Existe una paradoja en el camino hacia la igualdad sustantiva: en algunos casos, cuando las mujeres incrementan su poder económico, aumenta el riesgo de violencia contra ellas. Este fenómeno, documentado desde Suecia hasta la República Democrática del Congo, revela que el avance femenino no siempre es recibido como un logro compartido, sino como una amenaza que debe ser controlada. El patriarcado, pues.

El equipo de investigación de Ola Violeta se dio a la tarea de estudiar estos patrones que ahora presentamos en nuestro reporte mensual “25N del año 25: Visibilizar la continua vulnerabilidad”. Fue un shock encontrar esta correlación: la autonomía económica, en contextos donde persisten desigualdades estructurales, puede convertirse en un factor de riesgo cuando las masculinidades frágiles perciben el éxito de las mujeres como un desafío a su poder.

La economista sueca Sanna Bergvall documentó que cuando las mujeres alcanzan o superan los ingresos de sus parejas, la probabilidad de requerir atención hospitalaria por agresiones aumenta. En el Congo, investigadores estadounidenses observaron cómo el aumento del poder financiero femenino activa mecanismos de control violento.

En otras palabras: el éxito se penaliza cuando desafía normas tradicionales de género arraigadas en la superioridad económica masculina. El patriarcado y el capitalismo siempre de la mano. 

En México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) reportó para 2024 que la brecha salarial de género se ubicó en 34%, lo que significa que por cada 100 pesos que gana un hombre, una mujer percibe 66.

Según el Índice Global de Brecha de Género 2024, el país ocupa el puesto 119 de 146 países en el subíndice que mide la brecha de ingresos por género. Esta desigualdad es el reflejo de un sistema que limita el desarrollo profesional de las mujeres desde múltiples frentes.

Datos del mismo organismo revelan que alrededor del 50% de las mujeres en México nunca alcanzará la independencia económica, mientras que los hombres tienen una probabilidad del 99% de estar empleados.

Pero la desigualdad económica no termina ahí. En 2023, el Inegi también confirmó que 2 de cada 10 mujeres de 15 años o más reportaron vivir violencia económica a lo largo de su relación. Esta forma de violencia, que ocupa el segundo lugar en prevalencia después de la psicológica, se manifiesta cuando se limita a las víctimas en la toma de decisiones sobre los gastos del hogar, se les exige rendir cuentas sobre cada peso gastado, o se les impide trabajar o estudiar como forma de mantenerlas en dependencia. 

La violencia económica, que en México representa el 27.4% de total de las violencias, funciona como un mecanismo silencioso de control, cuyo impacto resulta devastador: roba la capacidad de decidir sobre la propia vida, limita las oportunidades de desarrollo y encierra a las mujeres en relaciones de sometimiento. 

La brecha salarial sí se relaciona con la violencia económica y con la paradoja del éxito castigado pues el avance femenino se percibe como un desafío al orden establecido. Cuando las estructuras patriarcales están arraigadas, cada paso que da una mujer hacia su autonomía puede ser leído como una afrenta.

El problema no radica en el progreso femenino en sí mismo, sino en sistemas que no han transformado las masculinidades ni las relaciones de poder que las sustentan.

Por eso, tenemos que voltear a mirar este problema en el contexto de los 16 Días de Activismo; las intervenciones efectivas no pueden limitarse a incrementar los ingresos de las mujeres, también deben incluir protecciones específicas, acompañamiento psicosocial, educación comunitaria para parejas y familias, así como protocolos para identificar y actuar ante señales tempranas de control o violencia económica. No hacerlo es rendir malas cuentas como sociedad.