Una mujer puede tardar hasta 20 años en pedir ayuda y reconocer que tiene una adicción, esto es el doble de tiempo que le toma a un hombre. Durante estos años, es probable que la mujer viva abuso sexual en estado de intoxicación y contraiga una enfermedad de transmisión sexual, atraviese el abandono de su familia y, posteriormente, al momento de pedir ayuda e iniciar su tratamiento, los medicamentos contra las adicciones le sean recetados a tientas, porque la industria farmacéutica no cuenta con suficientes estudios con distinción de género, al igual que los programas gubernamentales para el tratamiento de las adicciones. Estos datos corresponden a la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco 2016- 2017 (ENCODAT), al Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM y al Centro de Investigación del Instituto Politécnico Nacional.
A nivel nacional, existe un aproximado de 25 personas especializadas en psiquiatría y adicciones, explica la doctora Gisel Cano Arrieta, entre este reducido número de especialistas se encuentra ella, quien es investigadora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM y ha trabajado de cerca con centros de integración social. Desde su perspectiva, aún estamos lejos de saber qué ocurre con las mujeres con adicciones.
Sin suficientes especialistas y una tasa bajísima de mujeres en centros de rehabilitación (sólo 8.8% de las personas en programas de desintoxicación son mujeres, ENCODAT), hablar de las adicciones en mujeres se vuelve un tabú, por ello, en entrevista con La Cadera de Eva, la doctora Gisel Cano Arrieta expone las deficiencias de las industrias farmacológicas, las drogas silenciosas y la importancia de visibilizar las adicciones y su conexión con el género.
Vergüenza, prejuicios y estigmas
“En los senos familiares se escucha con normalidad decir que se ha llevado al tío a algún centro de rehabilitación o se conoce bien al familiar que se incorporó a las filas de Alcohólicos Anónimos, sin embargo, ¿cuántas mujeres con adicciones son aceptadas con esta naturalidad? Por cada tres hombres que vienen a consulta, con suerte, llegará una mujer” (Gisel Cano Arrieta, investigadora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM).
Con esta frase, se abre la puerta a un debate sobre el rol de género y su nexo con las adicciones del que poco se habla. Las mujeres que viven con una adicción atraviesan por este proceso solas y en lo privado, pues de acuerdo con información del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM, mientras que a un hombre le puede tomar hasta 10 años reconocer su adicción y pedir ayuda, una mujer puede duplicar este tiempo e incluso, gran porcentaje de ellas decide jamás hablar de sus adicciones por vergüenza, algo que queda reflejado en la Encuesta Nacional de Consumo de Drogas, Alcohol y Tabaco 2016- 2017 (ENCODAT) de la siguiente manera:
“El rol femenino en la familia le dicta a la mujer que ella no puede enfermarse, que es fuerte, que todo lo puede solucionar por su cuenta, que siempre es cuidadora e invencible. De ahí que las mismas mujeres evitan pedir ayuda, debemos quitar ese estigma de que la mujer que pide apoyo es débil. Es momento de dejar de sentir que somos las salvadoras de la familia”, señala la especialista.
El Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y el Colegio de México esbozaron los primeros resultados sobre la influencia del género en el consumo durante el seminario “Retos para las políticas públicas en la atención y reducción de daños en el uso de drogas de mujeres” que se llevó a cabo en abril de este año. Las investigadoras Carmen Fernández, directora del Centro de Integración Juvenil y María Elena Medina Mora, directora de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México encontraron que las mujeres que viven con una adicción la comenzaron a raíz de vivir depresión y ansiedad, mientras que los hombres caen en la adicción a causa de demostraciones de virilidad con sus congéneres y toma de riesgos.
De esto último se desprende que sea la mujer quien presenta mayor número de recaídas en su proceso de desintoxicación derivado de su salud mental, de acuerdo con especialistas del Colegio de México.
De acuerdo con la ENCODAT, el panorama de apoyo está instaurado de la siguiente manera en México:
Un total de 981 mil 122 hombres se incorporaron a programas de desintoxicación
Sólo 94 mil 872 mujeres se incorporaron a programas de desintoxicación
Los hombres tienden a recibir apoyo en sus hogares, pues 130 mil 113 pacientes fueron atendidos de esta manera
En contraparte, sólo 2 mil 148 mujeres optaron por ser atendidas al interior de sus hogares
Estas últimas cifras representan un pensamiento colectivo relacionado a la aceptación y apoyo familiar, pues de acuerdo con ENCODAT, los hombres tienen el 3% de la aceptación de su seno familiar, mientras que las mujeres, tienen el 1.3% de apoyo ante sus adicciones.
Las mujeres son una minoría considerable al momento de pedir ayuda, sin embargo, los estigmas y roles de género obstaculizan su ingreso a programas públicos y esto se ve reflejado de manera directa en su salud, pues son ellas quienes, anualmente, entran con mayor frecuencia a las salas de urgencia por una intoxicación severa, representando el 57.1% de los pacientes.
“ Las mujeres no piden la ayuda por el rol de cuidado hacia el hogar, está infravalorada la enfermedad y las adicciones en el género femenino. Incluso, en muchas ocasiones los cuadros clínicos son minimizados por la sociedad, la familia y las instituciones argumentando que (las mujeres) están en un estado de manipulación o que querían atención de la pareja. La dependencia es una enfermedad, sin importar el género” (Doctora Gisel Cano, investigadora de la UNAM)
Las violencias aunadas a la adicción
El 85% de las mujeres en Latinoamérica ha sido víctima de algún tipo de hostigamiento, violencia sexual, psicológica o física, de este universo, sólo el 1% de las mujeres ha presentado una denuncia formal de acuerdo con la Encuesta Regional de Opinión Pública sobre Violencia de Género 2022 (EROPVG).
La revictimización, cuestionamientos incisivos, desconfianza en las autoridades y la vergüenza son los indicativos que permean en el acceso a la justicia de las mujeres, de acuerdo con la EROPVG . En entrevista con la doctora Gisel Cano Arrieta se plantea un escenario, ¿imaginas cuántas mujeres han sido abusadas sexualmente en estado de intoxicación y no son capaces de denunciar porque las instituciones las culparán por lo ocurrido?: “Usted se lo busco, ¿por qué estaba consumiendo con hombres?”
La mujer en estado de intoxicación se vuelve un objeto que puede ser tomado, violentado y agredido por cualquier persona, algo que se recoge en el artículo “Demasiado zorra para ser una víctima” escrito por Jara Aithany Pérez, donde se expone que la mayoría de las mujeres sufre comentarios sexualmente explícitos, insistencia ante una negativa, tocamientos no consentidos y acorralamiento.
El silencio y la culpa recae en los hombros de las mujeres que, se considera, son responsables de haber vivido un abuso sexual y trasgredir las normas sociales dictadas para el género femenino, como la pasividad, ser cuidadosas, no excederse y mucho menos consumir las mismas sustancias que sus congéneres, acota Jara Aithany.
Para la especialista Gisel Cano existe una predominante en las mujeres con quienes trata: las enfermedades de transmisión sexual derivadas del abuso sexual. Entonces, ¿los programas de inserción social toman en consideración estas experiencias y se trabaja sobre ello para garantizar una atención integral?, la respuesta es no.
“Los programas de atención primaria deberían preguntar si se ha vivido abuso sexual, en qué condiciones se vive, si hay niñas o niños a cargo (...) Son una población sumamente vulnerable de quienes apenas se está comenzando a hablar; todo esto es muy nuevo en nuestro país”, explica la doctora de la UNAM.
Esta falta de perspectiva se ve reflejada, de acuerdo con el director de Planeación del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, Raúl Martín del Campo, en que de mil análisis que se realizan para la creación de programas de reducción de daños, sólo el 3% tiene una división por género, cuando en realidad, existen múltiples condiciones que deben ser tomadas en cuenta para cada uno de estos estudios.
La atención que se recibe en estos espacios es la misma para todas las personas y los protocolos están cimentados en la experiencia y resultados en el género masculino. Una mirada androcentrista que se instaura en los modelos de atención gubernamentales, pero también, en una industria farmacológica que arroja resultados basados en la respuesta de hombres sin tomar en cuenta la vialidad en cuerpos femeninos, según la directora del Centro de Integración Juvenil, Carmen Fernández.
La industria farmacológica es masculina
“En la industria farmacéutica asumen que el ser humano es hombre. Estamos a puntos ciegos medicando en función dosis respuesta” (Gisel Cano Arrieta, investigadora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM)
“No, desafortunadamente no tenemos estas cifras”, responde la especialista al momento de preguntarle si existe un tratamiento diferenciado en las adicciones. Muchos de los fármacos son patentes de hace cuarenta años que dictan qué es funcional y qué no, qué dosis son recomendadas, pero la distinción de género es inexistente.
La doctora de la UNAM explica que, por ejemplo, cuando pretende dar un antidepresivo a una mujer con adicción porque ha iniciado con ansiedad, lo que hace es trabajar de manera paulatina con sus medicamentos y trabajar en dosis respuesta, porque no existe ninguna basal que le permita decir: “Este antidepresivo tiene mayor eficacia en el género femenino.”
Dentro de este mismo espectro clínico en la atención de las adicciones entra uno de los vacíos más complejos y es que, estos espacios difícilmente son interdisciplinarios, por ejemplo, no se realizan preguntas de ginecología, ¿por qué esto es importante?, la respuesta es simple, porque existen millones de mujeres con adicciones que consumen drogas… con receta.
El doble discurso de las drogas: las drogas también pueden ser femeninas
Alcohol y tabaco son las sustancias que se consumen con mayor incidencia por el género masculino, mientras que en solventes, las mujeres consumen casi en paridad. Hay unas drogas en el que las mujeres están en el pico, sin embargo, es otro terreno poco explorado e incluso normalizado, lo que lo hace muy difícil de identificar para los especialistas en psiquiatría, expone la investigadora dela UNAM.
Los dolores premenstruales repercuten en el estado anímico de las personas menstruantes, ¿cuántas de ellas sienten la necesidad de consumir fármacos o sustancias para aliviar el dolor o tener energía para sus actividades? La doctora Gisel Cano explica que existen personas que entran en episodios depresivos previo a su ciclo menstrual y hacen uso de algunas de las siguientes sustancias:
- Anfetaminas
- Opioides
- Cristal
- Cocaína
- Marihuana
El consumo reiterado de sustancias es algo de lo que las mujeres poco hablan y los centros de integración ni siquiera preguntan; hablar del ciclo menstrual de las pacientes se vuelve otro tema impensable en el terreno de las adicciones.
“Puede que estas mujeres ni siquiera digan que lo hagan, porque creen que sólo se hace una vez cada mes y sin saberlo, lo repiten y lo repiten. Nosotros nunca lo vamos a saber, ¿sabes por qué?, porque eso está relacionado a su ciclo menstrual y los protocolos de adicciones no hacen diferencia en los factores fisiológicos, mucho menos en antecedentes ginecológicos”, explica la doctora de la UNAM.
Las mujeres finalmente piden ayuda, ¿qué sigue?
Para entrar en esta lectura es necesario acotar que no es el Estado mexicano quien lleva las riendas del tratamiento de las adicciones en el ámbito público, sino grupos civiles populares: Alcohólicos Anónimos y Drogadictos Anónimos.
¿Cómo voy a ir a un grupo donde todos son hombres?, le pregunta una de sus pacientes a la doctora Gisel Cano, quien ha trabajado en múltiples centros de inserción social y que, explica, difícilmente se encuentran más de dos mujeres al interior de estos grupos.
“Es muy incómodo para una mujer asistir a estos grupos, suponiendo que es una mujer que, probablemente, vivió una situación de abuso sexual o una situación de violencia intrafamiliar y habiendo 8 individuos viéndola o acosándola, ¿cómo van a querer acercarse?”, acota.
La filosofía de estos espacios es mixta y la recuperación también. No hay terapia diferenciada ni un apoyo multidisciplinario, el único espacio separatista se da durante los internamientos.
Por su parte, el Gobierno de México cuenta con centros toxicológicos que, de manera concreta, realizan terapias de abstinencia, pero no existen programas de reinserción social, programas que garanticen la recuperación y que contemplen la perspectiva de género en sus políticas.
La última opción para la mujer que vive con adicción son los hospitales privados o clínicas, aunque, ¿quiénes pueden tener realmente acceso a pagar estos servicios con una tasa de apoyo familiar que es muy baja?
La maternidad, los cuidados, el abuso sexual, los roles de género, la precarización, los tabúes y el andocentrismo en el tratamiento de las adicciones han fomentado que las mujeres que tienen una adicción la vivan en silencio y no cuenten con los recursos para enfrentar los mandatos sociales que vienen desde las instituciones.
Abordar las problemáticas de mujeres y adicciones requiere de estudios y encuestas con perspectiva de género, pues la información escasea y, además, las encuestas no están actualizadas -siendo la última hace siete años-. Con un aumento del 207% en el consumo de drogas en mujeres de 11 a 17 años del 2011 al 2017, según el Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UNAM, no hay estudios que hagan una lectura profunda sobre la relación entre el género y las adicciones. Ante este margen de profundo desconocimiento aún quedan muchas preguntas en el aire y muy pocas respuestas.
Lee aquí la segunda parte de la serie de investigación sobre el manejo de adicciones con perspectiva de género.