La primera vez que me sentí indefensa en la calle fue a los 15 años, eran las 6:50 de la mañana y traía el uniforme de la preparatoria. Un hombre con una sonrisa burlona se bajó de un auto y me tocó el trasero. Me asusté tanto que quedé paralizada, él se subió a su auto con otro hombre y se fue.  

Durante los siguientes años experiencias como esa se volvieron cotidianas, incluso empecé a vestirme con ropa holgada y usar medias cada vez que me ponía un vestido, con la esperanza de detener el miedo y acoso. Lamentablemente eso no sucedió. 

Aunque al cumplir los 20 años decidí que no cambiaría la dinámica de mi vida por el miedo a ser agredida en espacios públicos, que vestiría como yo quisiera, que no dejaría de salir de noche por miedo a no volver. Decidí que el miedo no me paralizaría, pero es inevitable no sentir terror cuando alrededor de 53 mujeres son víctimas de violación al día, según los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Es decir, cada hora dos mujeres son agredidas sexualmente, siendo el Estado de México y la Ciudad de México las localidades con mayor tasa de este delito, que justamente son las demarcaciones por las que tránsito en mi día a día.

Inevitable no sentir pánico cuando sabemos que en México la probabilidad de que un delito sea resuelto es tan sólo del 0.9%, no tenemos ni un 1% de probabilidad de acceder a la justicia, de acuerdo con los datos de la organización Impunidad Cero.

La pobreza y la inseguridad impactan diferente a las mujeres que a los hombres. El sexo es decisivo al momento en que se perpetran las violencias en espacios públicos. La violencia sexual es una forma de opresión y dominación que se desprende de un profundo odio contra las mujeres y todo lo que se considere femenino.

A través de la violencia sexual, el machismo nos ha alejado de los espacios públicos, nos ha obligado a generar planes de emergencia, a cambiar nuestras rutas de traslados, a compartir nuestras ubicaciones en tiempo real con nuestras amigas y familia. 

Pese a la terrible realidad que se vive en el país, las mujeres estamos perdiendo el miedo y estamos apropiándonos de nuestros espacios, tomando las calles. 

Los hijos del patriarcado tienen miedo de que ya no estemos asustadas, les aterra nuestra resiliencia, la capacidad que tenemos de generar redes y cuidarnos entre nosotras. 

El acoso sexual verbal y físico no se ha detenido en mi vida, las calles siguen siendo peligrosas, sin embargo, he aprendido a usar mi voz, a no paralizarme, a gritar, a no sentir vergüenza. Tampoco he estado sola, mis amigas y mujeres desconocidas me han protegido y cuidado cuando me he sentido en riesgo, demostrando que la sororidad y las redes de mujeres salvan vidas. 

Algunas veces el miedo se sigue apoderando de mí. Al llegar tarde a casa suelo hacer la misma rutina: saco mi llavero y colocó la llave más grande entre mis nudillos como si fuera una posible arma, volteo constantemente para ver si alguien viene atrás de mi, específicamente un hombre. Camino más rápido, cobijándome en las escasas luminarias que hay en mi colonia. Sintiéndome segura solo cuando mi llave gira para abrir el cerrojo de mi puerta. 

¿Algún día será una realidad para las mujeres vivir sin el miedo de no regresar a casa?