A esa edad aún no entendía por qué me invadía tanta tristeza cuando se fue de Ixtapaluca a un municipio al norte del Estado de México. Me tomó años —y varias amistades fallidas— comprender que lo que abrazaba mi cuerpo era un dolor que muchas veces no se nombra.

Recuerdo que antes de partir nos habíamos distanciado. A los seis años de edad, ambas habíamos encontrado nuevas amistades y, aunque compartimos clases, las visitas espontáneas a nuestras casas habían terminado. 

Concluimos el primer grado de primaria juntas, pero distanciadas. Mi memoria, que a menudo es clara, olvidó el adiós. Ella partió y se llevó consigo la que, por mucho tiempo, consideré la mejor amistad de mi vida: juguetona, tranquila, cariñosa y empática. La única que vio mi silencio como una fortaleza y no como un error o un defecto de la infancia, aunque era todo lo que conocíamos. 

Las palabras no me salen fácil, verbalizar mis pensamientos muchas veces fue un sacrilegio; hoy mis amigas, mis compañeras, celebran mis palabras y cobijan mis silencios pero ese día, mientras tomaba la mano de mi madre a la salida de la escuela escuchando que ella no volvería, supe que las palabras al aire, lanzadas para llenar silencios, también son vacío. 

Durante años el dolor emocional que nació cuando la amistad terminó no tuvo nombre. En entrevista para La Cadera de Eva, Marilú Rasso, directora ejecutiva de Espacio Mujeres para una Vida Digna, Libre de Violencia, explica que el dolor de perder una amistad suele ser invisibilizado o minimizado. 

Por mucho tiempo extrañé todo. A mi madre, cuando no estaba cerca, a los animales que me hicieron compañía durante la adolescencia, a mi hermana, que vive a kilómetros de distancia, al olor de la periferia cuando yo fui quien se fue. Nunca supe que se podía extrañar a una amiga. 

“Si una cuenta que extraña a una amiga, que algo se rompió, que ya no se ven como antes, muchas veces se trivializa como si fuera un duelo menor, como si no importara tanto”, me dice Marilú Rasso.

Lutos y tristezas

Incluso en la infancia, la amistad ya representaba un lazo afectivo profundo, lleno de complicidad y cuidado mutuo. En la vida adulta, miro ese primer luto como una pérdida voraz, y me doy cuenta que el dolor y la pérdida siempre estuvo presente, aunque a menudo escuchaba que “las amistades van y vienen”.

¿Por qué duele tanto perder una amiga? Incluso en la adolescencia, con más palabras practicadas y menos silencios incómodos, resentí la inevitable separación con mi segunda gran amiga de la vida.

Era un vínculo insostenible, desinteresado, un cuerpo andante de mejores años. La separación no fue menos dolorosa y el dolor se transformó en resentimiento. Aún no entendía que, estaba doliendo, extrañando, añorando. No lloré pero sí que ignoré fervientemente mis sentimientos. 

“Tal vez es hora de empezar a reconocer que también esos vínculos merecen su lugar en la trama de lo que nos sostiene, que la amistad entre mujeres no es un afecto menor, sino una forma poderosa de sororidad, de cuidado y de amor”. (Marilú Rasso)

En la universidad me permití sentir activamente mi primer duelo por una amistad; desacuerdos, malentendidos, poca disponibilidad de diálogo, corazones rotos (muy rotos), molestias y frustraciones, el mix perfecto de desamor. No le decía adiós a una pareja amorosa, ni le lloraba al mito del amor romántico, le decía adiós a una amiga

Por primera vez en 20 años permití que mis vínculos con otras mujeres pasaran de tener un lugar secundario a uno protagonista en mi vida, donde el dolor fue lento y avasallador, pero también reconciliador. Reconocí la importancia de la fractura.

Vínculos que salvan

“Es un vínculo que muchas veces nos ha salvado, que nos ha devuelto el sentido, que nos ha acompañado cuando todo lo demás se caía. Por eso, cuando una amistad así se rompe o se transforma, duele y duele mucho”.

Mientras Marilú Rasso explica por qué duelen tanto las amistades, recuerdo que cada una de mis amistades me salvó de alguna forma. Las que no están, me acompañan en forma de recuerdos, lecciones aprendidas, documentos académicos, manualidades y ropa hecha a la medida — yes que aunque estos intercambios parecen ser una exageración, el amor entre mujeres es tan basto, nutritivo y, por qué no, intenso, que nos hace hacer lo impensable por la otra—.