La amistad es un vínculo profundo y significativo, un espacio donde encontramos apoyo, amor y compañía. Pero, ¿qué sucede cuando ese lazo se rompe? Cuando la amistad que una vez nos hizo sentir vivas y conectadas se vuelve distante y evitativa, el dolor puede ser abrumador. Yo sé de qué hablo, porque viví eso con una de mis mejores amigas. La distancia y el silencio se convirtieron en una barrera insalvable, y me di cuenta de que era hora de dejar ir. 

Al igual que Zaría Abreu Flores en su “carta de despedida a mi mejor amigo” quiero compartir mi historia. Esta carta es para ti, para que sepas que no estás sola en tu dolor. Es para que sepas que está bien decir adiós, que está bien reconocer que una amistad ha llegado a su fin. 

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Querida amiga,

Quiero contarte algo  que me ha estado pesando en el corazón. De un tiempo para acá, he sentido que me aferro a conservar nuestra amistad por los buenos momentos que compartimos. 

Recuerdo las noches de risas y alcoholes en la sala de tu casa, donde cantábamos Se me olvidó otra vez de Juan Gabriel con nuestras voces desafinadas pero con mucho sentimiento. 

También recuerdo aquella vez que llegaste de sorpresa para celebrar mi cumpleaños con un ramo de flores y un pastel. Los zapateados y el huapango, las desveladas en mi casa, las noches de fiesta cuando lloramos y perreamos todo el álbum de Un Verano sin ti de Bad Bunny. Las eternas videollamadas y los maratones de Harry Potter. Los sueños de viajar juntas que nunca se realizaron.

Pero lo que más recuerdo es el día que tuve un ataque de pánico y dejaste todo para ir a verme. Ese día me olvidé hasta de respirar y ahí estuviste para recordarme cómo hacerlo. Fue un momento que nunca olvidaré y que me hizo sentir agradecida porque más que una amiga eras una hermana para mí. 

Sin embargo, con el tiempo, empecé a notar que las cosas cambiaban. Me contestabas con mensajes breves y no parecías tener interés en hablar conmigo. Me sentí ignorada y excluida, especialmente cuando vi que estabas pasando tiempo con otras personas y no me incluías en tus planes. Me preguntaba si había hecho algo mal, si había dicho algo que te había ofendido o era mi tristeza crónica la que te hacía repelerme.

No era la primera vez que sentía que mi amistad era una carga para ti. Ambas tenemos maneras distintas de vincularnos y muchas veces sentí que te desbordaba con el mar de sentimientos y emociones que cargo en el pecho al preocuparme por ti. Solías desaparecer en momentos clave, un día mandabas un mensaje avisando que estabas en el hospital y al preguntarte qué había pasado o si te podía ayudar, te esfumabas y no respondías hasta después de un mes diciendo que todo estaba bien.

Esas situaciones me generaban mucha incertidumbre. Cada vez sabía menos de ti, así que atesoraba los mínimos mensajes que me respondías para saber cómo estabas y en las pocas salidas que me aceptaste, preferí escucharte, pues no sabía cuando iba a ser la siguiente vez que accederías a verme y también cambiaba mis planes si me decías que tenías unos minutos para vernos y platicar. Nunca me pediste que hiciera eso, pero yo lo hice porque sentía que de alguna manera salvaba nuestra amistad.

Después de meses de no platicar, propusiste una comida para ponernos al día, yo acepté muy feliz, creyendo que era la oportunidad de reconectar. Pero cuando llegué, me di cuenta de que habías invitado a tu novio, y me sentí tan mal e incómoda que me fui temprano de la reunión.

Un día te escribí para contarte que estaba deprimida y al borde de dejar el periodismo. Esperaba que me ofrecieras apoyo y comprensión, pero en su lugar, me dijiste que me replanteara mis intereses profesionales. Me sentí herida y confundida por tu respuesta. Me preguntaba si era verdad que no creías en mí, o si solo estabas tratando de ser honesta.

Pero lo que realmente me hizo darme cuenta de que nuestra amistad no era lo que una vez fue cuando me mentiste sobre dónde estabas. Te dije que estaba por tu casa, que si podía pasar a saludarte y me dijiste que estabas en el hospital, pero luego te vi con tu hermano en el mismo lugar donde me dijiste que no estabas. Me sentí engañada y traicionada. Me di cuenta de que si no te sentías cómoda para decir que no querías verme, significaba que no había confianza y por lo tanto no había amistad.

Después de eso, intenté hablar contigo sobre lo que había pasado. Te dije que me había sentido mal, que me había sentido ignorada. Pero no parecías entender mi punto de vista. Me dijiste que no me habías mentido, que había entendido mal. Pero yo sabía que no era así.

La situación fue decayendo aun más, te insistí en hablar para aclarar las cosas y me puse a tu disposición en horarios pero me dijiste que no tenías tiempo, que si quería hablar contigo tenía que ser después de ciertas fechas y me sentí como si estuviera sacando cita en el SAT.

Eso me rompió el corazón y me di cuenta que no parecías estar dispuesta a hacer un esfuerzo para mantener nuestra amistad, y yo me sentía cada vez más frustrada y herida. Me di cuenta de que estaba invirtiendo mucho tiempo y energía en una amistad que no era recíproca.

En ese momento, me pregunté si era hora de dejar ir nuestra amistad. Me costó mucho tomar esta decisión, porque te quiero mucho y no quería perderte. Pero también me di cuenta de que estaba perdiendo mi propio bienestar en el proceso

Le conté a mi psicóloga sobre ti, y ella me dijo que sí bien es sensato esperar reciprocidad en nuestras relaciones, todas las cosas que hice para salvar nuestra amistad nunca me las pediste, y que no podía forzar a nadie a tener un vínculo conmigo. Me agüite mucho, pero tenía razón.

La pregunta es, ¿cómo sabemos cuándo es hora de dejar ir una amistad? Para mí, la respuesta es cuando la amistad deja de ser recíproca y saludable. Cuando nos sentimos ignoradas, excluidas o heridas de manera constante, es probable que la amistad no sea positiva para nosotras.

Dejar ir una amistad no es fácil, pero a veces es necesario. Nos permite priorizar nuestras propias necesidades y bienestar, y buscar conexiones más saludables y positivas con otras personas. Me duele admitirlo, pero creo que dejar ir mi amistad contigo fue la mejor decisión para mí.

Ahora ya no siento la intranquilidad en mi pecho por no saber si hice algo mal para que te alejaras de mí, ni miro el teléfono compulsivamente esperando un mensaje tuyo.

Lo último que supe de ti fue que te graduaste de la especialidad en museografía, lo supe porque tu mamá subió una historia de tu examen profesional... Así de amigas éramos que hasta tenía a tu mamá en mis contactos... Es raro y doloroso como pasas de compartir tanto con una persona e incluso no te imaginas la vida sin ella y de pronto no sabes nada de su vida.

Quiero que quede claro que no te odio, al contrario te quiero demasiado y siempre tendrás un lugar especial en mi corazón, creí que nuestra amistad duraría hasta al final de nuestros días y seríamos dos adultas mayores riéndonos sobre nuestras travesuras del pasado, acompañándonos a cobrar nuestro apoyo de la tercera edad y después pasar a comernos unos tacos. Sí, ya sé que soy muy fantasiosa pero de verdad añoraba un futuro así. 

Parafraseando a Zaría Abreu Flores: “te abrazo con la Sandra a la que le duele alejarse, pero a la que le dolería más quedarse”. 

Cuídate mucho.

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