A medida que avanzamos en nuestra trayectoria académica, es común que escuchemos repeticiones de ciertas pautas: términos como objetividad, distancia y desapego se repiten una y otra vez con la intención de crear trabajos de ‘‘gran impacto’’; sin embargo, ¿es verdad que la persona que investiga debe permanecer distante?, ¿acaso los sentimientos y las emociones no viajan a través de dos direcciones en los encuentros con colaboradoras y colaboradores?, ¿cómo borrar-se para no contaminar?, O mejor aún, ¿qué se contamina?

Por tanto, hablar desde nosotras mismas representa una oportunidad de poner el cuerpo, de dejar hablar a nuestras voces y escucharlas, de reconocer que nuestras historias de cuidado sí importan. Re-conocerlo y evidenciar-lo es luchar con la sensación del soliloquio y con el mandato patriarcal que aparece dentro de nosotras como un tic tac que enmudece, ensordece, aturde y constriñe: lo que tú digas, no importa (Escobar, 2022). 

Y aunque suene obvio y sencillo, el primer paso para una metodología afectiva, de acuerdo con Miroslava (2022) es permitir sentirnos afectadas, asumiendo que, precisamente, la fuente de información en las investigaciones con perspectiva de cuidados es el propio afecto; al sumergirse en ello comienzan a brotar las palabras, temas, recuerdos, angustias, pero también las convicciones y claridades.

Considerando que las experiencias y relatos de otras personas pueden tener un impacto en nuestras propias emociones, es esencial concedernos un espacio para permitirnos sentir y procesarlas. Nuestro cuerpo desempeña un papel crucial en este proceso, por lo que es fundamental prestar atención a las señales que nos envía.

A partir de lo expuesto, comienzo este viaje de reflexiones, emociones y cuestionamientos constantes que parten de los encuentros con una mujer adulta mayor, misma que con su historia permitió desnudar [develar] la mía. Quizá, lo primero que aparezca en la mente cuando se habla de una mujer de 63 y de una de 29 años, sea ¿qué pueden tener en común aparte del ser mujeres? 

Y es que precisamente el acercamiento a través de una metodología afectiva en torno a los cuidados tiene que ver con la impronta identitaria de quien se atreve a romper con el anonimato y descubre que frente a ella existe una Otra que se muestra tanto como se oculta. Por tanto, a partir de esta declaración, decidí que ya no estaba dispuesta a excluirme ni a desvanecerme en pro de lograr el ansiado impacto. Yo también soy una cuidadora, aunque a diferente tiempo, aunque a diferente espacio. 

Posterior a varios encuentros y con una confianza en constante construcción, Marcela (nombre modificado), quien es cuidadora de su esposo con Parkinson hace ya más de 7 años, enunció algo que dio pauta a un trabajo afectivizado y disruptivo: ‘‘Llegué a un colapso… pues bueno, empecé a soltar y a soltarlo a él inclusive’’. 

Y lo que vino después de esto no fueron más que interrogantes silenciosas desde mi cuerpo y desde mi yo cuidadora, así como un enojo contenido que viajaba desde mi cabeza hasta la punta de mis pies:

¿Cómo se suelta? ¿Soltarlo qué representa? ¿Qué implicaba soltarlo?

Eran solo algunas de las preguntas que me generó ese encuentro. Entonces, ¿cuál es la idea que he encarnado sobre ‘‘sostener es igual a amar’’? Me resuena tanto cómo se aprende y aprehende a ‘‘sostener’’ aún por encima de soltarnos a nosotras mismas. 

Me resonaba tanto la entrevista [o, mejor dicho, ese fragmento] porque me encontraba frente a una mujer que enunciaba haber logrado soltar para agarrarse a ella misma y, a partir de allí, pude encaminar un análisis en dos voces que dialogaban desde el quebrantamiento dicotómico de mi construcción sobre el ‘‘buen cuidado/mal cuidado’’ o del ‘‘cuidado/descuido’’. 

Dando entrada a la expresión máxima de una mujer mayor que cuida de ella (pues al llegar a su vejez el cúmulo de conocimientos y habilidades aprehendidas a lo largo de los años fueron puestos en práctica con el objetivo de sostener a su pareja); la satisfacción frente al ‘‘deber cumplido’’, así como su salud física y emocional merman su propia vejez tras ser diagnosticada con hipotiroidismo, fibromialgia y ansiedad.

Después de días escuchando la grabación y repasando a detalle cada momento de la entrevista y los encuentros, reconocí que Marcela no solo había develado mi historia de cuidado al contarme la suya, sino que además había desnudado mi necesidad callada de sentirme indispensable para otros/as. 

Posterior a estos múltiples encuentros caí en cuenta que no soy la misma y estoy segura de que Marcela tampoco. Juntas, desde la diferencia y la similitud, pudimos reflexionar acerca de nuestra posición en el mundo como cuidadoras; generando escuchas amorosas, atentas y respetuosas

Por tanto, desde este breve, pero provocador recorrido, busco visibilizar la importancia de las metodologías afectivas en las investigaciones sobre cuidados, pues son cruciales para poder abordar las múltiples historias que viajan a través de los encuentros con otras personas (que en algunos momentos son llamadas colaboradoras, compañeras, amigas, o maestras) y así, develar tanto enojos como opresiones, carencias, luchas, alegrías y satisfacciones silenciadas. 

Referencias

Escobar Colmenares, L. (2022). Cuando escribir duele. La autoetnografía como proceso de malestar y liberación. En Serie de Publicaciones Autogestivas (Ed.), Etnografías afectivas y autoetnografía "Tejiendo Nuestras Historias desde el Sur" (pp. 141-144). Investigación y Diálogo para la Autogestión Social.

Miroslava, A. (2022). Rituales para seguir tejiendo un enfoque afectivo. En Serie de Publicaciones Autogestivas (Ed.), Etnografías afectivas y autoetnografía "Tejiendo Nuestras Historias desde el Sur" (pp. 247-256). Investigación y Diálogo para la Autogestión Social.

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Dennise Díaz 

Doctoranda en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Yucatán, maestra en Estudios Culturales por la Universidad Autónoma de Chiapas. Colaboradora del cuerpo académico consolidado Educación y Desarrollo Humano UAChis 038 PRODEP.