Yo nunca hablo de esto, le dije a mi amiga Paty mientras le contaba. Me preguntó si quería seguir diciéndole lo que había pasado. Dije que no y es verdad, no quería, pero me está ajando el cuerpo y se me desborda por cada punto cardinal. 

Yo una vez tuve un hermano adoptivo, se llamaba Omar, era hijo de una de las mejores amigas de mi mamá, a quien le sigo diciendo hoy en día que es mi pediatra, pero más allá, es mi tía/madre adoptiva. 

Omar, era mi hermano mayor, me enseñó mis primeras travesuras, veíamos películas todos hechos bola en el sofá cama de la sala de su casa, éramos un amasijo de amor, gatos, mamás e hijes. 

Omar me enseñó de música clásica, de amor por la pintura, de ética, de juegos, de gatos, de poesía. Fue Omar la primera persona que leyó algo mío, una tarde le di mis 40 hojas escritas a máquina (sobre hojas cuadriculadas y no blancas, porque no tenía hojas bond cuando escribí) y aunque era un poemario malísimo, lleno de lugares comunes, plagios por omisión y todas esas cosas que una comete a los 16 años, Omar se lo fletó todito, y me puso una nota escrita a mano para cada cosa; sin avergonzarme me hizo saber que volver a empezar de cero está bien y es necesario. 

Yo viví casi toda mi vida junto a Omar, excepto en las etapas en las que alguna beca o trabajo nos alejaba del país. Hoy sentipienso -y es dolorosísimo hacerlo- que hubiese sido mejor que nos quedáramos en donde nos fue llevando la vida, lejos de aquí, de este país que es pura fosa común; pero no, volvimos, cada vez volvimos y cada quien supo cuando ya había vuelto para quedarse, él lo supo cuando lo llamaron para ser solista violista en la Orquesta de la Universidad de Tijuana y dar clases ahí. ¿Por qué tan lejos? ¿Por qué a Tijuana pudiendo recorrer el mundo? Porque así era Omar, porque ese era Omar, y eso mismo me enseñó cuando yo elegí quedarme aquí… Abrazar, sostener, crear mundos. 

Se fueron él y su pareja pa’l norte, a hacer música, a construir desde la música espacios habitables, a llevar su corazón de hermano mayor para quienes lo necesitaran. Era hermoso saberle allá, sabiendo del amor y la ternura con la que siempre sostuvo mundos, personas y espacios. 

Un día, Omar salió de su casa a la tintorería a recoger la ropa, el elegante traje que usaba para sus conciertos, el favorito ¿qué más había entre esa ropa que no se recuperó? No lo sabremos. 

La vuelta a la tintorería le llevaba 15 minutos, pasó media hora y no había regresado, tampoco contestaba el celular. Justo cuando se cumplieron 30 minutos, su esposa le marcó a la mamá de Omar, y a los 45 minutos de su salida ya sabíamos también en casa que Omar no había vuelto de la tintorería

En ese momento, además del epicentro de un terremoto emocional, nos llenamos de amor y valor para buscarlo, para averiguar, para saber. Muchas/xs pensarán que 15 minutos no son nada. En Omar, esos 15 minutos lo eran todo. Una conoce a quien ama, una sabe, una sabe de inmediato, así como todas nosotras supimos que esos 15 minutos no eran normales, que no era normal que no contestara el celular, que no era normal que llegara la noche y no se supiera nada de él. 

La búsqueda por hospitales y demás lugares en los que hay que buscar se hizo casi de inmediato. 

Nos enteramos de su desaparición un 31 de mayo, y el día 6 de Junio ya sabíamos de su muerte

Siete días de búsqueda, otra vez se puede pensar que son nada, pero fue un tiempo lento y pegajoso como brea, un tránsito por la asfixia, un tiempo donde las horas eran pasajes larguísimos y filosos, donde cada sonido de una llamada entrante causaba taquicardia, donde cada “parece que lo vieron en” iluminaba un poquito el túnel en el que andábamos a tientas, donde cada cartel con su foto era un filo mezclado con esperanza, esperanza que no queríamos perder, pero que ya casi no nos acompañaba.

Hasta el 6 de junio en que una llamada derrumbó el mundo conocido: habían encontrado su carro, y dentro de la cajuela de su carro a él, amarrado, vendado, con señales de tortura. 

Aquí me tengo que detener. No se puede escribir esto. 

Yo, una vez, tuve un hermano mayor adoptivo.

Yo, una vez, tuve un desaparecido (siete días con sus siete noches). 

Hoy tengo esta losa pesada sobre el pecho, este hablar por las noches con su mamá, mi casi mamá/tía, y ver cómo el dolor la ha carcomido, intentar sostener ese cuerpo pequeñito y fuerte en su insistencia por la vida a pesar del hachazo atroz con el que le arrebataron a uno de sus dos hijos. 

De ese lugar no se vuelve. Hay llamadas telefónicas de las que una no regresa. Todos fuimos transformados en otros en un lapso de 15 minutos en los que la noticia iba repitiéndose entre todos sus amados. 

No puedo escribir la palabra encajuelado sin que se me revuelva el estómago y se me encojan las entrañas. 

Cierro los ojos y lo imagino tocando la viola, siendo ese hermosísimo músico que siempre fue, me detengo en esa imagen, en ese sonido, en este amor intacto, en este dolor, porque sí, todavía duele. 

Nunca había dicho esto, nunca había escrito esto, nunca había…. 

Pero es que ayer me cayó encima y le cayó encima también a la amada V, su madre, que vive siendo una grieta desde ese día, aunque intente nacerse flores del dolor

A Omar lo “confundieron” y lo levantaron, su muerte es una más de este terrible país que hemos dejado que suceda, yo ya no quiero dejar que este país suceda, no quiero un Omar más para nadie, no quiero que nadie tenga que imaginar una muerte así para un ser amado, no quiero, por eso hoy arrimo el hombro a Omar, llorando, escuchando las notas que salen de su viola, contando que era el mejor hermano mayor adoptivo del mundo.  Y contando que el 6 de junio en que recibimos la llamada de la que ya no pudimos regresar fue hace quince años. Quince años, quiero gritarlo. 

Quiero gritar: QUINCE AÑOS desde que Omar fue arrebatado de sí mismo. Quince años de omisiones, de complicidades, de silencios lapidarios. En ese momento el Procurador de Justicia (parece mala broma escribirlo así) dijo que descartaban al crimen organizado y que –como siempre dicen- su muerte había tenido que ver con su entorno personal. Una pinche burla que ha seguido siendo mantenida durante quince años. 

Quince años sin justicia, sin “culpables”, sin saber. Quince años en los que el país siguió sucediéndose a sí mismo: fosa común, patíbulo, crematorio, hoyo negro. 

No importa cómo quieran disfrazarlo de “no existe” quienes prefieren ignorar a nuestros muertos, a las familias buscadoras, a las niñas/os huérfanas/os, a las desaparecidas/os.  Quince años de dolor. Este dolor/desgarradura no desaparece sólo porque a algún asesor político se le ocurre fijarse en denominaciones, ese 6 de junio no desaparece y los 6 de junio que cientos de miles de mexicanos hemos tenido no desaparecen ni desaparecerán. 

Habrá que convertir ese dolor en un puente transitable, agarrarse del silencio como de un arma y usarla, darle estancia a nuestros muertos, a nuestros desaparecidos, a las mujeres que fueron arrancadas de su carne. 

Que ésta y todas las noches de ahora en adelante haya en cada rincón de este país una llama/luz encendida para las familias buscadoras y por todas las personas desaparecidas.

Que sepamos seguir mirando de frente el horror para accionar conjuntamente, que sepamos no soltar, que sepamos permanecer y pertenecer(les).

Que nada nuble la dolorosa claridad que para muchos se abrió hoy.

Que sepamos cuidar a quienes buscan, que sepamos buscar, que sepamos nombrar, que no permitamos que la carroñería politiquera haga festín del dolor o lo niegue.

Que el dolor nos guíe, que el dolor nos mantenga unidos, que el dolor sea camino, puente, y no destino.

"(...) la importancia de dolerse. De la necesidad política de decir “tú me dueles” y de recorrer mi historia contigo, que eres mi país, desde la perspectiva única, aunque generalizada, de los que nos dolemos. De ahí la urgencia estética de decir, en el más básico y también en el más desencajado de los lenguajes, esto me duele." 

Escribe Cristina Rivera Garza en Dolerse: textos desde un país herido, en el 2011.  Y yo pienso en los  quince  años sin Omar, quince años sin justicia, sin que nadie haya escuchado, ni esclarecido, “el caso”. 

Se me revienta en la boca la palabra “caso”, porque Omar no era “el caso”, era el hijo de V, el hermano de D y mío, el esposo de B, el sobrino adoptivo de mi madre, el amoroso amigo de tantas y tantos. Era un músico maravilloso, un ser humano que hacía de este mundo un sitio más habitable en contra del horror y que llevó a la frontera su ser con la esperanza de hacer música para la paz. 

En ese intento dejó su vida. No entraré en pormenores morbosos, sólo quiero hoy decir en voz alta: Omar Hernández-Hidalgo y pedirles lo escuchen y vean tocar en este video, así, eterno en su ser, eterno en su modo de hacer música, eterno en poner su cuerpo todo en esa viola que abraza y limpia el aire. 

Quiero que Omar nos acompañe a acompañar, que tejamos profundo junto a las madres y  familias buscadoras que llevan años buscando, escarbando con sus manos, inventando herramientas para reconocer los terrenos. Quiero que no se nos olviden los nombres de a quienes sus seres amados buscan con tesón hasta romperse, quiero que nos armemos una matria, en lugar de esta patria que ya es insostenible

Dejo aquí este video de Omar tocando la viola, como un modo de abrazarnos, de abrazar a cada persona que busca aún a un ser amado, de abrazar a cada persona que encontró sus restos (es tremendo llamarles restos), de abrazar a cada persona que aún es buscada. Que el dolor sea puente, me repito, nos repito, nos conjuro.