Escribía Kahlil Gibran que cada semilla es una esperanza. Y si hablamos de siembra de semillas y esperanza, tenemos que hablar necesariamente de la cafeticultura, una forma de vida que se encuentra en riesgo por los impactos del cambio climático y por un sistema capitalista sumamente injusto con las y los pequeños. Ante estas circunstancias, encontramos historias de vida de quienes, a pesar de tener en contra el panorama, siguen resistiendo entre árboles y sombras.

En los cafetales de Xalapa y las Altas Montañas de Veracruz, las manos que cultivan el grano más emblemático del sur global también siembran otra forma de vida. Allí, entre la neblina y los suelos fértiles, mujeres y hombres cuidan algo más que un producto de exportación: cultivan relaciones, memorias, territorios y sueños. Cultivan la vida.

Desde una mirada feminista, los cuidados no se reducen a lo doméstico ni a lo humano. Los cuidados son prácticas vitales que sostienen existencias, que regeneran cuerpos, suelos y vínculos. En las regiones cafetaleras veracruzanas, cuidar el café es cuidar los saberes heredados, las semillas resistentes, los ciclos de la tierra y los modos de vida comunitarios que el capitalismo ha intentado arrasar. En resumen, cuidan en colectivo el patrimonio biocultural de generaciones enteras.

Cada cafetal es un entramado de cuidados

El proyecto Incremento de la captura de carbono en cafetales bajo sombra en Veracruz, orientado a la diversificación de ingresos, el impulso al eco y agroturismo, y la capacitación con perspectiva de emprendimiento, partió de una premisa: para sostener la vida en estas comunidades no basta con resistir el mercado, hay que transformarlo. Así lo han entendido quienes, además del café, cultivan orquídeas ornamentales, instalan colmenas para apicultura o se suman a proyectos agroecológicos donde el suelo, el agua y las personas importan por igual.

Además, elegir el lugar de siembra requiere atender las características del terreno, la pendiente, la sombra, su historia, la biodiversidad. Cada decisión de cultivo responde a un conocimiento íntimo de los ritmos naturales, a una escucha atenta de la tierra.

Las labores de siembra, corte, secado o beneficio del grano se sincronizan con el clima, con las estaciones, con los cuerpos.

Los cuidados así provistos entrelazan temporalidades: el pasado, con su herencia cultural y familiar —como ese productor que imprime el pie de su hijo recién nacido en el logo de su café, como promesa de futuro y acto de amor—; y el porvenir, con la esperanza de una vida buena, de comunidades sostenibles, de relevo generacional.

En entrevistas realizadas en Veracruz a pequeñas productoras y productores de café, expresaron que, por encima de las utilidades o el beneficio económico, sus razones al trabajar con el café pasaban por la conservación de los árboles, la naturaleza y la memoria de sus generaciones anteriores. En estos cafetales podemos encontrar pequeñas victorias contra un sistema que sigue buscando, incesantemente, ponerle precio a todo.

Sin embargo, esta esperanza no es ingenua. Se enfrentan continuamente a:

  • El descenso de los precios internacionales y, cuando éstos suben, la increíble ausencia de beneficios para las y los productores en las épocas de bonanza.
  • La falta de interés de las nuevas generaciones, azuzada por historias de despojo y explotación que hacen querer buscar otros horizontes que regularmente no resultan necesariamente mejores. 
  • La devastación ambiental provocada por modelos extractivistas y reconversiones productivas que privilegian, con trucos, el monocultivo de limón, chayote y aguacate entre otros.

Ante ello, las y los cafetaleros no solo resisten: reinventan. Organizan redes, exploran alternativas más sustentables, promueven sus productos en redes sociales —con el empeño de sensibilizar a quien está del otro lado del celular—, y, sobre todo, reconfigurar el tejido social con base en el cuidado mutuo.

Desde los feminismos críticos y posdesarrollistas se visibilizan estas prácticas que sostienen la vida frente a la lógica del despojo. La agroecología, en estos contextos, atiende a compromisos a nivel ético y político que pugnan por la emancipación de las y los productores de las embestidas capitalistas.

Es una forma de afirmar el valor per se de la vida, la tierra y las comunidades, mientras se revoluciona el modelo económico que no sacrifica la vida en nombre del espejismo del progreso. 

¿Qué podemos hacer?

Y estando de este lado de la pantalla, leyendo estas líneas, nuestro compromiso con el fortalecimiento de estas visiones transgresoras puede materializarse. ¿Cómo? Sencillo, buscando consumir café cultivado bajo sombra; preguntando en nuestra cafetería favorita de dónde es el café y en cuánto lo pagan; mandando un mensajito al productor o productora de café para pedirle un kilito o dos para que lleguen directamente a mi puerta, sin intermediarios (acá te dejamos algunas sugerencias). Nuestra labor como consumidores y consumidores es tremendamente importante y hace una diferencia extraordinaria. 

Quizás la semilla no sea la única que albergue la esperanza de la que hablaba Kahlil Gibran. Quizás también la podemos encontrar en la taza de café, aquella vertida gracias al esfuerzo de Doña Gloria, cuidando sus árboles de la tala ilegal; de Magda, preservando los surcos originales de sus padres; de Roberto, poniéndole nombre al halcón que visita su finca; de Efigenia, diciendo que entre las ramas de sus fincas se encuentran los sueños de las próximas generaciones.

Cultivar café, así entendido, es sembrar vínculos donde el capital impuso rupturas. Es sostener la vida, incluso cuando todo parece ir en contra. Es una forma concreta de habitar un mundo que anhelamos diferente. Y es que la revolución, sabemos, necesita café.

*Sobre los autores:

Alejandro May Guillén

Doctor en Estudios del Desarrollo. Problemas y Perspectivas Latinoamericanas por el Instituto de Investigaciones Sociales Dr. José María Luis Mora. Su investigación se orienta a la desigualdad política y participación ciudadana en juventudes. Se desempeñó como Profesor Investigador de Tiempo Completo en la Universidad Politécnica del Golfo de México (UPGM) de 2014 a 2018. Ha realizado estancias de investigación en Estados Unidos de América, Canadá, Chile y Alemania. Además, cuenta con diversos diplomados acreditados por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO). Forma parte de Lab Incide, un colectivo que alienta la pedagogía política y el pensamiento crítico.

David Arturo Sánchez Garduño

Psicólogo por la UNAM; maestro en Estudios sobre migración por la Ibero; candidato a doctor en Estudios del Desarrollo por el Instituto Mora; egresado de la Especialidad en Estudios de género de la UNAM; especialista en Políticas de cuidado con perspectiva de género por CLACSO; miembro del Seminario Sociología política de los cuidados en el Instituto Mora.

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