Este viernes 21 de noviembre, Tailandia coronó a Fátima Bosch como la nueva Miss Universo 2025. Entre aplausos, gritos y celebración, la tabasqueña se convirtió en la cuarta mexicana en obtener el título, reafirmando una larga tradición de certámenes de belleza que tuvo sus inicios en 1960.
Durante su participación, Bosch respondió: “Crean en el poder de su autenticidad, crean en ustedes mismas; tus sueños importan tu corazón importa y nunca permitas que nadie te haga dudar de ti ni de tu valor, porque vales todo. Eres poderosa y tu voz merece ser escuchada”, discurso que le dio la corona y la convirtió en Miss Universo 2025.
A lo largo de la competencia, Bosch no sólo representó el perfil de belleza que históricamente han privilegiado los certámenes: una mujer católica, de familia acomodada, de tez clara y cabello castaño, sino que también fue víctima de la violencia sistemática y verbal ejercida por hombres al poder dentro del certamen, cuando el pasado 4 de noviembre se defendió ante los comentarios violentos del director ejecutivo y anfitrión de Miss Universo Tailandia, Nawat Itsaragrisil, durante un evento del concurso.
Pero, ¿qué nos dicen los certámenes de belleza en México sobre la feminidad y la belleza? En esta nota exploramos cómo el nacionalismo, la identidad mestiza, los medios de comunicación, el racismo y la violencia estética forman parte de la constitución de la feminidad mexicana.
Los primeros certámenes
Los concursos de belleza en México no sólo han premiado a las mujeres por cumplir con el ideal patriarcal de cómo debe lucir y actuar una mujer, (aunque esto cambiaría, en mayor o menor medida, con el paso de los años) también han sido instrumentos culturales que definieron, normalizaron y comercializaron un ideal de feminidad ligado a la racialización, la juventud, la apariencia y la obediencia pública.
Tras el movimiento de reconstrucción institucional posrevolucionario, el Estado mexicano desplegó múltiples estrategias de “unificación nacional” para estabilizar el proyecto político y cultural del país. Bajo la influencia del pensamiento de José Vasconcelos y su ideario de la “raza cósmica”, se impulsó un nacionalismo cultural que buscaba homogeneizar identidades, establecer un imaginario racial mestizo como norma y ordenar la vida social desde el centro..
En este contexto comenzaron a institucionalizarse mecanismos de representación pública sobre lo “mexicano”, desde arte identitaria como el movimiento muralista encabezado por Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco (que dejó fuera a grandes exponentes como María Izquierdo y Aurora Reyes), hasta los certámenes de belleza y la supuesta representación de la mujer indígena y mestiza.

Fue en 1921, 31 años antes de que ocurriera el primer concurso del Miss Universo, que el certamen, La India Bonita, organizado por el gobierno para conmemorar el primer centenario de la consumación de la Independencia. El certamen, altamente promovido por el periódico, El Universal Ilustrado, buscaba realzar la pureza de la “raza indígena”.
Maribel Bibiana se convirtió en la ganadora del concurso. Los titulares de la época apuntaban que “la ganadora, era bella a pesar de ser india”, de acuerdo con el texto, La india bonita: nación, raza y género en el México revolucionario, de Apen Ruíz.
Así, bajo la idea del nacionalismo posrevolucionario, este certamen no buscaba más que homologar la identidad de los pueblos originarios del país, mientras que al mismo tiempo, promovía estereotipos de cómo debía lucir una mujer indígena, de acuerdo con Ruíz.
La constitución de la feminidad mexicana dentro de los certámenes de belleza ha estado a disposición de la tradición política, social e ideológica de la época, construyendo una ideal de belleza y abnegación al servicio del patriarcado y del Estado.

De ahí que en 1928, el periódico Excélsior lanzara una convocatoria dirigida a mujeres de entre 18 y 25 años para convertirse en la primera Miss México. Las participantes debían cumplir con el rango de edad, ser solteras, y no ser artistas. Como describe Rebeca Monroy Nasr en su libro, María Teresa Landa: Una Miss que no vio el Universo, María Teresa Landa, una joven de 18 años, ganó el certamen por sus “ojos negros, piel tersa y curvas sinuosas” que incluso le hicieron obtener “ofertas de trabajo en Hollywood”.
La feminidad en la era Jones-Bosch
Tras la creación del certamen internacional, Miss Universo, en 1952, el mismo año se organizó por primera vez un concurso de belleza a nivel nacional, Señorita México.
No fue hasta la década de 1960 que Señorita México se consolidó a nivel mediático, pues la televisión, desde Telesistema Mexicano (actualmente Televisa), pasando por TV Azteca, hasta ser adquirido por Telemenudo, transformó los certámenes en espectáculo de consumo y en factor de construcción pública de “lo femenino”.

¿Qué es lo que se requería de las participantes y lo que se comunicaba a través de los concursos de belleza nacionales? Para ser una “señorita”, digna de representación internacional y aspiración para el resto de mexicanas, se debía ser joven, delgada, medir más de 1.75 m (medida imposible para muchas mujeres del país, y es que según datos del INEGI, la estatura promedio es de 1.58 m).
Así, los parámetros técnicos (medidas, estatura, edad, estado civil) y estéticos se estandarizaron y se reafirmaron con el triunfó de Guadalupe Jones Garay, conocida como Lupita Jones, la primera mujer mexicana en ganar el certamen del Miss Universo en 1991.
Feminidad y violencia estética
La coronación de Jones posicionó a México en la narrativa internacional de la belleza y potenció la industria nacional de selección y preparación de concursantes. No es casualidad que una parte significativa de las ganadoras provenga de Latinoamérica. La industria global de concursos ha capitalizado la exotización y fetichización de las mujeres latinoamericanas, construyendo una feminidad “exportable” para públicos extranjeros.
Ese imaginario, a menudo juvenil, sexualizado, mestizado y que se rige por estándares occidentales, no sólo genera valor económico para las franquicias internacionales, sino que presiona a las participantes de la región a moldearse bajo criterios que refuerzan desigualdades raciales y de clase.

En este entramado, Lupita Jones tuvo un papel central al dirigir y profesionalizar los certámenes nacionales, especialmente Nuestra Belleza México. Su gestión consolidó el concurso como una plataforma social y comercial integrada a la industria mediática, reforzando la lógica de selección, entrenamiento y estandarización de la belleza femenina que ha dominado desde la década de los noventa.
México hoy tiene cuatro reinas, Lupita Jones, en 1992, la tapatía Ximena Navarrete en 2010, Andrea Meza en 2020, y ahora, Fátima Bosch en 2025. ¿Qué nos dice de la feminidad en México?
Más allá de la leyenda del vestido rojo, que supone asegurar el logra de las participantes mexicanas en el certamen, pues todas han sido coronadas con un traje de gala en tonos rojizos, o que todas sean pelinegras, bronceadas y con rasgos eurocentristas, la feminidad en México sigue siendo moldeada por cánones de belleza extranjeros, atravesados por el racismo, la segregación y la violencia estética.

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