Un milagro para Helen (“The miracle worker”, 2000, Nadia Tass, Disney) es una película que recuerdo ver en las tardes cuando era niña, y después adolescente, con mi hermano, mi hermana y mi mamá. Están imágenes en mi memoria de esa historia en tardes frescas; comíamos palomitas entre pláticas de la escuela y salía espontáneamente uno que otro chiste. Vaya que guardo con mucho cariño ese sentimiento de seguridad al estar en familia, sentadas y sentado en la alfombra, mientras nos cautivaba la rebeldía de Helen Keller y lo extraordinario de su caso al final de todos los obstáculos superados. 

Esta introspección claro que es con un lenguaje muy del presente. Ha sido mi mayor esfuerzo por serle fiel a mi memoria; al fin al cabo soy mortal y olvidadiza. Es más, viajo en mis adentros para poder saber cómo acceder a esos recuerdos de forma relativamente cercana: mi necesidad de verdad, como siempre.

Ahora, es curioso que me identifique de otra forma con el filme, puesto que soy profesora y he sido estudiante por largo tiempo, y por ende, entiendo la magia de conseguir aprender frente a las adversidades. Además de este match inesperado entre la película y algunas de las experiencias que he tenido en la educación básica, me percato que hay mucho que pensar ahí en términos de cuidado. Es una historia de éxito de la perseverancia, del compromiso, de la identificación entre profesora y estudiante, del cuidado entremezclado con la educación

Permítame contar otro pedacito de la película basada en hechos reales, específicamente sobre quiénes son las(os) protagonistas:

  • La profesora Ann Sullivan adquirió tracoma de niña por lo que su vista se debilitó y tuvo que aprender en una escuela de personas ciegas; tuvo un hermano que murió de tuberculosis a finales del siglo XIX, pero ella logró superarse y generar tremendas habilidades de todo tipo para poder guiar a Helen.
  • Helen Keller, mujer que en la realidad alcanzó un grado en Artes, en la película es una niña consentida ante la lástima de su condición, lo que termina provocando una tirana; no recuerdo que hubiera en el filme algo claro para mí sobre su pensamiento, siempre la ponían haciendo sonidos extraños, mordiendo y pataleando. 
  • También está la madre ausente, que depende de sus cuidadoras negras que soportan su tarea en un claro escarchado de azúcar de la esclavitud afrodescendiente en Estado Unidos de las películas de Disney.

Imagen

Foto: Colegio Hellen Keller

La madre sufre por la ausencia de Helen Keller, no puede estar una noche sin que duerma en la casa, y cualquier otra dramática expresión de “amor materno” que obstaculice el trabajo de la profesora de disciplinamiento de la infanta. El padre es básicamente lo mismo respecto a Helen, aunque claro siempre mandando a mujeres a controlarla, y su enfrentamiento de autoridad con su joven hijo, respecto a las decisiones en sus negocios de blancos. Problemas de blancos diríamos mis compañeras(os), mi novio y yo.

La historia de Helen Keller y mis fantasmas esencialistas

La película parte de mi memoria, de ese pasado con una historia que también coincidía con mi vida en algunos sentidos: la representación y reproducción de imágenes familiares de cuidado estereotipadas, tema que ahora soy incapaz de dejar de pensar. Insisto, la historia es fuerte y veraz en tanto, y como mencionaba anteriormente, expresa la realidad de las personas que dentro de la educación formal e institucional se afrontan a las diversidades con un principio de inclusión. Empero, la dramatización de este caso claramente utilizó esencialismos que han persistido hasta nuestros días, y que han acompañado mi biografía. 

Hoy, a esos fantasmas esencialistas los busco, los exorcizo: por ejemplo, el amor maternal romantizado que inmoviliza, que constriñe, que es negligente, pero aún así se presenta entre lágrimas y sollozos. Esa mujer doble, con apego pero a la vez con poca atención sobre el problema, en este caso, la ceguera y sordera de Helen Keller. Tal vez aquí implica la construcción de la atención, como lo entendería Hersh y Salamanca (2021)1, a lo largo de la historia, las generaciones y las memorias, puesto que la película está ambientada en el siglo XIX-XX. 

Creo que la desatención puede tener su matices, simbólicos, expresiones; la madre de Helen antepone su discurso amoroso frente a la posibilidad de profundizar en las formación habilitante que propone la profesora.

En la vida real, creo que a veces algunas madres de familia se comportan de esa forma ante problemas con sus hijas e hijos, mayoritariamente adolescentes. Tal vez si esa forma de verdad existe, ¿será que la madre ya no tendría que cumplir con esa “carga” de maternidad, que no tenga que atender y que solo pueda brindar ese amor dramatizado?¿Algo así como un padre ausente que vuelve arrepentido 20 años después cuando ya no tiene que cubrir todo el proceso de sostener una vida en este mundo tan cruel?

Ese performance de amor estereotipado es uno de muchos, como el de la madre abnegada, el amor que justifica el maltrato. Es tiempo de tomar en serio el amor en los cuidados con un arma de doble filo. Y como un objeto real de nuestra reflexión, de nuestras decisiones morales. 

El papá de Hellen Keller

Luego, si vamos al lado contrario, es decir, la paternidad, es cierto que sí está vigente una figura ausente apenas comenzada a visibilizar, como lo demuestra el eco en México de las acciones por parte de colectivas por la regulación de los deudores alimentarios -con sus respectivos memes-. En la película, el papá de Helen Keller también presentaba su drama, pero él solo sirvió de reproductor del discurso androcentrista-paternalista-machista de minimizar las ideas de todos excepto las de él. 

Entonces, llega la profesora y les desafía; vaya que he conocido docentes que han cruzado selvas como esas. A lo que me refiero es que desde la enseñanza también se lucha contra esas formas estereotípicas, aunque he de admitir que con las manos, piernas y casi todo el cuerpo atado a la hora de introducirse a los mundos de sentido de las unidades familiares y las culturas de las comunidades de madres y padres de familia.

Imagen

Foto: Colegio Hellen Keller

Si bien este diálogo con las familias es indispensable para el activismo desde la educación, y para el propio aprendizaje, es todo un reto, ya que la gran mancuerna de estas ataduras es la poca importancia que tiene el profesorado y la profesión de enseñar para el Estado; esto es un claro sentir durante los Consejos Técnicos Escolares. 

Siguiendo con esos roles de género y de edad en la familia blanca, rica, esclavista y de gran “amor” por su hija (no tanto su hijo), debo decir que tengo que trasladarlos a mis demás memorias, principalmente en mi adolescencia, ese momento con el que me obsesiono, me maravillo, me adentro con gran curiosidad. Creo que la escuela era algo que estaba muy presente en mi vida en la secundaria; o sea, mucho de mi pasado viene frente a mi en colores azules de uniforme, máquinas de escribir, tortas, chetos, mp3s y chismes de novios. También recuerdo querer que me percibieran linda y no solo inteligente, aunque lo segundo fue siempre claro para mí que tenía que ser la fuente de mi seguridad. 

La otra gran parte de mis memorias son mi familia y mis amistades. Es así como los mundos de cuidados de otras y otros también se volvieron ventanas para diferenciarse, en gran parte bajo la idea de “tipos” de familia. Tenía dos amigas que todo mundo se quejaba de sus madres, las ponían como referencia de distantes o neuróticas. Yo pensaba igualmente en esas dinámicas, aunque hoy me lo cuestiono porque vaya que es difícil cuidar y vaya que es diversa la forma en cómo se definen los tiempos, los afectos. 

Al final me fue muy sorprendente que esa amigas que parecían llorar seguido, aunque yo igual para ser sincera, me dijeron que querían a sus madres ya que llegaron a ser jóvenes adultas. Y así vuelvo a mi propia experiencia, donde mi madre dejó de trabajar por, y la cito a ella, gusto y deseo por desarrollar su maternidad. Otro motivo, que ella también ha aceptado fue igual de importante, fue su condición de salud: vivió con mucho dolor durante casi toda su vida, intentando superarse, yendo a la universidad y trabajando en el monstruo de la Ciudad de México, con todo y su diseño incapacitante ante su situación de desnivel entre sus piernas.

Mi madre enfrentó muchos obstáculos, lo que incluye su padre conservador y sujeto de su cuidado por 30 años; aunque por supuesto que mi abuelo también la cuidó de muchas formas, por lo que su relación tuvo momentos de turbulencia, pero de la igual forma tiempos de hermosa paz y alegría.

Así, en mi familia existe el típico arreglo entre la ama de casa/cuidadora y el proveedor. Mi padre siempre ha definido como parte de su identidad la responsabilidad al trabajo, el compromiso con el empleador y la identidad de la organización a la que perteneces, ya que bien o mal te permiten mantener a tu familia. Su padre se evoca como ente tenebroso en muchas pláticas familiares que en algún momento encarnó todos los males del macho mexicano; pero siempre se defendió que fue diario a trabajar, nunca faltó a la casa y le hizo muchas criaturas a su robada adolescente, hasta el momento en que engendró a mi padre después de los 40 años. 

Restos de machismos si que persisten en mi familia, así como de Helen Keller en esos ayeres. Otro invitado a esos recursos es por supuesto el adultocentrismo, el cual en ocasiones se conjugaba con esa generización de mi persona y mis cuidados en familia. Vienen a mi los sentimientos de impotencia, confusión, cuando me obligaba a aceptar un “porque lo digo yo” y a no poder quejarme con un impacto en el cambio de la forma en como algunas(os) profesoras(es) nos enseñaban; o cuando habían burlas sobre mi cuerpo y bastantes intentos por esconderme de la mirada de señores, así como sus tratos extraños. 

Es cierto que hubo muchas adulteces que me llenaron de miedo por la sexualidad, que me ordenaron sin explicación alguna, que redujeron mi opinión por la diferencia de edades y que minimizaron mis sueños ante la incertidumbre de la vida futura. Empero, también recuerdo a personas adultas que sí que me cobijaron y alimentaron mis ansias por aprender, por verter mis senti-pensares, a veces a partir de pequeños momentos de confidencia entre clases; estoy pensando específicamente en la profesora E. de español, pero también en el profesor O. de taquimecanografía, que siempre fue un ejemplo de apoyo y respeto hacia la figura de mujeres adolescentes dentro de una aula de clases. 

La película basada en la historia de Helen Keller ahora se vuelve una forma de acercarme a esta mezcla que acontece en mi entre profesora y cuidadora de infancias y adolescencias; ahora entiendo que esta relación de cuidado, pero también de enseñanza, en ocasiones resulta un oasis para profesorado y estudiantado, en tanto que la familia casi nunca es ese santuario de protección que tanto pregona el amor maternal, la visión burguesa del proveedor o la armonía de la forma nuclear en las telenovelas.

Asimismo, en la película se expresaba cómo Helen tenía un impacto en las expectativas y metas de la profesora, participaba en su biografía de tal modo que le brindaba sentido a su tarea; este compromiso se fue alimentando por la interconexión que ambas se iban permitiendo, mientras hilaban sus futuros, presentes y memorias. Este es un ejercicio que normalmente no me cuestionaba en otros ámbitos de mi vida como mi familia justamente, puesto que desde niña me enseñaron que cuidar a mi hermano y mi hermana -yo soy la hermana mayor- era mi obligación basada en el afecto que debía tenerles

La relación con las y los estudiantes es en primer lugar dirigida a la adquisición de aprendizajes específicos, pero ello también resulta un claro trayecto de cuidados dentro de una jornada escolar compartida donde muchas cosas suceden. Tanto en teoría como práctica, las y los docentes plantean formas de velar por el bienestar de su comunidad: en el recreo siempre recordamos qué es la comida chatarra y lo importante de ingerir vegetales y agua, y otras dimensiones de la salud como el amor propio; repetimos incansablemente una cultura de paz entre iguales y el respeto a las identidades de las personas; remitimos a las familias los casos de enfermedad, de signos de alarma a nivel psicológico e inclusive estamos alerta a faltas que el propio entorno familiar puede estar generando a las y los alumnos. 

Estoy consciente que ni en México ni en ningún país del mundo se podrían considerar al 100% del profesorado como buen cuidador(a); es más, en ocasiones se conflictúa esta tarea de enseñanza con otras habilidades sociales o desconstrucciones en los discursos de profesionales que se mantienen reacios a cambiar sus formas en nombre de la objetividad, el conformismo, el desencanto, etcétera. Contrariamente, yo soy una profesora, como muchas otras, que no puedo pensarme fuera del cuidado a la hora de enseñar, y doy validez a las participaciones que han tenido estas infancias y adolescencias en mi propio cuidado: siempre me alimentan con dulces y refrigerios; me preguntan de mí y mis gustos; me prestan atención cuando doy una opinión sobre algún asunto, lo que incluyen posturas éticas ante los conflictos; confían en mi toma de decisiones y hasta pueden llegar a defenderme frente a sus familias; me incluyen en sus rezos y celebraciones.

Quiero llorar al saber que estas relaciones son tan valiosas para mí, pese a lo efímero que puede ser el tránsito en la educación básica, el tránsito en esta vida.

Los cuidados también son esos milagros para nuestras vidas solitarias, sin sentido claro del bien. Nuestras vulnerabilidades y dependencias, como centro de nuestra ética, se encuentran en mi rol de profesora y aprendiz por lo que me parece injusto que exista tanto desprecio y devaluación de esta profesión en el país. El mismo oprobio me surge cuando me acerco a las desigualdades por edad, género, raza, clase sociales, entre otras, que viven las infancias y adolescencias, en ocasiones disminuidas por discursos incapacitantes, paternalistas, patriarcales. 

Hagamos que estos milagros de sostenimiento de la vida dentro y en vinculación con el campo de la educación se vuelvan escenarios de esperanza y lucha, en lugar de ser solo espacios de disciplinamiento de los cuerpos, de delegación del cuidado de muchas “Helen Keller” por parte de otras figuras.

Imagen

Foto: Colegio Hellen Keller

Las maestras y alumnas, las cuidadoras y enseñantes, mantienen una relación dialéctica de mutuo enriquecimiento que tiene un fuerte impacto en la reproducción social, por lo que no se debe minimizar la importancia que es empezar a disfrutar y afrontar esta dimensión de las relaciones de cuidado en la enseñanza-aprendizaje; así como las pedagogías del cuidado críticas y sus posibles lugares de aparición. Ese es mi más profundo deseo y mi forma de transformar estos sentimientos acumulados, a veces invocados por la nostalgia o la frustración, pero siempre potentes para empujarme en pensar en el milagro de un mundo que ponga en el centro la vida. 

1) Otro texto que permite problematizar el amor materno y su relación con los cuidados, pero también con los procesos de atención-desatención es el capítulo de Nancy Scheper-Hughes “Amor materno/amor alterno” en su obra de 1997 La muerte sin llanto.Violencia y vida cotidiana en Brasil.

REFERENCIA:

Hersh, P. y Salamanca, M. (2021) El cuidado y los procesos de atención-desatención como referentes analíticos y operativos para la salud colectiva. Rev. Fa. Nac. Salud Pública 40(1). Págs. 1-12.