Si la memoria no me falla, registro mi vida en cuadernos desde los 10 años. Los diarios han acompañado gran parte de mi existencia. Escribí sobre la llegada de una nueva compañera a la primaria y sobre las telenovelas que veía con mi familia; transcribí la letra completa de Inevitable de Shakira.

Escribí sobre la primera vez que me gustó alguien, sobre el miedo a crecer; sobre la alegría que sentí cuando mis hermanas ingresaron a la universidad. Escribí sobre la muerte de mi abuela; sobre las deudas familiares; sobre amores y amistades fallidas y de aquellas veces que lo logré. Escribí lo que significó mudarme de ciudad. Grandes episodios de mi vida han sido documentados a lo largo del tiempo. Últimamente me he preguntado: ¿qué tiene de político y feminista escribir un diario?

A simple vista, puede parecer una práctica individual e íntima, pero es en realidad un acto de resistencia contra el olvido y el silencio en una sociedad patriarcal y capitalista.

El patriarcado ha reducido la voz de las mujeres y el capitalismo nos envuelve en una dinámica productiva avasallante. En un mundo que tiende a la productividad y a la aceleración para “aprovechar el tiempo”, ya que “el tiempo es oro”, escribirme y narrarme es una manera de reclamar un tiempo y un espacio propio, un lugar para autorrepresentarme y contar (me) mi propia historia.

En el diario busco ser honesta, y hablar de mis culpas, preocupaciones y fallas; no tengo que ser perfecta ni cumplir con las exigencias de las expectativas sociales, ni limitarme a lo que se considera importante, deseable o valioso dentro de las lógicas productivas del capital. De tal manera que escribir es un acto de cuidado y de presencia. Lo que escribo sobre mí misma posee un valor político porque es una forma de nombrarme y reconocer mi existencia en un mundo que constantemente nos borra. 

A lo largo de la historia, las mujeres hemos sido silenciadas y hemos escrito desde el margen, sin reconocimiento. Por eso, escribir nuestras experiencias es otra manera de no quedarnos calladas, es hacer memoria. Como dice Gabriela Mistral en Bendita mi lengua sea, “sean mi lengua viva de muerta”, esta frase nos invita a ver la escritura como un acto de rebeldía contra el olvido.

A través de esta práctica, podemos dejar un registro que perdure en el tiempo, que sobreviva a nosotras, y que, de ser leído, sea un puente para que otras se reconozcan. Hablar no es la única manera de comunicarse y escribir es una forma de revelarse contra el silenciamiento histórico.

Al escribir ejercemos agencia sobre nuestra propia historia, en la cual ocupamos un espacio y tiempo, y sobre todo un lenguaje. Además, mientras nos autorrepresentamos, luchamos contra las narrativas hegemónicas de lo que una mujer debe ser, pensar o desear.

Gloria Anzaldúa nos invita a olvidarnos de ese “cuarto propio” y a escribir donde podamos y como podamos. La práctica política y feminista de escribir sobre una misma no requiere tendencias normativas, ni tiempos fijos, ni modos específicos o condiciones perfectas -no todas lo tenemos-.

Como lo afirma Anzaldúa en Carta a las escritoras tercermundistas: “aunque pasamos hambre, no somos pobres en experiencia”, entonces documentemos nuestro vivir, no para que otros nos lean (o puede que sí), sino para dejar constancia de las múltiples formas que toma nuestro existir. 

No hay nada más político y feminista que reclamar nuestro derecho a narrarnos con nuestras propias palabras, a nuestros ritmos y en nuestras propias formas.