*Nota de Angélica Dávila Landa:
Hace unos meses conocí a Julia en persona. Nuestro interés compartido por los cuidados nos había unido primero de manera virtual, aunque estábamos separadas por la distancia (ella en Canadá y yo en México, ambas mexicanas y estudiantes de doctorado). Este vínculo se mantuvo a través de esa misma conexión a distancia hasta que, tiempo después, Julia viajó a México para continuar con su investigación y finalmente pudimos encontrarnos cara a cara, fortaleciendo nuestra colaboración y el interés común.
Entonces, sentadas las dos en un café de la Ciudad de México, hablando sobre cuidados, Julia me enseñó lo importante de ahondar sobre las críticas a la dimensión heteronormativa que organiza a estas labores en nuestras sociedades, y me habló de algo que yo no había pensado hasta ahora: de sostener esta crítica desde una perspectiva cuir. Maravillada con las cosas que me contaba, la invité a escribir en La Cadera de Eva para que nos pudiera compartir sus reflexiones al respecto. Y hoy ha llegado ese día. Así, que con mucho cariño les comparto su escritura para pensar, como dice Julia, en un “cuirdado”.
Pensar en un cuirdado: Una crítica del cuidado desde una perspectiva cuir
*Por Julia Islas Proni
Uno de los grandes proyectos del nuevo sexenio en Ciudad de México es la creación de un Sistema Nacional de Cuidados (Gobierno de la Ciudad de México y Secretaría de las mujeres 2024), una iniciativa orientada a responder a una de las necesidades más urgentes y transversales: sostener la vida de una sociedad compuesta por seres inherentemente vulnerables e interdependientes.
El cuidado no es sólo una necesidad cotidiana, sino una condición esencial para nuestras existencias y la de los mundos que compartimos. Sin embargo, surge una pregunta: ¿a quién está realmente dirigido este sistema? ¿Qué vidas, qué cuerpos y qué mundos considera digno de cuidar? ¿Quiénes quedan fuera de esta visión?
A pesar de los avances en igualdad y no discriminación hacia las disidencias en Ciudad de México, las políticas públicas continúan ignorando en gran medida sus experiencias y necesidades. Como resultado, las identidades sexo-genéricas disidentes, sus vivencias, las narrativas y las prácticas de cuidado que sostienen sus vidas siguen siendo invisibilizadas e incomprendidas por el aparato gubernamental.
¿Por qué? Aunque el cuidado puede definirse de manera universal como el conjunto de acciones orientadas a mantener, preservar y reparar nuestro "mundo" —incluyendo nuestro cuerpo físico y emocional, nuestro entorno y las redes que sostienen la vida— con el propósito de mejorar nuestra calidad de vida (Tronto y Fisher 1990, p.40), su construcción, así como la identificación de quienes cuidan y quienes reciben cuidado, está profundamente influenciada por narrativas del cuidado configuradas desde experiencias y realidades heterocisnormativas (Laterra 2024; Malatino 2021).
Es decir, narrativas que operan dentro de un sistema que privilegia a las personas cisgénero y heterosexuales, mientras excluye y marginaliza formas de vida que no se ajustan a estas categorías (Worthen 2016), reforzando además la dominación masculina sobre las mujeres (Schilt y Westbrook 2009). En otras palabras, el cuidado no es un concepto neutral ni universal; se configura a partir de normas e ideas que dejan fuera a muchas personas. Cuando se define desde narrativas que ignoran a las disidencias, no logra responder a sus realidades y necesidades, lo que resulta en un acceso al cuidado que es limitado, desigual o incluso inexistente.
Ciertamente, las labores de cuidado suelen asociarse a una categoría normativa de mujer, concebida como heterosexual y cisgénero y vinculada a roles domésticos y reproductivos (Chrétien 2023), comúnmente representados en su papel de madre y esposa (Comins Mingol 2008; Maier 1990).
Estas narrativas sobre el cuidado, aunque cruciales y necesarias para visibilizar un trabajo históricamente ignorado, han sido construidas desde una perspectiva que prioriza la experiencia de la maternidad heterosexual, anclada en la figura de la mujer cisgénero y la familia tradicional como unidad central de análisis, algo especialmente evidente en las políticas públicas (Laterra 2024).
Esta focalización, además de perpetuar estereotipos de género al asumir que las mujeres son las principales responsables del cuidado y diseñar programas basados en esa premisa, restringe la posibilidad de reconocer otras subjetividades, experiencias, formas de vida y prácticas que sostienen estas vidas, pero que no se ajustan a las definiciones convencionales cisheteronormativas.
Pensar en un sistema más inclusivo significa probablemente cuestionar las ideas de género, sexualidad y parentesco en las que se han basado las nociones de cuidado y las políticas actuales. Esto implica, por ejemplo, replantear nuestra idea de lo que significa una familia, las amistades, una comunidad e incluso nuestra noción de hogar y espacio privado, rompiendo con los modelos tradicionales heterocisnormativos.