Pocas prácticas son tan polémicas y a la vez tan cotidianas como la anticoncepción. Tan cercanas y asimiladas socialmente que hasta dejamos de pensar en ellas, de teorizar al respecto, de interpretarlas o de cuestionar su estabilidad. Como muchas mujeres, tuve desde adolescente un repentino acercamiento al mundo de la ginecología y a la información —un tanto sesgada — sobre las opciones existentes para regular mi fecundidad. Tiempo después me di cuenta de que ello era un gran privilegio, pues muchas mujeres no tienen acceso a esa información. Los hombres tampoco.

La regulación y la responsabilidad de la reproducción se ha dejado siempre en manos de las mujeres, por ello, comencé a preguntarme cómo es que los métodos anticonceptivos habían llegado a este punto en el que para algunas personas son una realidad normalizada a pesar de sus inconvenientes, para otras un derecho no garantizado y, para otras, una cuestión “de mujeres”. … ¿o es que siempre ha sido así?

Voltear al pasado

En esta vasta discusión, hay que remontarnos a los años setenta, cuando la planificación familiar se tornó importante para la política "formal" debido a los "alarmantes" índices de natalidad.

A principios de esa década, el gobierno de Luis Echeverría legalizó la venta libre de anticonceptivos y, en 1974, reformó la Ley General de Población con el fin de disminuir el índice de natalidad. Con ello, se realizaron programas de planificación familiar y, tres años después, se creó el primer Plan Nacional de Planificación Familiar. Así, gran parte de las mujeres mexicanas se convirtieron en usuarias de diversos métodos anticonceptivos

Afortunadamente, las feministas mexicanas hablaron y escribieron mucho al respecto, leerlas da cuenta de que en el pasado la anticoncepción también fue una práctica de claroscuros y tema de intensos debates entre las mismas mujeres

Dos revistas feministas

En 1976, las primeras dos revistas feministas mexicanas publicaron sus primeros números: La Revuelta, fruto de un colectivo del mismo nombre y Fem que surgió en un ámbito más académico. En ellas, los métodos anticonceptivos significaron mucho más que el medio para reducir los nacimientos: representaron daños secundarios y control estatal, pero también maternidad deseada y sexualidad libre. 

Informar sobre los efectos nocivos que la anticoncepción traía para la salud era un tema central, ya que mientras el gobierno y las industrias farmacéuticas prometían “liberarnos del miedo de embarazarnos cuando no lo queremos”, en La Revuelta advertían que su eficiencia no era tan alta y condenaban que fueran producidos únicamente para consumo femenino. 

También, evidenciaron las intenciones gubernamentales de responsabilizar al crecimiento poblacional de la desigualdad social. Un artículo en Fem señaló sarcásticamente que: “Sólo cuando el crecimiento de la población de los países del Tercer Mundo se ha transformado en una seria amenaza para los desarrollados de economía de mercado, se percibe la necesidad de detener ese crecimiento.” Antes, la salud reproductiva no había sido de interés estatal.

Al tiempo que las campañas oficiales ofrecían supuesta libertad sexual y de decisión, las feministas subrayaron que “Mientras no haya métodos anticonceptivos más seguros, más efectivos para hombres y mujeres, accesibles a todos, esto es, gratuitos y libres, el aborto sigue siendo nuestro último recurso.” Y es que el derecho al aborto era, como es ahora, una posibilidad restringida.

Fem dedicó a este tema su segundo número de manera íntegra, y desde entonces el aborto se presentó no como un método anticonceptivo, sino como una necesidad ante la falta de métodos en cantidad y calidad, además de un problema de salud pública. La Revuelta pedía un “aborto libre y no condicionado”.

Por otro lado, la forma en la que las feministas de esos años repensaron la maternidad y la sexualidad femenina es de una inmensa riqueza. Si bien tener la opción de no ser madre era un fin en sí mismo, eso traía en consecuencia el voluntario ejercicio de la maternidad; es decir, “todos los hijos deseados y sólo los deseados (…) una maternidad gozosa".

Poder decidir cómo y cuándo maternar puso en entredicho la imagen de la madre abnegada y la idea del instinto maternal. Ahora, ser madre podría ser vivido desde el gozo y la libertad.

En cuanto al placer sexual, las preguntas “¿Qué ha pasado con nuestra sexualidad? Hemos quedado en cinta produciendo el placer ¿de quién? Estamos abortando a cambio del placer ¿de quién?” dieron pie a pasar de una práctica sexual reproductiva a una exclusivamente placentera, centrada en el disfrute femenino, lo cual rompió con los paradigmas reproductivos e incluso falocéntricos y heterosexuales y puso en el centro otras formas eróticas y amorosas de relacionarse.

Anticoncepción hoy

Hoy, cincuenta años después, esta discusión sigue vigente, aunque no estemos en el mismo contexto político, ni médico ni social. La responsabilidad de regular la fecundidad y todo lo que trae consigo la maternidad, la crianza y los cuidados siguen siendo mayoritariamente responsabilidad de las mujeres.

La salud sexual y reproductiva aún está restringida a unas cuantas y el derecho al aborto no es una realidad garantizada. Además, los argumentos en contra se han recrudecido, los movimientos autodenominados pro-vida han cobrado fuerza y el embarazo adolescente y el abandono paterno continúan al alza. Sin embargo, nuevas tecnologías como el uso del misoprostol, dinámicas solidarias y redes de apoyo entre mujeres también son una realidad.

El feminismo ha cambiado y quizás algunas ideas feministas de antaño han dejado de resonar para muchas de nosotras, y, aun así, mirar al pasado no deja de ayudarnos a re-leer el presente, a preguntarnos qué queremos y qué no, para qué y desde dónde, a no dejar de exigir que los derechos sean una realidad para todas. El camino recorrido es innegable.