La mayoría de las personas, al menos una vez, hemos visto en la tele, en un stand up o hasta en algún meme, frases como “las mujeres a la cocina” “eso no es trabajo”,“mejor que se pongan a lavar” y, cada día, me resulta más insostenible escuchar chistes sobre la vida de todas las mujeres, pero lo peor es que no son chistes propiamente. 

Después de años en los que nuestras ancestras alzaron la voz y gritaron al unísono por nuestros derechos básicos, porque reconozco que sin ellas me sería imposible estar sentada en este momento escribiendo una columna de opinión, aún se nos encasille con estereotipos de género que nadie sabe quién nos impuso pero que, con todo el dolor de mi corazón, se nos siguen asignando sin importar cuanto gritemos ni cuanto queramos salir de ellos, siempre en la mesa hay alguien que nos deja saber que estaríamos mejor haciendo trabajos de “mujeres”.

Pero vamos por partes, realmente esta no es una idea de unas cuantas, en la mayoría de las familias mexicanas la responsabilidad de las labores domésticas y de cuidado no se encuentra distribuida de manera equitativa, se nos imponen estructuralmente a las mujeres. Esto, sin importar si son niñas o adolescentes y, tristemente, en muchas ocasiones sin importar que tengan obligaciones escolares, laborales o sociales, pero antes de continuar….

¿Qué entendemos como trabajo no remunerado?

Parafraseando un poco a Nancy Folber, economista feminista especializada en economía del cuidado, el trabajo no remunerado son aquellas actividades de cuidado y mantenimiento social, como atender a infancias, personas mayores, o cualquier tarea doméstica que se realiza sin compensación económica pero que es fundamental para el bienestar individual y colectivo.  

A esta definición, me gusta agregar que estas actividades las realiza forzosamente alguien que forma parte del núcleo familiar, eso tiene una justificación clara que muchas veces se deja de lado pero que es sumamente importante para identificar la relevancia de la medición de este trabajo que nadie ve. Su justificación es que, si las realiza alguien externo a la familia, es forzoso realizar un pago.

Lo anterior, me lleva a preguntar ¿por qué esa remuneración no la reciben directamente las mujeres que lo realizan sean o no parte del núcleo familiar? Personalmente, mi respuesta es que se sigue viendo como una obligación asignada a las mujeres desde su nacimiento y, como es una obligación, no requiere una contraprestación.

Ahora vamos a los datos

El trabajo no remunerado, aunque no lo creamos, tiene un precio y se calcula dándole un valor monetario a cada una de las labores que se realizan, este valor se homologa al que se le pagaría por hora a un tercero si lo realizara. 

Ahora bien, es el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) el encargado de medir el valor económico del trabajo no remunerado en México, el cual en 2023 alcanzó el valor de 8.4 billones de pesos, lo que equivale al 26.3% del Producto Interno Bruto (PIB) nacional, del cual las mujeres generaron un 71.5% del valor económico total, lo que nos da un promedio aproximado de 30.8 horas de trabajos no remunerados a la semana. 

Pero hay algo que poco se dice, las horas que dedican las mujeres, en la mayoría de los casos, son horas extras a sus trabajos “formales”. Es verdad que las mujeres nos hemos abierto, con mucha dificultad, espacios en el mercado laboral, pero no se nos ha quitado la responsabilidad derivada del cuidado de la familia y del hogar, lo cual nos pone siempre en desventaja.

Esto, ya que el tiempo destinado a estas actividades representa menos tiempo que se dedica al trabajo remunerado, a estudios, preparaciones extra o hasta realizar cualquier tipo de networking. Se nos sigue dejando atrás en un mundo cada vez más competitivo, abriendo la puerta de par en par a la brecha salarial que refleja la nula equidad entre hombres y mujeres en la distribución del tiempo que se dedica al trabajo no remunerado

¿Tendremos esperanzas?

Ante un escenario tan desolador, las cosas pueden verse complicadas, pero una de las soluciones más urgentes es transformar la estructura laboral para que deje de castigar la maternidad y el cuidado; impulsar la flexibilidad en los trabajos, horarios adaptables, teletrabajo regulado, jornadas reducidas con salario digno, permitiría que las mujeres no tengamos que elegir entre cuidar o desarrollarnos profesionalmente.

Esta medida no solo nos beneficia a nosotras también abre la puerta para que los hombres se involucren más en las tareas del hogar, promoviendo una verdadera corresponsabilidad.

Pero la flexibilidad no basta si no se acompaña de igualdad de acceso a todos los niveles de la vida laboral. Las mujeres, debemos poder ingresar, permanecer y ascender en cualquier sector y puesto. Sí, incluidos los cargos de toma de decisiones. Fomentar nuestra participación en espacios de liderazgo es indispensable para diseñar políticas que reconozcan y valoren el cuidado. Además, es crucial fortalecer los sistemas de cuidado públicos: guarderías, centros de atención para adultos mayores y personas con discapacidad, que descarguen a las familias, especialmente a las mujeres, de una carga que hoy asumimos en soledad.

Redistribuir el trabajo de cuidado no remunerado no es solamente una cuestión de justicia de género; es también una estrategia económica inteligente. Un país que libera el tiempo de las mujeres para que estudiemos, trabajemos y participemos en la vida pública, es un país que crece económicamente sin dejar de ser equitativo.

El cambio nos exige voluntad política, pero también cultural: es urgente entender que cuidarnos es responsabilidad de todos y todas.