El viernes pasado cumplí 44 años. Puedo decir que los cuarenta son la mejor etapa de mi vida, porque es donde al fin se está reconociendo mi trayectoria laboral, y donde tengo mayor estabilidad emocional y seguridad, esto desde luego comparado conmigo misma en los treina y veinte, y con nadie más. Hoy día ya no me tenso ni estreso por cualquier cosa. Conseguí con los años mayores herramientas para tener autocontrol y confianza. Y aprendí a reirme hasta de mí misma.

Por si fuera poco tengo buena salud, apariencia, jovialidad, un hogar con el mejor esposo e hijo, que han sido mi espacio seguro aunque me digan heteronormada. Me llevo bien con mi toda mi familia, y tengo amistades que aunque pocas, honestas y al pie.

Pero algo hay que no he podido superar, y me atormenta, eso es el duelo por amor, el llorar por otro hombre, el dolerme porque aquella historia que parecía de ensueño no fue. Y decía que mi marido es el mejor esposo, y el hogar que me dio el espacio más seguro, porque él sabe de este duelo romántico que cargo a cuestas, y hasta me acompaña y consuela.

Voy a psicoterapia, trato este duelo, analizo cómo el amor, la necesidad de un sueño romántico de telenovela, es una ficción, algo construido que no sucede como en las revistas ni películas. Tengo claridad de ello.

Kate Millet decía que el amor es el opio de las mujeres, y Margaret Atwood por su parte afirma que el deseo de ser amada (en los términos en que nos socializaron el ensueño) es la última ilusión (impuesta), y nos invita a abandonarla para poder ser libres.

Pero cómo se hace para dejar de sentir nostalgia por el pasado, cómo se hace para borrar de la mente los recuerdos y grados de cotidianidad que se tuvieron en una historia donde tú apostaste y diste todo para generar un compromiso y cumplir promesas, y en un segundo se esfumó.

Con la idea del ensueño de amor, dulce, atiborrado de ilusiones y roles, nos han envenenado. Pareciera que no hay cura. Que solo podría dejar de afligirnos haciéndonos una lobotomía.

Es monstruoso que tal envenenamiento podamos verlo con claridad, sobretodo nosotras las feministas, y aún así dolernos por una historia frustrada o que, aunque nos hace daño, o nos hizo daño, la seguimos mirando con nostalgia y añoranza. Nos duele. Nos entristece. Nos conflictúa. Recordar es una prisión mental. El corazón pesa y duele.

Y la lamentación es aún mayor, mezclada con vergüenza, cuando mis lectoras o lectores, a lo largo de mis años como escritora y columnista, me dicen cosas como que me admiran o yo les he inspirado, o incluso que de mi textos han aprendido o sacado algo útil para sus vidas y propios pensares o análisis. Me da vergüenza porque me se inteligente, con capacidades brillantes, me se guapa, me se con luz propia y con mucha fuerza, y aún así, sigo llorando por un hombre. Estoy envenenada y sin cura. Me he rendido. Ya no sé qué más hacer. Qué más intentar. Perdi esta resistencia o batalla.

Y trato de ver otra parte: que no soy la única. Que ahí estuvieron grandes mujeres talentosas, genias, y brillantes, como Rosario Castellanos llorando por Ricardo Guerra, Elena Garro padeciendo por Octavio Paz, Frida Kahlo atormentada por Diego Rivera, y la mismísima Simone de Beauvoir mermada por Sartre. Y ojo que yo no me estoy creyendo ninguna de ellas, no me vayan a decir idiota, claro que ellas no soy yo, que yo solo soy otra mujer, en mis tiempos y en mis contextos, una escritora, o mujer que logra hacer obra, y que sufre por un hombre. Eso es lo que quiero decir. Pero hay más mujeres, muchas más, que quisiéramos "sanar" este veneno llamado amor, hallar un antídoto para esta pócima mortal que es el amor en nosotras, y que nos introyectaron sin piedad.

Hoy quise ponerlo en esta columna para expandir el sentir, porque cuando lo he dicho cara a cara en grupos feministas, me tildan de tonta, de que me falta empoderamiento, amor propio, y deconstruirme, y las lesbofeministas se burlan con una superioridad moral porque soy una simple hetero llorando por un hombre.

Pero no me falta nada, ni empoderamiento ni deconstrucción, me falta un antídoto, sanar este veneno que es el amor. ¿Tú cómo lo lograste? Siendo honestas, ¿lo lograste?