¿Qué significa crecer hoy, en medio de redes sociales que repiten estereotipos como si fueran verdades absolutas? ¿Qué pasa cuando las adolescencias, justo en ese momento en que buscan respuestas sobre quiénes son, solo encuentran espejos que les devuelven imágenes planas, extremas, llenas de etiquetas?
La serie Adolescencia retrata con fuerza ese espacio incierto que habitan muchas y muchos adolescentes hoy. Un espacio atravesado por mandatos, roles y estereotipos de género que siguen marcando lo que se espera de cada quien solo por ser mujer, hombre.
Nos muestra también cómo todavía pesan esas reglas invisibles: la necesidad de ser fuerte, indiferente, popular, “cool”, sexualmente activo si eres hombre; ser complaciente, atractiva, emocional, disponible si eres mujer. Son papeles que se siguen actuando como si no tuvieran alternativa. Y si no los cumples, parecería que no hay nada en medio: estás “fuera”. No encajas. No existes.
Este pensamiento binario —todo o nada, blanco o negro— está muy presente en la adolescencia. No es casual: es parte del desarrollo, del intento por entender el mundo cuando todavía no hay herramientas para sostener la complejidad. Pero lo grave es que esta forma de pensar se encuentra con una cultura que también está construida en extremos: o eres de los populares o eres un perdedor, o eres un macho dominante o no vales nada, o eres deseable o invisible.
No hay matices. No hay grises. No hay lugar para la vulnerabilidad, la duda, la ambigüedad. Las redes sociales están plagadas de respuestas simples y superficiales que prometen dar una solución al malestar y la naturaleza propia del algoritmo sigue alimentando visiones parciales de la realidad que distorsionan la perspectiva.
Y ahí es donde duele más: cuando las adolescencias buscan lugares seguros, espacios donde ser, cuestionar, probarse, fallar… y lo que encuentran son discursos cada vez más duros, más cerrados, que no invitan a pensar, sino a repetir. Muchas de esas narrativas están hoy en redes sociales, disfrazadas de "verdades" o de "libertad de expresión", pero en realidad refuerzan los mismos estereotipos y mandatos que hacen daño.
Lo preocupante es que están encontrando eco en discursos que provienen de posturas autoritarias y ultraconservadoras, como las que ha impulsado Donald Trump en Estados Unidos, o muchas otras figuras que usan el miedo y la frustración para justificar la exclusión y el odio.
Porque cuando no hay alternativas visibles, cuando nadie nos enseña que se puede habitar el gris, construir relaciones desde el cuidado mutuo, cuestionar lo que siempre se ha hecho, las respuestas más fáciles son las que vienen en forma de consigna. Y las consignas de hoy, muchas veces, no liberan: encasillan más.
Por eso necesitamos, más que nunca, abrir otros espacios: donde se pueda hablar de lo que sentimos sin miedo al juicio; donde cuestionar no sea sinónimo de rebeldía vacía, sino de pensamiento propio; donde las etiquetas no dicten quién eres ni con quién puedes vincularte; donde construir vínculos desde la vulnerabilidad no sea visto como debilidad, sino como una forma valiente de estar en el mundo.
Pero para que esos espacios existan, también quienes acompañamos adolescencias tenemos que revisar nuestras propias formas de ver el mundo. Porque no solo educa lo que decimos, sino lo que hacemos. Si seguimos actuando desde un pensamiento binario —sobre lo que está bien o mal, lo que es éxito o fracaso, lo que es fuerte o débil— difícilmente podremos ofrecerles otra posibilidad. Necesitamos hacer una revisión profunda de nuestras creencias más arraigadas, de los mandatos que seguimos cumpliendo casi sin darnos cuenta.
Y sobre todo, necesitamos aprender a escuchar. Escuchar de verdad. No para corregir, juzgar o explicar, sino para comprender. Para que las adolescencias no tengan que gritar para ser oídas, ni callar para encajar. Para que encuentren en nosotras y nosotros un espacio seguro, no una extensión del mandato.
La adolescencia no debería ser el lugar del deber ser, sino del descubrimiento. Pero eso solo es posible si acompañamos desde la apertura, desde la duda compartida, desde la valentía de mostrar que también estamos aprendiendo a habitar los matices.
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