Aquí compartimos el fruto de una colaboración a cuatro manos, que bien puede cobrar forma de texto o de un abrazo ante la incertidumbre. Trenzamos estas palabras en mesas de cafecitos y mensajes de WhatsApp; en encuentros que nos recordaron la potencia de la escucha atenta y la amistad acogedora. Así que les invitamos a este reencuentro de amigues (ojalá con cafecito en mano), para reflexionar colectivamente sobre experiencias que recientemente han cimbrado nuestros espacios de aprendizaje.
Se trata de experiencias incomodas vividas en la escuela, dentro de las aulas, así como en otros espacios pedagógicos que suelen desdibujar su potencial educativo y de cuidados; a saber, nuestros hogares, pero también espacios emergentes en encuentros activistas, académicos y familiares. Allí los desacuerdos y conflictos han puesto en tensión la convivencia, desequilibrando nuestros cuerpos y prácticas de cuidado mutuo.
Es de nuestro interés abrazar esa tensión, ubicarnos desde la incertidumbre propia de los espacios pedagógicos, para cuestionar la unidireccionalidad de los cuidados y sabernos siempre desde una posición interdependiente, relacional y contextual.
Así que conmovidas por los desequilibrios encarnados y el dialogo compartido, nos ponemos en movimiento a través de preguntas que nos alientan a revisitar las vivencias incomodas desde nuevas perspectivas y prospectivas.
¿Qué espacios pedagógicos habitamos?
Para empezar, coincidimos con Marina Garces en que los espacios educativos son lugares de disputa política en torno al saber, la convivencia y la imaginación. En ese sentido, reconocemos que las aulas y espacios pedagógicos que hoy habitamos no son espacios libres de relaciones de poder y dominación por razones de género, edad y otras categorizaciones sociales y políticas. Se trata de espacios en donde se reflejan muchas de las jerarquizaciones sociales y las relaciones de opresión que acontecen en otros ámbitos.
Por ende, es importante sabernos atravesadas por desigualdades diversas y círculos viciosos de inequidad que suelen pasar inadvertidos bajo la homologación de perfiles: estudiantes, docentes, personal escolar. Roles siempre estratificados que requieren una continua vigilancia epistemológica y una ética del (auto)cuidado en su desarrollo.
Así, en esos espacios educativos, cotidianamente apostamos por no reproducir relaciones dominantes y alentar el pensamiento crítico; de manera tal que nuestros cuerpos docentes no dominen ni impongan, sino que más bien acompañen a liberarse de cualquier actitud autoritaria, aun cuando venga de las personas más críticas y experimentadas.
Para lograrlo, procuramos espacios de confianza, de acogida e intimidad. Esto no implica encuentros de perfecta armonía y satisfacción; por el contrario, alienta al dialogo en libertad, al desacuerdo, a las diferencias de pensamiento y opinión.
Sin embargo, los retos se acentúan cuando, en los espacios pedagógicos, los desacuerdos se expresan desde el abuso, la imposición o el autoritarismo; o cuando evidenciamos que la intimidad no es garantía de confianza, de corresponsabilidad ni de justicia. Cuando se reproducen los imaginarios patriarcales que, como ha expuesto Estela Serret, afianzan que para las mujeres la intimidad implica privación y sometimiento.
En ese sentido, es importante visibilizar que los cuidados en los espacios pedagógicos son colectivos y no unidireccionales. Es decir, no sólo fluyen desde docentes hacia estudiantes, sino también entre estudiantes, entre docentes y desde estudiantes a docentes.
El cuidado no es atributo ni esencia de alguien en particular y es necesario legitimar la forma en que ofrecer cuidados implica recibirlos, implica compartir una relación mutua de sostenimiento, de escucha y de aprendizajes colectivos multisituados y simultáneos.
¿Cómo acoger la existencia mutua, con toda la complejidad del encuentro con otres?
Asumir la incomodidad, el desacuerdo y la incertidumbre nunca será cuestión de un momento. Podemos decir que se trata de un proceso de decidir, actualizar, recapacitar y volver a comenzar. Empezar-Terminar-Continuar (ETC) como brújula para dar cauce a un inacabado e inacabable acontecimiento, en donde se teje un proyecto de reflexividad continua, ética cotidiana y confianza mutua. Lejos de ser sencillo o práctico, requiere de un compromiso firme para resemantizar y reimaginar nuestros vínculos, nuestras alianzas y nuestras intenciones.
Creemos que es fundamental, sobre todo en los espacios de cuidados que estamos aludiendo, mantener un compromiso con lo heterogéneo, diverso y múltiple.
Abrazar las contradicciones que se tejen bajo la ilusión de lo unívoco, lo coherente y lo congruente, para potencializar el valor de lo paradójico, una afirmación de la vida que resulta esquiva a lo singular.
Repensar los espacios pedagógicos como lugares que abracen el desacuerdo y la incomodidad. Reconstruir espacios de enseñanza-aprendizaje cuidadosos, que honran la disposición al encuentro más allá del acuerdo.
Cerramos este reencuentro de amigues con un abrazo fuerte, convencidas de nuestra lucha cotidiana por una pedagogía comprometida, en donde la incertidumbre nos potencia a procurar espacios antipatriarcales que no dan cabida a la reproducción de la crueldad, la dominación y la violencia.
*Referencias:
Garcés, Marina (2020). Escuela de aprendices. Galaxia Gutenberg. Barcelona.
Serret, Estela (2008). Identidades de género y división de espacios sociales en la modernidad. En Ángel Sermeño y Estela Serret (coord.). Tensiones políticas de la modernidad. Retos y perspectivas de la democracia contemporánea. Miguel Ángel Porrúa/Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, México, pp. 91-120.