La espera terminó. Este 10 de diciembre Bad Bunny inauguró su residencia en la Ciudad de México en el Estadio GNP Seguros al grito de “Aprieta, chamaquito, que llegamo’ a Méxicooo”. Desde el primer minuto dejó claro que su misión iba más allá del show: quería celebrar el puente emocional entre Puerto Rico, México y las comunidades latinas que lo han convertido en una voz generacional.
Benito agradeció al público por hacerlo sentir “en casa” a pesar de ser “turista” (guiño, guiño) y confesó que cerrar su año en la CDMX fue una decisión planificada. Pidió a las 65 mil personas presentes cantar, bailar y, al menos por una noche, soltar “todo lo que está pasando afuera”.
El espectáculo, dividido en tres actos y cargado de nostalgia, incluyó temas de Un Verano Sin Ti (2022), YHLQMDLG (2020) y de su más reciente Debí Tirar Más Fotos (2025). La sorpresa de la noche fue Chambea, la canción exclusiva del primer concierto, interpretada desde el techo de “La Casita”.
¿Cuándo son los siguientes conciertos?
Bad Bunny ofrecerá conciertos los días 11, 12, 15, 16, 19, 20 y 21 de diciembre, como parte de una residencia que concluirá con más de 500 mil asistentes.
Para llegar al Estadio GNP Seguros puedes hacerlo a través de:
Metro: Velódromo, Ciudad Deportiva y Puebla (Línea 9).
Metrobús: Upiicsa y El Rodeo (Línea 2).
Auto: Estacionamiento general por Puerta 15. Dirección: Viaducto Río de la Piedad S/N, Granjas México, Iztacalco.
Una CDMX sacudida por la economía del espectáculo
Bad Bunny no solo mueve masas: mueve economías completas. La Cámara Nacional de Comercio, Servicios y Turismo (Canaco) estima una derrama económica de tres mil 228 millones de pesos durante sus conciertos en México, beneficiando principalmente a transporte, hospedaje, alimentos, entretenimiento y comercio minorista. Además, en las zonas cercanas al recinto se espera una ocupación hotelera del 80% al 90%.
La ciudad está en modo sold out: asistentes de 77 países viajaron exclusivamente para verlo, mientras que el 45% del público mexicano viene de otros estados y es que la demanda fue histórica: más de 3 millones de personas en Ticketmaster intentando conseguir boletos, de acuerdo con OCESA.
Todo esto consolida a la CDMX como el epicentro del turismo musical latinoamericano… aunque no sin tensiones.
La polémica de “La Casita”: ¿democratización o evidencia del clasismo mexicano?
Si hubo un tema que incendió redes, fue la ubicación de “La Casita”, el escenario alterno inspirado en una vivienda puertorriqueña de clase media. En esta gira, funciona como un espacio íntimo dentro de la producción monumental.
El anuncio de que estaría en General B, una de las zonas más económicas (con costo de $2 mil 8 pesos, incluyendo cargos, según Ticketmaster), desató inconformidad: personas con boletos de alto costo, como Pit A y B ($12 mil 183 pesos) o General A ($4 mil 863 pesos) se quejaron e incluso pidieron un reembolso pues reclamaron que habían pagado por “mejor visibilidad” en el escenario principal, solo para que al menos el 30% del show ocurriera en “La Casita”, otorgando mejor vista a la zona más barata.
La molestia abrió una conversación más profunda: ¿Realmente es la visibilidad del escenario lo que incomoda o la ruptura del orden clasista dentro del estadio?
De acuerdo con el Diccionario de Oxford, el clasismo es una forma de discriminación y prejuicio basado en la clase social. Se refiere a los prejuicios y el trato injusto que enfrentan las personas debido a su estatus económico, riqueza percibida, nivel de educación u ocupación.
El clasismo perpetúa la desigualdad al privilegiar a ciertas clases mientras desfavorece a otras, lo que lleva a disparidades sistémicas y sociales. El clasismo ocurre cuando las personas o grupos son tratados de manera diferente debido a su origen socioeconómico.
Así como lo lees democratizar este espacio, aunque sea por casualidad o estrategia, exhibió jerarquías que en México suelen darse por sentadas: ¿quién puede estar cerca?, ¿quién merece tener “los mejores lugares”?, ¿quién pertenece?
OCESA abrió reembolsos y lanzó una nueva zona, “Los Vecinos”, ubicada detrás del escenario principal a $12 mil,183 pesos, que se agotó de inmediato. La demanda no bajó: solo se reacomodó.
Aquí es importante sacar nuestra lupa para analizar a detalle las cosas:
La decisión de Bad Bunny no fue inocente. Debí Tirar Más Fotos debutó en el #1 de la lista Billboard 200 y es, en esencia, una carta de resistencia puertorriqueña. Benito habla de turistificación, gentrificación, pérdida de identidad cultural, altos costos de vida y despojo.
Como explica la abogada Carla Escoffié, la turistificación convierte los espacios en mercancía para el turismo, obligando a las personas que habitan esos territorios a vivir en ciudades que ya no están pensadas para ellas. Aunque relacionada, la turistificación no es lo mismo que la gentrificación: la primera prioriza al turista; la segunda desplaza a residentes por el encarecimiento de la vida.
Bad Bunny ha usado su plataforma para criticar justamente estos procesos que afectan su isla. Y aquí está la paradoja mexicana: las mismas personas que celebran su discurso contra la gentrificación pagaron boletos que muchas personas no pueden costear, en una ciudad que también vive procesos acelerados de turistificación.
Recordemos que la responsabilidad no es solo del público, también del artista, porque Bad Bunny solo abrió fechas en la capital: no en Monterrey, Nuevo Léon, ni Guadalajara, Jalisco, alimentando el fenómeno de movilidad desigual hacia la CDMX ni tampoco se pronunció sobre el alto costo de las entradas para su concierto.
El poder del marketing emocional
El éxito de Bad Bunny también descansa en un marketing emocional preciso: el artista no vende solo música, vende pertenencia, identidad y una narrativa compartida. Estudios de Harvard indican que el 95% de las decisiones de compra son subconscientes. Y Benito lo sabe: agradece, abraza, se posiciona políticamente, celebra lo latino… y construye fidelidad.
Su discurso en los Latin Grammy 2025 lo resume:
“Hay muchas maneras de demostrar patriotismo y defender nuestra tierra: nosotros elegimos la música”.
Pero ojo (con los hombres en general), el concierto es una fiesta, pero también un espejo. Una ciudad vibrando entre miles de cuerpos bailando, conectados por la nostalgia; y, al mismo tiempo, una ciudad que evidencia las desigualdades que habitan sus estadios, calles y hoteles.
Bad Bunny volverá siete noches más. Habrá más perreo y más emoción.
Pero también permanece la pregunta: ¿cuánto cuesta realmente pertenecer a este tipo de experiencias? ¿Y quiénes quedan fuera mientras celebramos la narrativa de unidad latina?

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