Camila Gómez vivió ocho años. Nada más. Nunca sabrá lo que es la adolescencia, ni elegirá una carrera o tendrá un primer amor de juventud. Ni siquiera pudo nadar aquel día en que su vecina —su amiga— la invitó a disfrutar del viernes de vacaciones escolares por las festividades religiosas.
¿Ya la olvidamos? Los medios han dado vuelta a la página y su historia ya no es de primera plana… ni de interiores. ¡Pero tenemos que seguir nombrándola!
Su drama no es tan atípico como podría pensarse y desearse: hay ocho niñas más —ocho, como su edad— que murieron víctimas de feminicidio en lo que va entre enero y febrero en nuestro país; Aguascalientes, Chiapas, Jalisco, Estado de México y Sonora tienen un caso cada uno; Veracruz suma dos en los dos primeros meses de 2024, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).
En 2023, fueron 75 las menores asesinadas en razón de género; en 2022, 95; 2021, 111; 2020, 115 —el pico desde que se tienen registros del SESNSP, que inició en 2015— y así seguimos para sumar 753 desde entonces. El 26% de ellas, en el Estado de México, la entidad más feminicida del país.
A pregunta expresa de la prensa sobre el motivo del secuestro y feminicidio de Camila, el ahora ex secretario de de Seguridad Ciudadana, Movilidad y Protección Civil de Taxco, Doroteo Eugenio Vázquez, declaró palabras lamentablemente inolvidables.
Especialmente si hemos de insistir en la erradicación del sedimento patriarcal en el ejercicio de autoridad policial en México: “también hubo una responsabilidad maternal y hubo una omisión, porque si yo como padre tengo un hijo, pues debo de vigilarlo, orientarlo, guiarlo. Aquí la mamá supuestamente dejó salir a su niña y sin percatarse de las medidas de seguridad pertinentes ¿por qué? Porque ella refería que la persona ésta que falleció, pues era su amiga de ella, sin embargo pues esto se sale fuera de contexto de nosotros, que como le vuelvo a repetir, no somos quienes para juzgar”.
Dicho de otro modo desde su sorprendente opinión: es culpa de su mala madre, quien además de procesar el duelo más terrible que existe, según la literatura de las emociones, tendría que lidiar con la carga de haber descuidado a su hija al dejarla ir a jugar, de nuevo, a la casa de su amiga.
Vázquez renunció luego de la presión tras esas declaraciones; me pregunto si a estas alturas de la tragedia él comprende la dimensión de la revictimización en la que incurrió. Me preocupa además la transversalidad de ese tipo de ideas en las autoridades de todos los niveles de gobierno, aunque debe ser especialmente prevalente en el municipal.
En el informe “Asesinatos de mujeres y niñas por razones de género”, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) alertó sobre una tendencia que parece irreconciliable con la atención que ha ganado la lucha feminista a nivel de opinión pública en medios y redes sociales: 2022 ha sido el año más mortífero para ellas, para nosotras, en las últimas dos décadas. Las víctimas diarias a manos de alguien de su entorno familiar o cercano: 133. Números para el terror.
¿Son culpa de las malas madres? ¿O empezamos a revisar el fenómeno, en serio, en el contexto de este abril, mes de las niñas, y de cara al tiempo de mujeres que tanto nos anuncian en las campañas electorales en curso?
No podemos olvidarlas; no debemos.