Fui diagnosticada con cáncer de mama finales de 2020. Afortunadamente contaba con un seguro médico y el soporte familiar necesario para enfrentarlo y atenderlo de manera oportuna y rápida. Me operaron una semana después del diagnóstico y un mes después comencé mi tratamiento: quimioterapia y radioterapia.
Conté además, con el acompañamiento profesional y especializado de un grupo de doctoras, incluidas psicóloga y nutrióloga oncológicas, que me acompañaron a lo largo del proceso. Sin embargo, esta no es la realidad de la mayor parte de las mujeres con diagnósticos de cáncer de mama en nuestro país.
El privilegio de algunas, no es todavía, el derecho de todas. Por otra parte, la violencia hacia las mujeres es una problema, que en su intersección con el cáncer de mama, agrava la situación por la que atraviesan muchas mujeres, por lo que es urgente abordar la problemática, desde un enfoque integral, multidisciplinario y de derechos humanos.
En México la violencia hacia las mujeres y el cáncer de mama son dos problemáticas de urgente atención que afectan la vida de las mujeres y a la sociedad en general. Aunque podrían parecer dos fenómenos desvinculados, los dos son manifestaciones de desigualdades estructurales que tienen implicaciones y efectos particulares para las mujeres. Es vital reflexionar en torno a ellas para generar conciencia y exigir acciones desde el Estado que permitan abordarlas de manera integral.
Gracias a las acciones de los movimientos feministas y el movimiento amplio de mujeres, en México, se ha visibilizado con mayor contundencia la crisis de violencia por la que atravesamos. Las estadísticas son alarmantes y de urgente atención.
Se calcula que en México, se comenten en promedio, 10 feminicidios todos los días. Según datos del INEGI 2021, mas de 35 millones de mujeres de 15 años en adelante, reportaron haber experimentado algún tipo de violencia a lo largo de su vida. Este contexto no solo nos muestra una sociedad que ha normalizado la violencia hacia las mujeres, sino también, nos habla de un sistema legal y político que, a pesar de los avances legislativos, sigue fallando en la protección efectiva de las víctimas y en la impartición de justicia.
Se trata de un problema estructural que observamos en todas las instituciones y espacios. Vivimos inmersas e inmersos en una cultura de violencia alimentada por estereotipos de género, prejuicios arraigados, desigualdades sociales y económicas profundas, e impunidad. No se trata de casos aislados, ni de situaciones puntuales, sino de una problemática estructural que requiere respuestas integrales que incluyan prevención, sanción, atención y erradicación de las violencias. (Marilú Rasso)
Por otro lado, pero no desvinculado, en México, el cáncer de mama es la principal causa de muerte por cáncer entre las mujeres. Según datos del Observatorio internacional del cáncer (Globocan 2020), cada año se diagnostican alrededor de 27 mil nuevos casos, y más de 7 mil mujeres murieron a causa de esta enfermedad.
Por supuesto, la detección oportuna es clave, pero la falta de acceso equitativo a los servicios de salud, la desinformación y los prejuicios asociados a la enfermedad agravan la situación. En muchas ocasiones se sigue culpabilizando a las mujeres por tenerla, insinuando que ellas la provocaron o rechazándolas social o familiarmente cuando tienen que someterse a cirugías y tratamientos. Los estereotipos de belleza y mandatos juegan un papel importante en los prejuicios que marginan y discriminan a las mujeres.
Muchas de ellas, no pueden acceder a un diagnóstico temprano o a tratamientos adecuados. La pobreza y las desigualdades son tan profundas, que las mujeres más vulnerables tienen que enfrentar, las dificultades propias de la enfermedad y las limitaciones de un sistema de salud y económico que todavía no garantiza el acceso igualitario para todas las mujeres.
El cáncer de mama representa una crisis de salud y económica, que afecta también al entorno familiar, por supuesto de manera emocional pero también económica, ya que se tiene que hacer frente a una serie de dificultades financieras para cubrir los costos de los tratamientos, la atención especializada y de cuidados, que en muchas ocasiones se extienden por periodos prolongados.
Aunque la violencia hacia las mujeres y el cáncer de mama parecen problemáticas distintas, en su intersección colocan a las mujeres en un lugar de mayor vulnerabilidad.
Uno de los efectos de las violencias esta relacionado con el deterioro de la salud de las mujeres. La lógica del sacrificio que prioriza las necesidades y los cuidados de los demás, por encima del autocuidado, y la falta de acceso a los servicios de salud, provocan que, el diagnóstico y la atención oportuna de la enfermedad sea mucho más difícil.
Especialmente, con el cáncer de mama y cérvico uterino, las mujeres que lo padecen se enfrentan a una serie de prejuicios, estigmas y mandatos que lo hacen mucho más complejo y difícil de enfrentar. Son mucho más vulnerables a vivir los efectos de la violencia familiar, en muchas ocasiones son abandonadas por sus parejas. Además, el impacto psicológico de ambos fenómenos es devastador, y muchas mujeres no tienen redes de apoyo, ni acceso a servicios de atención psicológica especializada, que las ayude a enfrentar y transitar por una situación tan compleja y dolorosa como la que están atravesando.
En este sentido, el Estado tiene la obligación de actuar con urgencia para proteger y garantizar el acceso a la salud integral de todas las mujeres.
Las campañas de prevención y detección del cáncer de mama son importantes y deben ampliarse, especialmente en zonas rurales y marginadas, pero también, deben estar acompañadas de políticas públicas que eliminen las barreras económicas, geográficas y culturales que impiden el acceso al diagnóstico y al tratamiento temprano y oportuno.
No basta con la autoexploración si no contamos con servicios médicos suficientes para la detección y atención integral de la enfermedad.
Al mismo tiempo, la violencia hacia las mujeres no puede seguir siendo tratada como un problema aislado. Debe considerarse como un tema prioritario de salud pública y de derechos humanos, que requiere no solo reformas legales, sino un cambio cultural profundo que desmantele las raíces del machismo y promueva una verdadera igualdad. Es decir, atender las raíces y sus derivaciones con un enfoque sistémico tomando en cuanta, todas sus intersecciones.
Tanto la violencia contra las mujeres como el cáncer de mama, en su intersección, son reflejo de una sociedad desigual que margina, estigmatiza y desprotege a las mujeres.
El abordaje tiene que ser articulando acciones y esfuerzos de todos los actores sociales, políticos y económicos, y desde el ámbito individual y colectivo.
No podemos seguir viendo estos temas como problemas exclusivos de las mujeres; son problemas de todas y de todos, y su solución es un paso indispensable hacia una sociedad más justa y equitativa.
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