Sabemos que las brechas de género siguen siendo omnipresentes en la vida social. Si bien se han visto mejoras a través del tiempo, la pandemia del COVID y la ausencia de mujeres en los sectores de vanguardia, como el tecnológico, muestran que estas brechas no se van a cerrar por sí solas. Para ello, debemos empujar una estrategia que garantice la presencia de mujeres en puestos de decisión a través de la integración paritaria, asegurando esta paridad lo más posible en el ámbito de lo público y promoviéndola en el sector privado.
Sin embargo, también sabemos que, si bien la paridad es necesaria, no es suficiente para alcanzar la igualdad sustantiva. Y necesita ser complementada con mandatos de acción para obligar al Estado a impactar en las fuentes cruciales de la desigualdad entre los géneros. En este espacio me ocuparé sólo de una: el trabajo de cuidados no remunerado.
Un estudio de OCDE exhibe que la parte del tiempo de los hombres dedicado al trabajo no remunerado como proporción del tiempo dedicado al trabajo total es del 19%. Esto representa un tercio de la parte del tiempo que dedican las mujeres. Es evidente que las mujeres llevamos una carga sobredimensionada en los trabajos de cuidados. Que este trabajo no sea remunerado no implica que no tenga un efecto directo en la generación de riqueza. Según datos de la CEPAL, es posible cuantificar la contribución económica de los trabajos de cuidados no remunerados en una cifra que va del 15,9% al 25,3% del producto bruto interno de los países de la región.
Si el objetivo de la integración paritaria es permitir que las mujeres ganen poder de manera sistemática y se acerquen a sus proporciones en la población, entonces los mandatos de acción apuntan a reformular la función del Estado para que deje de ser un sostenedor y amplificador de la desigualdad. El BID estima que la implementación de sistemas de cuidados infantiles aumentará la tasa de participación femenina en la fuerza laboral entre un 7% y un 9%, según el país y el nivel educativo de las mujeres. Esto se traduciría en un aumento del 4% al 6% en el PIB per cápita. Así, las sociedades en su totalidad se beneficiarían de cerrar las brechas de género.
Un aspecto complejo de las brechas de género es que no sólo se dan entre hombres y mujeres. Hay brechas al interior de las mujeres que se intersectan con desigualdades de clase, de estado civil y situación familiar, así como con las condiciones de vida urbano-rural, entre otras. Son las mujeres con bajos ingresos, las madres, y las campesinas las que enfrentan la peor parte de la desigualdad de género. Las que ingresan de manera subordinada al mercado formal de trabajo, las que más tiempo dedican al trabajo de cuidados no remunerado y las que menos presentes están en el poder político. Por esto, políticas que aseguren la paridad y que apunten a establecer un sistema robusto de cuidados son condiciones imprescindibles para avanzar a la igualdad sustantiva.
Este artículo fue elaborado en el marco de la presentación del informe (Co) Construyendo una agenda estratégica para las Américas que se presentó hace unos días El Colegio de México, en colaboración con la Universidad Torcuato Di Tella de Argentina y la Universidad De los Andes de Colombia.