al cuidado, al trabajo no remunerado que obstaculiza el derecho a la educación y al mercado laboral; y cuando esto pasa se vulnera el derecho de las mujeres a la igualdad sustantiva, se fractura la interdependencia de sus derechos y se perpetúa su permanencia en círculos de precariedad y exclusión, señala Belén Sanz en el capítulo del tomo 9: “El impacto de la covid-19: una oportunidad para avanzar hacia sistemas integrales de cuidado”. 

Sandra Lorenzano lo enfatiza de esta manera:

Aquí lo importante es llegar acuerdos para el cuidado de la vida, tenemos que lograr un diálogo importantísimo entre políticas públicas, Estado, gobierno, estado civil, organizaciones, comunidades y los sectores privados, porque el trabajo de cuidados nos compete a todes. Tenemos que subrayar que es una injusticia más para las mujeres el no reconocimiento de su trabajo. Sin los cuidados no hubiéramos crecido como humanidad, como especie. ¿Cómo puede ser que la base de la vida pueda ser tan poco considerada? 

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De acuerdo con el Foro Económico Mundial, cerrar la brecha de género tomaría un aproximado de 131 años, mientras que alcanzar la paridad económica llevaría 169 años. 

¿Nos podría tomar más tiempo? Sí. La pandemia representó un retroceso y esta expectativa podría dispararse muchos años más a causa de las afectaciones laborales, educativas y de cuidados que vivieron las mujeres durante la COVID-19, declaró Saadia Zahidi, directora general del Foro Económico Mundial. 

“La inacción del estado ha mostrado consecuencias como los resultados perniciosos en la reproducción de la pobreza de las mujeres y niñas (…). Cuando el Estado no regula, financia o presta cuidados adecuadamente, la carga recae sobre las familias que tienen que hacer sus propios arreglos en detrimento del disfrute de los derechos de las mujeres”. (Informe: El trabajo de cuidados, una cuestión de Derechos Humanos y Políticas Públicas, ONU Mujeres)

Tamara Martínez, coordinadora de Igualdad de Género de la UNAM, señala que el reconocimiento del trabajo de cuidados forma parte del camino hacia la sostenibilidad mundial. Incluso está contemplado en la Agenda 2030 de la ONU, en el Objetivo de Desarrollo Sostenible 5.4:

“Reconocer y valorar los cuidados no remunerados y el trabajo doméstico no remunerado mediante la prestación de servicios públicos, la provisión de infraestructuras y la formulación de políticas de protección social, así como mediante la promoción de la responsabilidad compartida en el hogar y la familia, según proceda en cada país”.

Ante este panorama, el Estado no sólo tiene la obligación de garantizar el derecho al cuidado, sino que éste debe tener perspectiva de género, es decir el derecho a cuidar y a ser cuidada, como se expone en los diversos capítulos del tomo 9. Esto implica respuestas públicas eficientes, servicios de calidad accesibles e incluyentes. Por ejemplo, ¿qué ocurre cuando el horario escolar es incompatible con el trabajo de la madre? ¿o cuando las madres económicamente activas no tienen derecho a las guarderías?, menciona la autora Belén Sanz.

De acuerdo con la investigación “Tras la fachada del Anexo 13, los programas para mujeres han perdido peso” publicada por México Evalúa 2022, de 85 programas públicos implementados en este sexenio, sólo 11 están orientados a la protección y calidad de vida de las mujeres, y los principales recortes presupuestarios han afectado a programas de salud materna, guarderías y refugios para mujeres violentadas. 

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La corresponsabilidad: sostener a quienes sostienen 

“Mañana habrá que comprar pañales, medicinas, hacer una cita en el médico, revisar las tareas, mandar el traje a la tintorería ¿qué haré de comer?, ¿si desinfecté bien la casa?”. Este es el resumen de una noche de insomnio donde, aunque no se hable de ello en voz alta, las mujeres ejercen una práctica conocida como cuidados pasivos, donde la persona cuidadora asume que debe estar pendiente y ser responsable de cada aspecto de la vida de otras personas. 

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Verónica Montes de Oca explica esta situación con un ejemplo: la manera en que las personas que cuidan pasan sus días pensando en que las calles, las escuelas y el transporte no son lo suficientemente seguros para sus hijes, resta significativamente a su calidad de vida; principalmente de las mujeres, que son quienes dedican un esfuerzo constante a cuidar, velar, proteger y hasta realizar la mayoría de los viajes de cuidado.

De acuerdo con la Encuesta Origen Destino 2017 del Inegi, son ellas quienes realizan el 51% de estos viajes. Por ejemplo: trasladar a sus hijes o personas dependientes, comprar medicamentos, hacer citas médicas, ir a juntas escolares, entre otros. 

“No podemos ser ilusos y creer que el trabajo de cuidado está repartido equitativamente entre todos los miembros que la conforman (...). No, los cuidados en el hogar lo sostienen las mujeres, adolescentes y abuelas”, enfatiza Verónica Montes de Oca.

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La corresponsabilidad tiene un papel transformador al reconfigurar todo lo que entendemos por estructura del cuidado, explica Tamara Martínez. La desfamiliarización forma parte de redistribuir el cuidado y que éste ya tampoco quede a cargo de las mujeres, sino que participen todos los miembros de la comunidad, de las familias y la sociedad.

“El cuidado sólo se puede entender y construir si se piensa en el otro, pensar en el otro es la parte más esencial; es pensar en comunidad, en solidaridad y sostenibilidad. Si está bien el otro y la otra, estoy bien yo también. Tenemos que regresar a ese origen, el reconocer el trabajo y cuestionar los roles de género que generan desigualdad”, concluye Tamara Martínez.

La obra Género, violencia, tareas de cuidado y respuestas sociales a la crisis, puede consultarse en este enlace.