El 19 de noviembre es el Día Internacional de la Mujer Emprendedora. Si no lo sabías, no te culpo. Casi nadie lo sabe. Lo que sí vemos constantemente son historias virales de referentes del emprendimiento mexicano, en su mayoría siempre hombres, que levantaron millones o vendieron sus empresas: Carlos Slim, Oso Trava, los sharks de Shark Tank. Las mujeres aparecemos como excepciones.

El punto de partida que nadie cuenta

Hablar de “el futuro del emprendimiento mexicano”, es plantearse un futuro diseñando donde la mayoría no cabe.El emprendimiento no es neutral, generalmente lo construyen personas con sesgos, privilegios, puntos ciegos y con oportunidades específicas.

¿Cómo construimos un ecosistema verdaderamente inclusivo si quienes emprenden y financian vienen de contextos homogéneos?

El 83% de las startups en etapas tempranas están lideradas por hombres. Y cuando las mujeres que sí accedemos compartimos experiencias sin reconocer nuestros privilegios relativos, muchas veces seguimos perpetuando la exclusión, solo que ahora con mejores intenciones.

¿Y si las mujeres que emprendemos desde contextos no tradicionales somos exactamente lo que el ecosistema necesita?

Si queremos que el emprendimiento sea realmente transformador, no basta con “impulsar a más mujeres a que emprendan”. Necesitamos incluir mujeres de contextos diversos, con experiencias distintas, resolviendo problemas reales.

Eso requiere nuevas voces no como cuota, sino como ventaja competitiva. Porque los emprendimientos más innovadores van a surgir de quienes entienden los problemas reales del mercado real mexicano.

Cuando co-fundé Punto Zero, mi "zero" se veía así: trabajaba en el equipo creativo de una de las mejores agencias de publicidad de Ciudad de México. Era un trabajo "estable". Me daba experiencia, portafolio, y sí, cierta seguridad económica. Crear para otros ya no era suficiente. Empecé desde mi cuarto, con mi mac de toda la vida y la incertidumbre constante de “emprender muy joven“.

Esa decisión me dio perspectivas específicas: la urgencia y las ganas de encontrar estabilidad en medio de la incomodidad, la habilidad de construir con mis recursos, y ser consciente de lo que significa el riesgo cuando tienes algo que perder, pero también algo seguro a lo que regresar.

No es mejor ni peor que otras experiencias de emprendimiento. Es simplemente diferente. Y esa diferencia importa cuando estamos visibilizando perspectivas. Por eso creo firmemente en emprender joven, con tus propios recursos, aunque sean limitados. Desarrollas una resiliencia diferente. Lo que no te cuesta, no lo valoras.

El 90% que se va (y por qué)

Entre el segundo y tercer año de cualquier emprendimiento llega un momento crítico. No es fracaso financiero, muchos proyectos ya tienen flujo positivo. Es agotamiento. Es darte cuenta de que mientras tus conocidos van ascendiendo en corporativos con salarios estables, tú sigues apostándole a algo incierto.

Vas tarde. Hasta que ya no. Hasta que todo empieza a tener sentido. Pero la mayoría no aguanta hasta ese momento. Se cansan antes. O descubren que emprender no es tan disrruptivo como parece en LinkedIn. Por eso y muchas razones el 90% de los emprendimientos en México fracasan antes de su tercer año. Se agotan antes de ver los resultados.

Para las mujeres mexicanas es más complejo. Desde los 12 años realizamos el triple de trabajo no remunerado que los hombres. Cuando emprendemos, esa carga no desaparece. Se suma. Accedemos a menos del 10% del financiamiento disponible. Nuestras historias rara vez se vuelven virales. Tardamos más en despegar. Pero cuando resistimos ese punto, nuestras empresas tienden a ser más sólidas.

Emprender siendo mujer en México no es inspiración. Es decisión.

Esto no es una invitación a romantizar el sacrificio o el emprendimiento. Es claridad sobre qué estás eligiendo.

Emprender siendo mujer es un constante recordatorio de encontrar la manera para que todo vaya bien. Dudas, te da miedo, y luego te llenas de expectativas. Es aceptar que hay días buenos, días malos, y días que simplemente van a ser días. Y es mejor dejarlos pasar, y no exigirles nada. Es darte cuenta de que eres una crack, aunque muchas veces no lo veas.

Es convertir la paciencia en tu mejor amiga. Es entender que todo al final va a valer la pena. Es reconocer, como he aprendido en estos años, que los resultados no llegan después del esfuerzo. Llegan después del cansancio. Cuando ya no hay motivación y solo queda disciplina. Cuando eres parte de ese 10% que se queda porque decidiste que vale la pena trabajar en tu proyecto un día más.

La mayoría no somos historias de éxito que inspiran conferencias o que salen en podcast. Somos parte de ese 10% que simplemente sigue. Y eso, en sí mismo, es suficiente.