La caza de brujas fue, por lo tanto, una guerra contra las mujeres; fue un intento coordinado de degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social.
— Silvia Federici, Calibán y la bruja
Las brujas…perseguidas, juzgadas y castigadas. Mujeres libres y sabias que desafiaban el orden establecido.
Hoy, hemos resignificado su figura y su poder: las hemos colocado en el lugar que siempre les perteneció, el de mujeres con conocimientos, autonomía y valentía para desafiar al poder.
Esa siniestra cacería de brujas fue, como señala Federici, la institucionalización del control del estado sobre los cuerpos y saberes de las mujeres. Un antecedente de la violencia sistemática que aún enfrentamos; fue la encarnación de miedos colectivos, de estigmas y de y de esa vieja costumbre de culparnos incluso de lo fortuito o lo inexplicable.
Quemarlas, torturarlas o expulsarlas fue una forma de controlar todo aquello que desafiaba el status quo: la posibilidad de que las mujeres ejercieran poder fuera del orden patriarcal impuesto.
La bruja, entonces, se coloca como símbolo de sabiduría, de resistencia y autonomía femenina.
La imagen de la mujer aislada en el bosque es solo una parte del relato. También existía el aquelarre: la reunión de mujeres que compartían rituales, saberes y fuerza colectiva. Aquello que se quiso presentar como un pacto demoníaco, hoy lo entendemos como una poderosa metáfora de la comunidad: la convicción de que juntas resistimos mejor las tormentas y multiplicamos los saberes.
Ese espíritu del aquelarre sigue vivo. Las colectivas, los círculos de mujeres, los espacios de cuidado son los nuevos aquelarres que el entramado patriarcal y el capitalismo siguen temiendo, porque cuestionan la lógica del individualismo y del aislamiento.
En un mundo donde parece que todo lo importante ocurre tras una pantalla, el desafío es trasladar esa fuerza a lo tangible: a la plática con las amigas, al círculo de lectura, al taller, a la escucha de las abuelas, al abrazo solidario y colectivo.
Ser bruja hoy es ser la que se atreve a usar su voz,
la que abre caminos,
la que cuida,
la que irrumpe con su fuerza,
la que admira y sostiene a otras,
la que camina horas por llegar a la escuela,
la que enseña, la que cura, la que hace comunidad.
Ser bruja hoy es entender que el verdadero hechizo no está en el poder individual, sino en la red que nos sostiene. No solo en la virtualidad, sino en la presencia.
Porque si algo nos enseñan los aquelarres, es que la magia no siempre ocurre sola: se potencia cuando se comparte.
Octubre nos recuerda que las brujas de ayer fueron perseguidas, pero las de hoy se celebran. Nos recuerda que la fuerza no está solo en la sabiduría individual, sino en las redes que creamos, en el tejido colectivo, en los caminos que construimos para las más jóvenes.
Conjuremos juntas: el conjuro entendido como ese acto de invocar fuerzas para obtener algo específico, o para alejar el mal. Hagamos nuestro propio conjuro, el de la comunidad en un mundo que nos quiere aisladas. Invoquemos el encuentro, la solidaridad y la colectividad para alejar las voces anacrónicas que aún quieren controlar nuestros cuerpos y restarnos libertades.
Hagamos el conjuro más poderoso: el de resistir, inspirar y transformar juntas.
Porque cada red que construimos,
cada niña que inspiramos,
cada vínculo que cuidamos y sostenemos,
es una chispa que enciende la hoguera de nuestra libertad.