El tema del indigenismo en México, como se le llamaba hasta antes de reconocerlos como pueblos y comunidades indígenas, han mostrado la madera de lo que están hechos y hechas. Además de sobrevivir más de quinientos años, han lidiado con las prácticas de un Estado que les mal miró, pensándolos como atrasados por sus diversas prácticas culturales y formas de organización.
Al respecto, Arturo Warman en su libro Todos Santos y Todos Difuntos, hace un recuento y una crítica histórica de la antropología mexicana, puntualizando la actuación del Estado, en torno a este sector poblacional. En el Porfiriato, les consideraban un lastre que vivía en condiciones de pobreza, marginación y con una economía difícil de sostener por los problemas agrarios.
En 1910, la antropología del Estado, representada por Manuel Gamio, planteaba una ideología revolucionaria en la cual era importante la fusión de razas y cultura, el reconocimiento de una lengua nacional, un equilibrio económico, y la integración de la población indígena al pensamiento occidental. Ya en 1948, Lázaro Cárdenas creó el Instituto Nacional Indigenista (INI) bajo la perspectiva de que las personas indígenas debían ser nacionalizados.
No fue si no hasta hasta 1994 cuando el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) visibilizó a nivel nacional e internacional a la población indígena de nuestro país, mostrando una historia de exclusión, explotación y abandono, que conllevó a los rezagos educativos, sociales y económicos de los pueblos.
El movimiento exigía entonces, el ejercicio de los derechos básicos de cualquier ciudadano mexicano, lo cual sustentó en 1996 la firman de los acuerdos de San Andrés sobre “Derecho y Cultura Indígena”, el cual se convierte en parteaguas de políticas públicas dirigidas a esta población, además de quedar asentado en el artículo 2 de la Constitución Política de los Estados Unidos, y en el año 2001 se reconocieron constitucionalmente los derechos indígenas, así como sus propias instituciones.
Si bien, ha habido avances, aún hay muchos retos, mayor aún cuando hablamos de las mujeres indígenas, a las cuales se les sigue cuestionado su derecho a la participación equitativa y de representación para votar y ser votadas, siendo, que esto forma parte de las acciones positivas y de inclusión en la diversidad política. Así que no olvidemos en esta contienda electoral la pluriculturalidad de nuestro país.
Desde las cifras, a nivel nacional somos un total de 129.5 millones de personas, siendo el 51.7% mujeres y 48.3% hombres, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Por otro lado, la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID, 2023) registra a un total de 39.2 millones de personas que integran la población indígena, de las cuales 51.8% son mujeres y 48.2% son hombres, es decir, una representación que tendrá que ser reconocida en las próximas elecciones, ya que uno de sus derechos es a ocupar cargos en las comunidades y organizaciones indígenas, así como el de participar en la vida política del país.
En esta contienda electoral, el Instituto Nacional Electoral (INE) en su portal registra la candidatura de 312 personas que se autoidentificaron como personas indígenas, las cuales son desglosadas por partidos políticos de la siguiente forma: 20 pertenecen al Partido Acción Nacional (PAN), 25 al Partido Revolucionario Institucional (PRI), 18 al Partido de la Revolución Democrática (PRD), 26 al Partido del Trabajo (PT), 30 al Partido Verde Ecologista de México (PVEM), 51 de Movimiento Ciudadano (MC), 37 de Morena, y en las coaliciones, 56 en Fuerza y Corazón por México, y, 49 en Sigamos Haciendo Historia.
Veremos pues, qué sucede en torno a sus postulaciones, ya que, hasta el momento, existen 13 denuncias de personas registradas como indígenas y que los pueblos no les reconocen como tal.
Este brevísimo contexto, nos muestra como por muchos años los pueblos y comunidades indígenas, no fueron considerados sujetos de derechos, sino objetos a los que había que tutelar e incorporar a la modernidad genocida. Al respecto, Pierre Bourdieu menciona la importancia de mirarles, y aprehenderles, ya que, a pesar de vivir en estas condiciones de pobreza y abandono del Estado, han sobrevivido y mantenido sus modelos económicos, sociales, organizativos y culturales, lo cual representa una fortaleza, con respecto al occidental que cambia constantemente de modelos, y no logra concluir procesos para el bien común de la sociedad.