¿Podemos hablar de lo desgastante que es redefinirnos? Estamos viviendo en una lucha constante con nuestra proveniencia, por desconolizarnos para redefinirnos, explorando nuestra capacidad de salir de la lógica que el patriarcado fijó en nosotres. Vivimos explorando nuestra capacidad de salir de lo que supuestamente es nuestra naturalidad para encontrarnos.
El patriarcado arbitrariamente ha fijado identidades, que a su vez, son jerárquicas; enseñándonos que no podemos conectar con aquello que está fuera de su lógica porque es algo que también "está fuera" de nosotros. El propio sistema nos ha enseñado a no tolerar lo ambiguo y que se vuelve molesto lo que no entendemos, incluyéndonos.
Nuestra incapacidad de entender la diversidad nos ha llevado a aferrarnos a categorizar, traducir y definir. En otras palabras: colonizamos “la otredad” para encuadrarla a nuestra lógica y entenderla a nuestro capricho.
¿Por qué le tenemos miedo a la diversidad? ¿Por qué no podemos aceptar la diversidad en su esencia? ¿Por qué tenemos que dominar para reconocer? ¿Por qué no sólo nos reconocemos y nos celebramos en nuestra singularidad?
No somos accidente. No somos “la otredad”, somos seres humanos cambiantes y ambiguos. Hemos demostrado que romper la lógica es necesaria para evolucionar, sigamos enseñando que todo puede ser diferente.
Existen tantas variaciones de ejercer la sexualidad como personas existen en el mundo, pero el patriarcado nos automatizó para rechazar lo que no entra en una identidad heteronormada. La pregunta es: ¿la diversidad sexual es la otredad?
La diversidad de orientaciones sexuales no es la otredad, aunque la naturaleza patriarcal nos diga lo contrario. ¿Cómo sostener esta premisa?
Joan Roughgarden, profesora del Departamento de Biología de la Universidad de Stanford, sostiene que, para la biología, las personas con sexualidad diversa son defectuosas, pero que lo defectuoso es la biología, lo que la llevó a realizar una investigación sobre la amplia variación de la sexualidad, materializado en su libro “El arcoiris de la evolución”.
Roughgarden, a lo largo de su investigación, describe la existencia de múltiples tipos de macho en el reino animal, sustituyendo la teoría de Darwin en la que todos los machos son de un solo tipo y las hembras de otro. A su vez, explica la existencia de apareamientos entre animales del mismo sexo (como el caso de los elefantes o bonobos); así como la existencia de más de trescientas especies de vertebrados en los que las relaciones sexuales entre el mismo sexo han sido observadas en la naturaleza. También demuestra la existencia de intimidad física y comportamientos que son formas de intercambios de placer físico.
La razón de esto, de acuerdo con la profesora, es la existencia de un mecanismo de unión y colaboración entre individuos, y cuando los individuos intiman físicamente entre sí, son capaces de coordinar sus actividades y trabajar hacia un objetivo común, porque experimentan placer mutuo en alcanzar ese objetivo compartido.
La consecuencia de ese objetivo común es lo que hace placenteras estas interacciones íntimas, ¡arriba la ternura radical!
A la luz de su estudio, la idea de la selección sexual de Darwin parece casi absurda, incorrecta e irrelevante, ya que no aborda la existencia de la diversidad sexual que existe en la naturaleza. Lo natural es la diversidad.
El poder de nombrarnos no se discute
John Austin en su texto “Cómo hacer cosas con palabras: palabras y acciones”, propone la noción de performatividad lingüística, que consiste en que cada vez que se emite un enunciado se realizan al mismo tiempo acciones y/o cosas en la realidad. El sólo hecho de pronunciar las palabras (en ciertas circunstancias) convierte en acción. Esta teoría inspiró a grandes feministas como Judith Butler, Paul B. Preciado y Gabriela Castellanos, entre otras.
Judith Butler afirma que las etiquetas por orientación sexual y expresión de género son el resultado de una construcción social, histórica y cultural, por lo que no existen papeles sexuales o roles de género esencial o biológicamente inscritos en la naturaleza; para esta teoría las siglas de la comunidad LGBTTTIQA+ son el resultado de la producción de una red de dispositivos de poder que se explican desde el género, es decir, una producción social.
Gabriela Castellanos en su libro “Textos y prácticas de género” sostiene:
No tenemos una identidad fija e innata, sino que ponemos en juego una identidad cuando realizamos determinados actos de habla… Lo humano es precisamente la posibilidad de innovar identidades en distintos momentos a partir de cierto repertorio más o menos estable y al mismo tiempo más o menos fluctuante a lo largo de la vida.
La teoría del arcoiris de la evolución y las aportaciones de Judith Butler, Paul B. Preciado y Gabriela Castellanos refuerzan que el patriarcado ha fijado la identidad como mecanismo de operación. Y es que desde el juego de la tolerancia entramos en la guerra de definir y clasificar la diversidad para entender “lo otro” pero ¿por qué ver la diversidad como la otredad? La otredad no existe en la naturaleza, la naturaleza es diversa.
Actualmente nos creemos tolerantes con la diversidad, entendiéndola como la otredad, pero la realidad es que etiquetar como “otredad” lo que no entendemos, o lo está fuera de la norma social, es negar la diversidad misma. La ambigüedad nos causa conflicto y nos incomoda. Es curioso y preocupante que precisamente el patriarcado juegue con el papel de tolerancia y no de respeto al derecho a ser diferente.
No entender lo diferente nos ha llevado a considerar lo “distinto” como lo débil, aquello que se debe dominar para comprenderlo, así juega nuestro enemigo en común. ¿Seguir clasificándonos por nuestros intercambios sexuales/afectivos realmente es una oposición al patriarcado? ¿O sin querer lo hemos hecho más fuerte?
Estoy consciente de que la finalidad de las siglas es representar a todas las personas que no nos identificamos con la hetosexualidad, para así incluirnos, visibilizarnos y defender nuestros derechos. Y gracias a esta lucha cada día tenemos más visibilidad política, económica y social; y sé que aún hay mucho odio contra el que luchar, pero a estas alturas de la lucha considero que clasificar la otredad es un mecanismo del patriarcado y las etiquetas refuerzan y representan nuestra incapacidad para reconocer y respetar el derecho a ser diferente.
Las etiquetas refuerzan la lógica patriarcal y lo que no entra en esa lógica, es la otredad, lo débil que hay que categorizar para entender y visibilizar, de otra manera no es sujeto político dentro de la sociedad. Estamos reforzando la diferencia de derechos, cuando la lucha es por el derecho a la diferencia.
No somos accidente, no somos “la otredad”, somos seres humanos cambiantes y ambiguos. Hemos demostrado que romper la lógica es necesario para evolucionar, sigamos enseñando que todo puede ser diferente. Gracias a la lucha feminista hoy tenemos el poder de nombrarnos, de visibilizarnos. Ahora demos un paso más: dejemos de vernos como otredades para reconocernos como diversidad, como comunidad.