Su nombre inundó esta semana las primeras planas de la prensa internacional y fue tendencia en redes sociales durante horas. No es para menos. Logró, con valentía, una sentencia histórica por un delito que ocurre en las sombras, en el peor ambiente de normalización: la violación en la intimidad del hogar.

La francesa Gisèle Pelicot se ha vuelto una figura representativa del feminisimo actual tras visibilizar una problemática mundial que afecta a miles de mujeres diariamente sin que muchas de ellas sepan siquiera que están siendo víctimas porque aprendieron que así son las relaciones y que el novio o esposo gana ciertos derechos sobre su cuerpo desde la primera vez que ella le da el sí. ¡Pero no!

El exesposo de Gisèle, Dominique Pelicot, acaba de ser condenado a 20 años de cárcel por violación agravada. A esto se suman poco más de 400 años de cárcel a los otros 50 violadores de Gisèle, que Dominique llevaba a su casa para que abusaran de su esposa mientras ella yacía inconsciente. Una historia de terror donde la realidad supera a la ficción; un buen final feminista sería, para complementar este acto de la justicia francesa, dejarla de nombrar con el apellido de su agresor.

La violación en pareja suele esconderse tras el velo de las dinámicas de desigualdad que normalizan la posesión del cuerpo de las mujeres dentro de relaciones afectivas. Una relación amorosa se convierte, en muchos casos, en una coartada que justifica el acceso no consensuado e impuesto a la sexualidad de la mujer. Este fenómeno está profundamente arraigado en discursos culturales machistas que legitiman la subordinación femenina. Como señaló la feminista Susan Brownmiller en su libro Against Our Will (1975): “La violación no es meramente un acto sexual, sino un acto de poder y control que se entreteje con la trama de nuestra sociedad patriarcal”. Al hablar de la pareja, este poder se enmascara como “amor” o “derecho conyugal”.

Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2021), se estima que una de cada 10 mujeres ha experimentado violencia sexual a manos de su pareja actual o anterior. Sin embargo, esta cifra es solo la punta del iceberg, pues la llamada cifra negra de estas agresiones —los casos que no se denuncian— permanece alarmantemente alta debido a la vergüenza, el miedo y la falta de protección de los sistemas judiciales y sociales.

Uno de los grandes problemas radica en la falta de comprensión sobre el consentimiento dentro de una relación. Muchas mujeres son víctimas de coerción sexual: se les presiona, manipula o amenaza para participar en actos sexuales que no desean. Según una encuesta de 2022, realizada por la Agencia Europea para los Derechos Fundamentales, más del 25% de las mujeres en relaciones reportaron haber accedido a encuentros sexuales por miedo a las represalias o como medio para evitar conflictos con su pareja. En muchos casos, las víctimas ni siquiera reconocen que estas experiencias constituyen violencia sexual.

Jessica Valenti, una destacada feminista contemporánea, ha señalado la urgencia de cambiar este paradigma al afirmar: “El consentimiento no es un contrato permanente que se firma al inicio de una relación; es un acuerdo constante en el que ambas personas participan libremente”. Incorporar esta visión en las políticas educativas y sociales es esencial para desmantelar las ideas erróneas sobre la violencia sexual dentro de las parejas.

A pesar del trabajo de décadas de movimientos feministas por visibilizar estos abusos, los marcos legales todavía son deficientes. En muchos países en desarrollo o con una cultura patriarcal, lo que ocurre dentro de una pareja es visto por los sistemas judiciales como un espacio privado, lo que perpetúa la impunidad de los agresores. Amnistía Internacional ha enfatizado en sus informes que aún hay legislaciones en al menos 25 países que excluyen las violaciones maritales de sus códigos penales. 

Hablar sobre la violación en pareja es incómodo, pero necesario. Como dijo la activista y escritora estadounidense Andrea Dworkin: “El silencio no protege a las mujeres; lo que hace es proteger a los hombres que las lastiman”. Es hora de romperlo en torno a esta forma de violencia oculta y garantizar que nunca más el amor sea usado como un argumento para justificar una violación.

Gracias, Gisèle, simplemente Gisèle, por dar voz y animar a las mujeres que sufren este problema en la sombra a nombrarlo. Nos toca a todas insistir hasta que el no se haga costumbre, también en la cama marital.