El trabajo de cuidados recae desproporcionadamente en los hombros y tiempos de las mujeres, por lo que se entiende como un trabajo feminizado. Asimismo, es un trabajo desmasculinizado, es decir, desasociado sistemáticamente de lo masculino por medio de estereotipos, normas culturales y dinámicas de mercado que refuerzan la división sexual del trabajo.
Los varones somos los principales responsables de esta desmasculinización de los cuidados que nos convierte en irresponsables privilegiados, como bien dice Joan Tronto, sujetos exentos de la responsabilidad de cuidar a otras personas e incluso, de nosotros mismos. La división sexual del trabajo legitima que seamos desobligados y descuidados, saturando a las mujeres con la responsabilidad de atender a otras personas, incluyendo a quienes podríamos ser perfectamente autosuficientes y no lo somos debido a nuestros privilegios de género.
El espejismo de lo individual
Es innegable que algunos hombres cuidan. Muy probablemente conocemos a un padre, hermano, amigo que está al pendiente de alguien más, que procura activamente su bienestar y que dedica tiempo y esfuerzo en mantener a otra persona. Quizás fuimos esa persona que fue cuidada por un varón y podría resultarnos injusto que se desconozca o minimice tanto nuestra experiencia individual como el caso particular de este hombre cuidador.
Ahora bien, casos como estos, ¿desfeminizan los cuidados? Por supuesto que no. Las cifras mundiales sobre la tasa de dedicación temporaria al trabajo de cuidados que realizan hombres y mujeres son contundentes. La Organización Internacional del Trabajo subraya que:
- Las mujeres realizan el 76.2% del trabajo no remunerado de cuidados global
- Dedican en promedio 3.2 veces más tiempo que los hombres al cuidado
- Cerrar esta brecha y balancear las cargas tomaría 210 años debido a la lenta incorporación de los hombres en este sector y a los estereotipos de género.
Sin embargo, la evidencia de que haya hombres que cuidan no debe ser desechada. Es importante en tanto demuestra que los cuidados no dependen de ningún esencialismo biológico o innato que supuestamente portan las mujeres, sino de una construcción social, económica y políticamente orquestada que reproduce círculos viciosos de cuidados desigualmente distribuidos.
El espejo de los estereotipos
Por un lado, los hombres hemos justificado nuestra ausencia en el trabajo doméstico y de cuidados con el argumento de ser los principales proveedores. Sin embargo, diversas investigaciones desmienten esta narrativa, mostrando que la dedicación temporaria al trabajo de cuidados en los hombres se mantiene igual con independencia de que tengamos una participación económicamente activa en el mercado o no. Aunado a ello, la ausencia de los varones como proveedores de ingresos en muchos hogares hacen de esta justificación nada más que un mito.
En su estudio llamado "Gramáticas del Cuidado", Eleonor Faur y Francisca Pereyra muestran que la cantidad de hijxs es una variable que incrementa de manera notable la dedicación horaria a los cuidados de las mujeres, mientras la dedicación masculina se mantiene intacta. Los hogares donde las mujeres tienen mayores cargas de trabajo de cuidados no son los monoparentales de jefatura femenina, sino los hogares biparentales donde hay mayor número de hijxs y, además, una pareja masculina.
Por otro lado, los hombres que se dedican al trabajo doméstico y de cuidados cuentan con mayor prestigio y remuneración que las mujeres en casi todos los países. Pensemos, por ejemplo, en el estatus asociado a un mayordomo frente al de una empleada doméstica. En muchas culturas del sur de Asia y en África, en donde muchos hombres ejercen este oficio, contar con trabajadores domésticos varones es señal de que la familia pertenece a una clase acomodada.
Majella Kilkey estudió cómo los mercados, los gobiernos y los hogares han moldeado regímenes de cuidado en donde se abarata la fuerza de trabajo femenina y se encarece la masculina. Esta investigadora documenta cómo en Inglaterra a finales del siglo XVIII se implementó un impuesto sobre empleadores que contrataban a personal doméstico masculino, lo cual tuvo un impacto en el balance de género en este sector.
Así, reconocer que algunos hombres cuidan no invalida la dimensión estructural de las desigualdades de género que, a nivel micro y macro, conllevan a la injusta distribución tanto del trabajo de cuidados como del poder y el estatus social.
¿Qué otras condiciones sociales y políticas coadyuvan a desmasculinizar los cuidados?, ¿qué estrategias concretas debemos replicar para promover una distribución más equitativa de los cuidados en un marco de igualdad de género? (David Arturo Sánchez Garduño)
Personalmente, me gusta saber que mis referentes de hombres cuidadores son personas cercanas, ciudadanos de a pie que ocupan un rol básico y necesario en la sostenibilidad de la vida.
No se necesita de una voluntad extraordinaria para que los hombres asumamos los cuidados, sino de que esto acontezca a gran escala. Los cuidados son un ámbito atravesado por el poder y, por ende, son una arena de disputa y transformación social en clave de género que puede desafiar los estereotipos que desmasculinizan los cuidados.
Referencias:
Faur, E., & Pereyra, F. (2018). Gramáticas del cuidado. La Argentina del siglo XXI, 1, 495-531.
Kilkey, M. (2010). Men and domestic labor: A missing link in the global care chain. Men and masculinities, 13(1), 126-149.
Organización Internacional del Trabajo (OIT) (2019). El trabajo de cuidados y los trabajadores del cuidado para un futuro con trabajo decente. Ginebra, Oficina Internacional del Trabajo.